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La posmodernidad, encuentros y desencuentros | Alfonso Ropero

Con Reteniendo lo bueno, sus autores, Jorge Ostos y Saúl Sarabia[1], han conseguido una obra excepcional sobre el tema de la posmodernidad que lleva 50 años dominando el pensamiento crítico en general, con acciones y reacciones que, para bien o para mal, la convierten en un sujeto de referencia ineludible.

Partiendo de dos principios bíblicos, paulino uno: “Examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Ts 5:21), mosaico el otro: “El Señor dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios” (Ex 12:36), Ostos y Sarabia proceden a un examen detallado de la genealogía y desarrollo de la posmodernidad y su planteamiento filosófico con vistas a aprovechar sus propuestas desde una perspectiva cristiana. Es esta una apuesta original, no carente de precedentes, y enriquecedora frente a aquellos que, desde la fe, han presentado y combatido el posmodernismo como uno de los mayores desafíos de la verdad cristiana, incompatible con la revelación bíblica.

Los autores remiten a bibliografía estadounidense mayormente, y esto tiene una explicación muy significativa. Si bien el posmodernismo nació en Francia no fue sino hasta su emigración a América que no hizo fortuna. Desde allí alcanzó la relevancia mundial que ha llegado a tener y la enorme producción literaria producida en relación a su pensamiento. El postmodernismo inicio su andadura en los años sesenta del siglo pasado y fue iniciado por un grupo de jóvenes pensadores franceses hoy bien conocidos: Lyotard, Guattari, Deleuze, Derrida, Foucault... Resulta que cuando la incidencia de esta corriente filosófica iba decayendo en su país de origen, saltó a Estados Unidos, como hemos apuntado, donde tuvo un éxito sorprendente, especialmente, en las facultades de literatura de universidades de prestigio y en el ámbito de una izquierda adjetivada como “nueva” y “post-marxista”. Así lo narra con atractivo estilo periodístico François Cusset en su ensayo French Theory:


“En las tres últimas décadas del siglo xx algunos nombres de pensadores franceses han adquirido en Estados Unidos un aura reservada hasta entonces a los héroes de la mitología estadounidense o a las estrellas del show business. Incluso podríamos jugar a calcar el mundo intelectual estadounidense sobre el universo del Western de Hollywood: estos pensadores franceses, a menudo marginados en su país de origen, obtendrían seguramente los papeles protagonistas. Jacques Derrida podría ser Clint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard no estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla de bondad y sombría indiferencia, además de su común habilidad para aparecer donde menos se les espera. Jacques Lacan representaría a un Robert Mitchum irascible, en razón de su común inclinación por el gesto criminal y su incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari, más que los Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer, evocarían al dúo hirsuto, exhausto pero sublime, de Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Y sobrarían motivos para ver en Michel Foucault a un Steve McQueen imprevisible, por su conocimiento de la cárcel, su risa inquietante y su independencia de francotirador, figurando a la cabeza de tamaño reparto como el favorito del público”[2].

A partir de ese momento, las teorías y los conceptos elaborados por Derrida y compañía se convirtieron en la base teórica de las minorías sociales y culturales estadounidenses; de la contracultura hippie, beat, contestataria, pacifista, etc., que afectaron a la academia en general en todas las disciplinas culturales y científicas. A la luz de ese trasfondo innovador y crítico dentro de los círculos izquierdosos, entiende perfectamente la reacción crítica del elemento conservador religioso, que solo podía ver en esa moda posmodernista relativismo teórico y subversión ética; negación de la verdad y de las certezas necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad. En los círculos religiosos, especialmente evangélicos, el rechazo del posmodernismo fue total, como una especie de suma de herejías disolventes de la identidad cristiana. Por ejemplo, para Albert Mohler, Presidente del Seminario Bautista del Sur, el posmodernismo es una amenaza para el cristianismo[3]. Con el paso de los años la postura ante posmodernismo se fue matizando, entre la crítica abierta y el reconocimiento de sus elementos positivos, como es el caso de Carl Raschke, profesor del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Denver, quien sostiene que el posmodernismo no implica necesariamente una negación de la verdad absoluta y objetiva. Más bien, los filósofos posmodernos se limitan a cuestionar la capacidad humana para distinguir entre verdad y falsedad. Lo que el postmodernismo niega es la teoría de la correspondencia de la verdad, un punto de vista que percibe la verdad como algo “ahí fuera”. En su lugar, los pensadores postmodernos llaman la atención sobre los “límites finitos del conocimiento y el significado humanos”, un movimiento que deja a Dios en libertad para comunicarnos la verdad a su manera. En el fondo, dice, el posmodernismo es una teología del lenguaje. La palabra de Dios no es lógica ni propositiva. Es vocativa. Es el lenguaje de la relación. “No estamos leyendo una cosa [idea, doctrina], sino una Persona”[4]. Por contra, en respuesta a la crítica anti posmoderna, Raschke censura que los evangélicos abrazaron erróneamente el racionalismo cartesiano y se alejaron de las ideas de los reformadores, especialmente de la Sola Fide y la Sola Scriptura, y por lo tanto volvieron al tipo de racionalismo que los reformadores habían intentado con razón expulsar de la doctrina católica apenas cien años antes. De modo que, según Raschke, el evangelicalismo actual está impregnado de modernismo, un sistema de pensamiento idólatra que prima la capacidad del individuo para utilizar la razón para descubrir la verdad. Por tanto, fundamentalismo y liberalismo acaban siendo dos caras de la misma moneda. Ambos movimientos pretenden fundamentar la fe en la razón, una idea desastrosa que «vacía la fe de su contenido» y la transforma en imperativos y proposiciones morales[5].


Sin embargo, es evidente que la posición dominante en el evangelismo no es la de Raschke, sino la más conservadora de David F. Wells, profesor de Teología histórica y sistemática en el Gordon-Conwell Theological Seminary de Massachusetts, que ha dedicado varios libros a analizar el fenómeno de la posmodernidad en lo que concierne al mundo evangélico. En su obra sobre este tema, que comprende cuatro libros, el veterano profesor Wells, expresa su preocupación por el desvío del evangelicalismo moderno de sus raíces bíblicas hacia una especie de evangelicalismo místico que él denomina “evangelicalismo postmoderno”. Pone como ejemplo las iglesias emergentes, nacidas de su encuentro con la posmodernidad.


“Los emergentes están satisfaciendo los gustos postmodernos y accediendo a todos los supuestos culturales básicos. El resultado será un nuevo tipo de liberalismo. Los flautistas de Hamelin del movimiento, como McLaren, ya han suavizado la ética sexual tradicional o, como Rob Bell, la doctrina tradicional del juicio y el infierno. La enseñanza bíblica sobre el "siglo venidero" que ya está penetrando en "este siglo" se evapora y toda la preocupación se convierte en este siglo, tiempo y cultura. La ventaja es una sensibilidad renovada hacia la tierra y la injusticia, pero la desventaja es que esta sensibilidad empieza a parecer igual que cualquier otra postura políticamente correcta. ¿Y esto es el cristianismo?”[6].

Lo esencial del argumento de Wells es que el posmodernismo como tal ha producido una cultura atea, reacia a aceptar que existan normas absolutas y con un núcleo moral que se desmorona[7]. Para él, el posmodernismo es un fruto del espíritu de rebeldía, cuyas raíces seculares se encuentran en el pragmatismo, el existencialismo, el marxismo, el psicoanálisis, el feminismo, la teoría del lenguaje y las teorías sobre la ciencia. Aunque los posmodernos desean cortar los lazos con el pasado moderno, Wells se pregunta si realmente logran sus deseos. De hecho, sostiene que «la modernidad y la posmodernidad reflejan en realidad aspectos diferentes de nuestra cultura modernizada. Son más hermanos de la misma familia que bandas rivales del mismo barrio”[8].

En Reteniendo lo bueno, sus autores pasan revista a las críticas evangélicas al posmodernismo, deteniéndose especialmente en William L. Craig, para dejar claro que esa no es su postura. Ostos y Sarabia proponen una línea más comprensiva y favorable al posmodernismo, entendiendo que el pensamiento posmoderno, bien asimilado, puede resultar productivo, como mantiene James K.A. Smith[9]. Ostos y Sarabia consideran que el posmodernismo no es el enemigo o veneno de la fe cristiana, como tampoco un viento fresco del Espíritu para revitalizar los huesos secos de la iglesia:

“Creemos que, reteniendo lo bueno de las críticas que hace el posmodernismo al modernismo puede ser de mucho beneficio para nosotros, además de permitir que la filosofía posmoderna se convierta en un aliado para nuestra teología y fe cristiana”[10].

Tomémonos en serio la posmodernidad, nos aconsejaba el filósofo Manuel Cruz, y añadía gráficamente: “tampoco hace falta exagerar las cosas, no hace falta mitificarla, ni tampoco satanizarla”[11]. Desde mi punto de vista, y así lo he mantenido en algunos escritos, esta es la postura correcta a partir de cual podemos arribar a una comprensión más correcta de todo lo que significa y ha significado la posmodernidad para la fe cristiana.

Con buen criterio, los autores de Reteniendo lo bueno consideran que el aspecto bueno a rescatar del posmodernismo se encuentra mayormente en las críticas que este ha hecho al modernismo. “Es decir, en su mayoría, estamos de acuerdo con las críticas posmodernas al modernismo, pero no del todo convencidos de los aspectos constructivos del posmodernismo”[12]. Para lograr este resultado recurren a la estrategia bíblica del Éxodo.

“La misma que utilizaron autores cristianos como Ireneo de Lyon, Agustín de Hipona, Juan Calvino y Abraham Kuyper: saquear los tesoros de Egipto. Por ejemplo, en su De Doctrina Christiana, Agustín señala que, así como los hebreos abandonaron Egipto cargados de oro egipcio para posteriormente utilizarlo en la adoración al verdadero Dios, de la misma manera los cristianos podemos encontrar recursos en el pensamiento no cristiano y usarlos para la gloria de Dios y el avance de su reino. Este trabajo busca saquear los tesoros del posmodernismo para la gloria de Dios, sin importar si estos recursos se encuentran en Derrida, Lyotard, Foucault o en Wittgenstein. En última instancia, «toda verdad es verdad de Dios» independientemente de dónde la encontremos”[13].

Ya Horkheimer y Adorno, en su Dialéctica de la Ilustración (1944), anticiparon la crítica posmoderna a la visión del ser humano como una un ser exclusiva o señaladamente racional; pero fue el filósofo español José Ortega y Gasset, quien muchos años antes expresó su mejor crítica de la razón ilustrada, aportando al mismo tiempo un un concepto más rico y fecundo de la razón humana, en cuanto elemento de la vitalidad primaria, que es la vida. Así, en 1923 realizaba en El tema de nuestro tiempo un agudo diagnóstico de la cultura europea en su momento.


“Toda la gracia y el dolor de la historia europea provienen, acaso, de la extrema disyunción y antítesis a que se han llevado ambos términos. La cultura, la razón, ha sido purificada hasta el límite último, hasta romper casi su comunicación con la vida espontánea, la cual, por su parte, quedaba también exenta, brava y como en estado primigenio”.

Sócrates, nos dice Ortega en este escrito magistral, descubrió la razón, dando lugar al racionalismo, el cual es un gigantesco ensayo de ironizar la vida espontánea mirándola desde el punto de vista de la razón pura. En 1700 se construyen los grandes sistemas racionalistas. En ellos la razón pura abarca vastísimos territorios, pero “hoy vemos claramente que la razón pura no puede suplantar a la vida: la cultura del intelecto abstracto no es, frente a la espontánea, otra vida que se baste a sí misma y pueda desalojar a aquélla… La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital”[14].

Ortega era muy consciente de que la época moderna estaba llegando a su fin, pues es incapaz de explicar el ser humano en su dinamismo vital. Nuestro tiempo, decía, “ha hecho un descubrimiento opuesto al suyo: él (Sócrates, el Renacimiento, la Modernidad) sorprendió la línea en que comienza el poder de la razón; a nosotros se nos ha hecho ver, en cambio, la línea en que termina”[15]. Con esto Ortega no propicia ningún tipo de escape místico o irracional, sino una inmersión analítica y fenomenal en la vida, la vida que es cada cual, de la cual “la razón es solo una forma y función de la vida”. El tema de nuestro tiempo, decía, “consiste en someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura. La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida”[16].

Este es uno de los múltiples “tesoros” de la posmodernidad que Ostos y Sarabia consideran oportuno “saquear” como una de las verdades esenciales aportadas por esta corriente de pensamiento:

“El posmodernismo ha venido a recordarnos que no somos solamente cosas pensantes, somos seres encarnados que perciben el mundo a través de la imaginación también. Dejar esto de lado es también abandonar toda la antropología bíblica. Esta antropología afectiva y corporeizada que reconoce el papel central de los elementos precognitivos y en la formación encarnada en rituales debe trasformar la manera en que vemos las prácticas litúrgicas de la vida cristiana. No existe una razón autónoma, neutral, objetiva y universal como sostenía la Ilustración. ¿Por qué deberíamos pues seguir invocándola para validar la verdad de la creencia cristiana? Tenemos que ofrecer nuevos recuentos de la racionalidad humana que incorporen la antropología bíblica”[17].

Este punto se refuerza cuando consideramos los aportes de la neurociencia sobre las emociones y cómo estas inciden en nuestras operaciones lógicas y académicas. No solo somos un cerebro racional, sino sujetos altamente emocionales cuyas emociones no son operaciones ajenas del intelecto, sino todo lo contrario. Es lo que ha demostrado con creces la llamada Revolución Emocional[18] con su inteligencia sentiente, emocional, cuyos aportes científicos y filosóficos no pueden ser ignorados por ninguno que quiera hacer teología cristiana en nuestros días[19].

Otro aspecto de la filosofía posmoderna que destacan los autores de Reteniendo lo bueno, es la teoría de la deconstrucción de Derrida, muy bien acogida por los filósofos religiosos como John D. Caputo y el anteriormente mencionado Carl Raschke, en cuanto contribuye a esa parte de la teoría armado de piqueta para el descombro de aquellos elementos tradicionales que con el paso del tiempo se han ido adhiriendo bastardamente a la comprensión y formulación de la fe cristiana. Una labor crítica muy querida al protestantismo y su anhelo de vuelta a las fuentes, a lo originario. En este sentido, la deconstrucción es en última instancia algo positivo y constructivo[20].

Teniendo en cuenta este y otros aspectos, es evidente que el cristianismo lejos de quedar dañado por el posmodernismo, sale indirectamente reafirmado. Esta es más o menos la propuesta de los autores de Reteniendo lo bueno. En el plano doctrinal, “el posmodernismo nos ayuda a entender que la teología no debe reducirse a un conjunto de proposiciones teóricas que se deben creer y asentir. La teología debe entenderse también como un conjunto de habilidades que se utilizan para vivir la vida. En otras palabras, la teología es una forma de vida”[21].

En suma, Reteniendo lo bueno es una obra muy adecuada para hacerse una idea positiva y crítica a la vez de la posmodernidad, sus ideas y desafíos, y mucho más que eso, es un material bastante oportuno para reflexionar sobre el ser y la misión de la Iglesia en la actualidad a la luz de actual mentalidad posmoderna, hipermoderna, ultramoderna, o como queramos denominarla. Oportunamente sus autores han sabido interpretar y aprovechar las aportaciones de Lyotard, Derrida, Foucault y Wittgenstein a la visión cristiana del hombre y la sociedad, al tiempo que nos informan del debate en pro y en contra de la posmodernidad en los círculos evangélicos. Una obra muy completa y muy instructiva, que conviene leer para conocer mejor la situación en que nos encontramos y el modelo intelectual en que nos movemos, pues la posmodernidad mutará, y ya ha mutado, pero siempre habrá que contar con ella. Los autores de Reteniendo lo bueno han realizado un buen trabajo de investigación a partir del cual ofrecernos una visión responsable de la materia estudiada. No en vano su esfuerzo y resultado han sido recomendados por Stanley Hauerwas, Isidoro Reguera, Manfred Svensson, Michael S. Horton y Alberto F. Roldán entre otros.




Notas

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[1] J. Ostos y S. Sarabia, Reteniendo lo bueno. Saqueando los tesoros del posmodernismo. Kerigma, Salem Oregon 2020.
[2] F. Cusset, French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cia y las mutaciones de la vida intelectual en los Estados Unidos, p. 15. Editorial Melusina, Barcelona 2005.
[3] A. Mohler, Proclame la verdad: Predique en un mundo postmoderno. Editorial Portavoz, Grand Rapids 2010.
[4] C. Raschke, The New Reformation: Why Evangelicals Must Embrace Postmodernity (Baker, Grand Rapids 2004).
[5] Raschke, The New Reformation. En una entrevista, Raschke llega a decir exagerada y provocativamente: “El cristianismo relacional es el cristianismo posmoderno, teológicamente hablando, por fin hemos entendido en nuestra era posmoderna lo que es el cristianismo”. https://blog.epsociety.org/2009/01/interview-with-carl-raschke-globochrist.asp?m=0 Raschke es un autor prolífico, y siempre en movimiento. En 2017 publicó su obra más personal: Postmodern Theology: A Biopic (Wipf and Stock Publishers, Nashville 2017), donde examina y resume las principales figuras y tendencias que han dado vigencia a expresiones tan familiares de la posmodernidad como "deconstrucción", "teología deconstructiva", "teología radical", "a/teología". Para el la teología posmoderna es el movimiento más importante del pensamiento religioso contemporáneo.
[7] David F. Wells, No Place for Truth: Whatever Happened to Evangelical Theology? (Eerdmans, Grand Rapids 1994); God in the Wasteland: The Reality of Truth in a World of Fading Dreams (Eerdmans 1995); Losing our Virtue: Why the Church must Recover its Moral Vision (Eerdmans 1999); Above All Earthly Powers; Christ in a Postmodern World (Eerdmans 2005).
[8] D.F. Wells, Above All Earthly Powers; Christ in a Postmodern World, p. 62.
[9] James K.A. Smith, ¿Quién teme al posmodernismo? Nuevo Inicio, Córdoba 2022.
[10] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 41.
[11] M. Cruz, “Filosofía y posmodernidad”. Enfoques. Revista de la Universidad Adventista del Plata, 10/2 (1988), 32-40.
[12] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 43.
[13] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 43.
[14] J. Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, VI, pp. 63,68. Revista de Occidente, Madrid 1976, 18ª ed.
[15] Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, p. 67.
[16] Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, p. 67. Cf. Anastasio Ovejero Bernal, Ortega y la posmodernidad (Biblioteca Nueva, Madrid. 2000); José Luis Abellán, “Ortega y Gasset, adelantado de la posmodernidad”, en Meditaciones sobre Ortega y Gasset (Tébar, Madrid 2005); Jorge Majfud, “Ortega y Gasset: Crisis y restauración de la Modernidad” (Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades. 8/16, 2006).
[17] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 75.
[18] Norman E. Rosenthall, The Emotional Revolution. Cita del Press, Nueva York 2002.
[19] Cf. Antonio Damasio, El error de Descartes (Destino, Barcelona 2013, org. 1994); Daniel Goleman, Inteligencia emocional (Kairós, Barcelona 1992); José Antonio Jáuregui, Cerebro y emociones (Maeba, Madrid 1998); José Antonio Marina, La inteligencia ejecutiva (Ariel, Barcelona 2012).
[20] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 106. Desde el punto de vista ateo las cosas cambian un poco. Para Mark C. Taylor, la deconstrucción es la “hermenéutica de la muerte de Dios” que abre nuevas vías para comprender la sacralidad de la vida mortal. “Como heredero de Nietzsche y Heidegger, Derrida se negó a concebir al ser humano como sostenido por un ancla cósmica (como podría hacer un teísta) o como el ancla misma (como podría hacer un humanista). En su lugar, Derrida postuló firmemente que el ser humano está desligado de cualquier origen o meta, dejando la incertidumbre, la imprevisibilidad y la incognoscibilidad en el corazón de su condición. El nómada errante no mira hacia atrás, hacia un principio absoluto, ni hacia adelante, hacia un fin último” (Erring. A Postmodern A/Theology. The University of Chicago Press, 1984).
[21] Ostos y Sarabia, Reteniendo lo bueno, p. 187.


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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.





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