Ir al contenido principal

'Patrología: Los Padres Apostólicos y los Apologistas' de Manuel Díaz Pineda. Novedad editorial

Patrología: Los Padres Apostólicos y los Apologistas, Manuel Díaz Pineda, Editorial Sola Fide, 2022.

En el prólogo nos dice el Dr. Alfonso Ropero:

El autor de esta obra, Manuel Díaz Pineda, parte de la pregunta programática: «Una vez que murieron los apóstoles, ¿qué sucedió con la Iglesia de Jesucristo?». Una respuesta radical y muy afianzada en el pueblo evangélico es que después de la muerte de los apóstoles la Iglesia comenzó una deriva doctrinal que la apartó del Evangelio de Jesucristo casi hasta del corromperlo, hasta que fue recuperado en el siglo XVI gracias a los reformadores protestantes que se propusieron el regreso a los orígenes evangélicos, al mensaje original apostólico, a las fuentes primigenias de la fe, tal como se encuentran en la Escritura y solo en la Escritura.

Lo que ocurrió entre esos dos actos –Evangelio y Reforma— es, según ese prejuicio, una historia de desvarío y apostasía. Pocos se paran a reflexionar que si este fuera el caso, la promesa del Jesús resucitado: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20), sería un fracaso estrepitoso, que dejaría en muy mal lugar el mismo fundamento de la fe y su continuidad.

Afortunadamente no tenemos nada que temer a este respecto, la presencia de Jesús en su Iglesia, garantizada en su promesa, no ha faltado en ningún momento desde el día de su ascensión al cielo hasta su retorno de ese mismo cielo donde está sentado a la diestra del Padre al mismo tiempo que presente en todos y cada uno de los creyentes que se reúnen en torno a su Palabra como comunidad del Espíritu, testigo de la vida, la promesa y el don de Dios que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21:5).

Como seres culturales que somos, somos herederos, herederos de todos los que nos han precedido, de modo que en nuestro árbol genealógico existencial, se encuentran los anillos espirituales que han ido conformando las generaciones precedentes, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Ocurre que cuando uno llega a la fe no permanece en su particularidad aislada, sino que es hecho parte integrante de «la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, la compañía de muchos millares de ángeles, la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos» (Hebreos 12:22).

Somos eslabones de una larga cadena de testigos, piezas vitales de una comunidad bimilenaria que glorifica a Dios con todo su ser, cuya ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3:20). Nacemos de nuevo (Juan 3:3) a un mundo que no comienza, ni acaba con nosotros; no somos como aquellos que se creen iniciadores de la historia, sino continuadores de la misma mediante la integración, por la gracia divina, en una historia de salvación que se remonta a los orígenes de la humanidad, y que, de la caída y el pecado, avanza hacia un mundo nuevo y un cielo nuevo.

Somos, en cuanto cristianos, herederos y sucesores de miles de santos y confesores que, en virtud de la fe, nos hacen contemporáneos de Cristo y contemporáneos unos de otros, los que están y los que marcharon. Solo los espíritus de carácter sectario creen que con ellos comienza la historia, la verdad nunca antes conocida y la consumación de los tiempos.

De modo que somos parte de la Padres de la Iglesia, y ellos parte de nosotros, de nuestra fe, de nuestra doctrina y de nuestra ética. Ellos han condicionado directamente a la Iglesia y, por tanto, también a nosotros, la manera de ver, de entender y de explicar las Escrituras; de sistematizar teológicamente las doctrinas que se encuentran esparcidas en los textos bíblicos. Y lo hicieron como sucesores de los apóstoles, como intérpretes legítimos de aquellos que les precedieron y que tratan de conservar y transmitir a las siguientes generaciones, en el espíritu paulino de 2 Timoteo 2:2: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que serán idóneos para enseñar también a otros».


Sabemos por el testimonio de Ireneo, que Clemente Romano conoció y trató a los apóstoles Pedro y Pablo. Algunas de las cartas de Ignacio de Antioquía fueron dirigidas a las mismas iglesias a las que el apóstol Pablo escribió. Frente a la discontinuidad de la fe, nosotros tenemos que afirmar la continuidad de la misma para ser justos con nuestro credo y nuestra historia espiritual y teológica. Hay que desechar mitos y prejuicios que hacen un flaco servicio a la fe, aparte de encadenarnos a un imaginario de falsedades tenidas por ciertas.

Los historiadores del cristianismo antiguo concuerdan en certificar la continuidad de la fe de Jesús y discípulos con aquellos que vinieron después, pese a las batallas que tuvieron que librar —y que nunca terminan, ni en nuestros días— con errores y desviaciones que surgieron de dentro o vinieron de fuera. Como afirmaba el teólogo Louis Bouyer: «Se puede afirmar sustancialmente como un hecho en el día de hoy, fuera de toda duda, que la Iglesia de los Padres sucedió de una manera casi homogénea a esa Iglesia que parece tomar forma en el desarrollo del Nuevo Testamento y que, al menos en sus grandes líneas, y sea de ello lo que fuere de algunos elementos, está ya allí todo hecho» (La Iglesia de Dios, p. 19. Studium, Madrid 1973).

En la presente obra, el Dr. Díaz Pineda nos introduce en los dos períodos singulares inmediatamente después de los apóstoles, a saber el de los Padres Apostólicos y el de los Padres Apologetas. En ellos, nos dice, «hay algo de singular, de irrepetible y de perennemente válido, que continua vivo y resiste a la fugacidad del tiempo». Los sucesores inmediatos de los Apóstoles del Nuevo Testamento fueron los Padres Apostólicos, e inmediatamente después de ellos los primeros Padres Apologistas, cuya labor va desde la mitad del siglo II hasta finales del siglo III, los cuales, como nos recuerda Díaz Pineda, «recogieron la antorcha de la enseñanza evangélica y la transmitieron a los grandes Padres de los siglos IV y V. Se trata de una época especialmente interesante, porque estos hombres tuvieron que hacer frente a graves peligros, que amenazaban —cada uno a su modo— la existencia misma de la Iglesia».

La presente obra de Patrología se diferencia de las ya existentes, en que el autor acota el período de estudio a los dos mencionados grupos de padres apostólicos y apologetas. Su intención es que sirva de introducción pormenorizada a la vida y obra de todos los autores que han llegado hasta nosotros, de modo que podamos situar a cada cual en su contexto histórico y tener una idea cabal de su contribución doctrinal, según aparece reflejada en sus escritos, de los cuales nos ofrece los extractos más significativos.

El estilo es eminentemente didáctico de modo que el lector, aunque carezca de estudios de historia de la iglesia y del pensamiento teológico pueda formarse una idea cabal de lo que representó para el cristianismo la fe y la teología de esos autores que cubren los siglos en los que precisamente se fue formando el canon de la Escritura y elaborando los primeros tratados de la doctrina cristiana sobre la Trinidad de Dios, la divinidad de Cristo, la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, las herejías nacientes, como el gnosticismo, y el espíritu de solidaridad de las iglesias.

Esperamos que esta obra, sin duda, será un material útil y adecuado para aquellos seminarios y colegios bíblicos que tienen, o están pensando en tener una asignatura de Patrología, que sería muy deseable. Cada vez son más las personas instruidas que quieren saber qué paso realmente en los siglos que siguieron a los tiempos del Nuevo Testamento, qué pueden aportar a la vida de la fe en el siglo XXI. Estoy totalmente seguro que esta obra contribuirá a dar respuesta a esas necesidades y a generar gusto por el estudio de nuestros predecesores magistrales en la fe.

ALFONSO ROPERO BERZOSA


Sobre el autor: 
Manuel Díaz Pineda. Doctorado en Ciencias de las Religiones, de la Universidad Complutense de Madrid, es Rector y Profesor de la Facultad Teológica Cristiana Reformada.
Cursó estudios teológicos en el Seminario Teológico Bautista Español (Madrid), en el Seminario Bíblico Latinoamericano, San José (Costa Rica), en la American World University (USA), en la California Christian University (USA).









Comentarios

Entradas populares de este blog

El calvinismo a examen.1.2 La doble predestinación - Por Alfonso Ropero

  " La doctrina cristiana de la voluntad de Dios es la doctrina del “decreto” divino. Esto significa que todo lo que existe tiene su origen en el pensamiento y la voluntad de Dios, que ese pensamiento y esa voluntad no son arbitrarios, sino en armonía con su naturaleza. La Biblia no sabe nada de un “doble decreto”, solo conoce el decreto de la elección; y así no hay una doble voluntad, sino la única voluntad revelada a nosotros como amor”. Emil Brunner [1]      

Guía práctica para escribir una exégesis

  Muchas veces nos acercamos al texto bíblico con prejuicios o con ideas ya formuladas acerca de lo que el texto supuestamente quiere decir. Para un estudio serio del texto, debemos, en lo posible, abrirnos al texto, despojarnos de esos prejuicios y tratar de extraer de las Escrituras el mensaje revelado por Dios.  La Biblia no se interpreta sola. Debemos interpretarla. Además de una lectura orante o devocional, debemos hacer una lectura seria y profunda, una lectura bien estudiada, en otras palabras, una exégesis.  Acá les compartimos, traducida del inglés, una guía para la exégesis bíblica.