Un personaje interesante John William Colenso (1813-1883), matemático en la universidad, misionero entre los zulúes y hereje entre sus correligionarios. Debido a la quiebra del negocio familiar, el joven Colenso tuvo que aceptar un trabajo como ujier en una escuela privada antes de poder asistir a la universidad. Su talento para las matemáticas le ayudó económicamente, ya que ganó premios y becas que le ayudaron a financiarse. Académicamente tuvo mucho éxito en Cambridge, aunque los duros estudios y el trabajo para ganar dinero le dejaron sin tiempo para la vida social. A los 15 años de edad tenía claro que quería ser matemático y ministro del Evangelio. Escribió dos manuales muy leídos, uno sobre álgebra (1841) y otro sobre aritmética (1843), que le proporcionaran cierto respiro económico.
Misionero en Sudáfrica
Colenso fue una figura importante en la
historia literaria de la Sudáfrica del siglo XIX. En primer lugar, escribió un
breve pero vívido relato de su viaje inicial a Natal, Ten Weeks in Natal: A Journal of a First Tour of Visitation Among the
Colonists and Zulu Kaffirs of Natal (1855). Utilizando la imprenta que
llevó a su estación misionera en Ekukhanyeni, en Natal, y con William Ngidi
publicó la primera gramática zulú y el diccionario inglés-zulú. Así mismo,
tradujo el Nuevo Testamento y otras partes de las Escrituras al zulú. Su viaje
de 1859 a través de Zululandia para visitar a Mpande (el entonces rey zulú) y
reunirse con Cetshwayo (hijo de Mpande y rey zulú en la época de la guerra
zulú) quedó registrado en su libro First
Steps of the Zulu Mission[1].
Colenso dedicó los últimos años de su vida a
defender de los nativos africanos de Natal y Zululandia que habían sido
injustamente tratados por el régimen colonial de Natal. En 1874 defendió la
causa de Langalibalele (1814–1889), rey de una tribu bantú, y de las tribus Hlubi y Ngwe en sus
gestiones ante el Secretario colonial, Lord Carnarvon. Langalibalele había sido
acusado falsamente de rebelión en 1873 y, tras una farsa de juicio, fue
declarado culpable y encarcelado en la isla de Robben. Al ponerse del lado de
Langalibalele en contra del régimen colonial de Natal y de Theophilus
Shepstone, el Secretario de Asuntos Nativos, Colenso se encontró aún más
alejado de la sociedad colonial de Natal.
La preocupación de Colenso por la
información engañosa que Shepstone y el Gobernador de Natal proporcionaban al
Secretario Colonial en Londres, le llevó a dedicar gran parte de la última
parte de su vida a defender la causa de los zulúes contra la opresión bóer y
las invasiones oficiales. Colenso fue un destacado crítico de los esfuerzos de
Sir Bartle Frere por presentar el reino zulú como una amenaza para Natal. Tras
la conclusión de la guerra anglo-zulú, intercedió en favor del rey zulú
Cetshwayo (1826-1884) ante el gobierno británico y consiguió que fuera liberado de la isla de
Robben y regresara a Zululandia.
Por este y otros motivos, Colenso fue
conocido entre como Sobantu, «Padre
del pueblo», por los nativos africanos de Natal y mantenía una estrecha
relación con miembros de la familia real zulú. Tras su muerte, su mujer y sus
hijas continuaron su labor de apoyo a la causa zulú y a la organización que
acabó convirtiéndose en el Congreso Nacional Africano.
Aunque
Colenso no estaba dispuesto a criticar el sistema imperialista británico,
reconocía sus defectos, que achacaba a los fallos de los individuos. Colenso
creía en la necesidad de la inclusividad y el universalismo para traspasar las
fronteras étnicas y culturales, aunque por lo general fue una voz que clama en el desierto.
En
contraste con la conciencia puritana que confesaba a Dios como padre, aunque lo
percibía como un juez a menudo caprichoso e iracundo, para Colenso Dios era
principalmente amigo y padre. De hecho, Dios era tan esencialmente familiar,
para Colenso, que las emociones eran la marca distintiva del ser humano. «No es
sólo la forma exterior, lo que marca la inconmensurable diferencia entre el
hombre y los demás animales. Dondequiera que encontremos afectos humanos,
sabremos que tenemos un ser humano»[2].
Colenso
discrepaba fuertemente con la mayoría de los misioneros americanos de corte puritano por su incesante e inflexible
mensaje sobre la supuesta depravación pecaminosa de los zulúes. Los
estadounidenses se apresuraban a atribuir todos y cada uno de los vicios zulúes
como prueba de que estaban esclavizados por Satanás, pero se mostraban reacios,
incluso poco dispuestos, a atribuir de forma similar todas las virtudes zulúes
a Dios. En una carta a un misionero estadounidense, Colenso afirmaba:
«Difiero totalmente de usted en
cuanto al estado moral actual de los paganos. Creo que sus actos de bondad,
justicia, fidelidad y benevolencia son tan verdaderas virtudes —frutos del
Espíritu de Dios y realizados por su gracia— como lo son los pensamientos y
acciones virtuosas de los hombres cristianos. Todos los afectos humanos tienen
un carácter religioso; porque son tales que no compartimos con ninguna bestia o
criatura bruta; son tales que disfrutamos en virtud de o en relación con Aquel
que se hizo uno con nosotros y tomó parte con nosotros en nuestra naturaleza,
que amó, se alegró, se afligió y lloró, como el Hijo del Hombre. Y estos
afectos, aunque limpios y purificados, en todos los verdaderos cristianos, ...
sin embargo, en todos los hombres, incluso en los paganos, son testigos, aunque
débiles, de nuestro alto origen, parte de esa imagen en la que fuimos creados,
por la cual se nos muestran en la tierra las cosas invisibles de Dios»[3].
Colenso consideraba la salvación desde la perspectiva del amor ansioso y omnipresente de una madre, que intenta asegurar a su hijo a su espalda a toda costa; en lugar de hacerlo desde la perspectiva de un recién nacido, que tiene que asegurarse por sí mismo de aferrarse firmemente a la espalda de su madre para no caerse. La propia fe de Colenso y los supuestos que la acompañan fueron moldeados por las preguntas y la visión del mundo de los zulúes a los que fue a cristianizar[4].
J.W. Colenso
Las experiencias de Colenso en Natal
influyeron en su desarrollo como pensador religioso. Colenso, como misionero,
no predicaba que los antepasados de los africanos recién cristianizados
estuvieran condenados a la condenación eterna. Las preguntas que le hacían los
estudiantes de su estación misionera le animaron a reexaminar el contenido del
Pentateuco y del Libro de Josué y a cuestionar si ciertas secciones de estos
libros debían entenderse como literales o históricamente exactas.
Sus conclusiones se publicaron en una serie
de tratados sobre el Pentateuco y el libro de Josué, durante un período de
tiempo que va de 1862 a 1879[5].
La publicación de estos volúmenes creó un escándalo en Inglaterra y fue la
causa de una serie de angustiosos y condescendientes contragolpes de aquellos
(clérigos y laicos por igual) que se negaban a admitir la posibilidad de la
falibilidad bíblica. Anteriormente había publicado un comentario a la Epístola
a los Romanos (1861), que también levantó polémicas agudas. En ese comentario se
oponía a la doctrina del castigo eterno y a la afirmación de que la Santa Cena
era una condición previa para la salvación. También cuestionó la presencia de
una Iglesia cristiana en Roma, afirmando: «¿Hubo, de hecho, alguna Iglesia
cristiana en Roma, en ese momento, distinta y definitivamente separada de la
comunidad judía? Parece que no había ninguna»[6].
La crítica bíblica de Colenso y sus
opiniones vanguardistas sobre el tratamiento de los nativos africanos crearon
un frenesí de alarma y oposición por parte del partido de la Iglesia alta en
Sudáfrica y en Inglaterra. Mientras la controversia arreciaba en Inglaterra,
los obispos sudafricanos, encabezados por el obispo metropolitano Robert Gray
de la Ciudad de El Cabo, le conminaron a comparecer ante ellos bajo el cargo de
herejía (1863). Colenso no se presentó ante la audiencia, limitándose a enviar
una nota para decir que no tenían autoridad para destituirlo. Por lo tanto,
hizo caso omiso de la sentencia de los obispos que lo cesaron de su cargo. En
su lugar, apelo al Comité Judicial del Concilio Privado de Londres. Al mismo
tiempo, llevó su caso a los tribunales civiles y en 1865 ganó su caso alegando
que sólo la corona tenía autoridad para cesarlo. La Iglesia sudafricana,
enfadada por la sentencia de que no tenía un control total sobre sus propios
asuntos, se adelantó y nombró a un nuevo obispo para sustituir a Colenso sin la
autorización de la Corona, lo que provocó un cisma en la Iglesia anglicana de
Natal.
En ese momento, Colenso contaba con el apoyo
de la mayoría de los colonos blancos, aunque la mayoría de los obispos ingleses
se oponían a su postura. Los tribunales civiles le concedieron las rentas y los
derechos sobre los edificios de la iglesia y su notoriedad atraía a multitudes
cada vez que predicaba. Posteriormente perdió el apoyo de los colonos blancos
con su apoyo a los zulúes, especialmente después de que estallara la guerra
anglo-zulú en 1879. Sabemos que tanto él como su esposa y su familia pagaron un
precio asombrosamente alto por sus creencias y acciones.
La crisis de la inspiración bíblica
Todo empezó con una pregunta simple de un
simple estudiante africano:
«Un nativo de mente simple, pero
inteligente" le preguntó si realmente creía en la historia de Noé y de un
diluvio universal. Poseyendo algunos conocimientos de geología por haber leído
al geólogo británico Charles Lyell, Colenso comprendió «que un Diluvio
Universal, tal como la Biblia manifiestamente habla, no podría haber tenido
lugar de la manera descrita en el Libro del Génesis». Y sabía que no debía
«decir mentiras en el nombre del Señor». Colenso comenzó a
reexaminar los primeros libros de la Biblia con la ayuda de algunas obras
alemanas y mucha aritmética, y descubrió que las estadísticas presentes en la
Biblia, con toda su rotundidad magnífica y oriental, eran simplemente
imposibles. Su conclusión fue que el Pentateuco era ahistórico, y la mayor parte
había sido escrito por otra persona diferente a Moisés. Así es como empezó a escribir el primero de los eventuales siete
volúmenes de su estudio sobre el Pentateuco y Josué.
Los siete volúmenes sobre el Pentateuco y
Josué ilustran la evolución de Colenso como intérprete bíblico. Al comienzo, en
el primer volumen, parecía preocupado por las dimensiones inverosímiles del
arca, la logística del Éxodo y el tamaño del tabernáculo. Un ejemplo: al
principio calculó que debían participar en el Éxodo al menos dos millones de
personas, si los datos bíblicos se interpretan literalmente. En los seis
volúmenes siguientes (publicados entre 1862 y 1879) se observan claros signos
de creciente perspicacia académica y madurez intelectual. En ellos, Colenso
acepta la hipótesis suplementaria para explicar la autoría del Pentateuco, en
el sentido de que distinguía entre un documento elohísta más antiguo, escrito
por Samuel, y una obra yahvista más joven, que se utilizó para su posterior
ampliación. Pasaron ocho años antes de que se publicara la séptima parte, donde
Colenso se empeñó en defender su opinión de que las secciones narrativas del elohista
eran más antiguas que las partes legislativas del Pentateuco.
Podemos imaginarnos el revuelo y la
conmoción que Colenso provocó en su día, aunque no estaba en su ánimo ser
provocativo. Así reaccionó el obispo de Manchester:
«Nos sentimos
arrebatados de los propios cimientos de nuestra fe, de las mismas bases de
nuestras esperanzas, de nuestro consuelo más cercano y querido cuando se
declara que una línea de ese volumen Sagrado en el que basamos todo es infiel o
indigna de confianza».
Proliferaron los sermones, panfletos y libros predicados y
escritos por representantes del amplio espectro protestante británico. El teólogo
escocés John Cumming, respondió a los «errores insidiosos» del obispo Colenso,
con una obra de más de 300 páginas, titulada literalmente: Moisés correcto, Colenso incorrecto.
«Si el obispo
simplemente difiriera de mí en algunas cuestiones confesionales o
eclesiásticas, nunca pensaría en responderle; o si fuera una cuestión que se
relacionara únicamente con la Iglesia de Inglaterra, dejaría que los buenos
obispos que están en ella, y los fieles ministros que ofician junto a sus
altares, dispusieran de ella. Pero lo que él impugna es la herencia y la gloria
de la Iglesia universal. Si este obispo tiene razón, nuestra predicación es
vana; nuestra enseñanza es innecesaria; habéis seguido fábulas astutamente
ideadas, y yo he enseñado —durante muchos años— no las palabras de sobriedad y
verdad, sino palabras de error, absurdas y engañosas»[7].
O, Alexander Moody Stuart, de la Iglesia Libre de Escocia:
«Un crítico bíblico,
que niega la autoría del libro a Moisés, reconoce que la lección deuteronómica:
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del
Señor”, es una verdad divina, sea quien sea que la haya pronunciado; y sostiene
que tiene el mismo valor tanto si se encuentra en la Biblia como en otra parte.
Pero la agudeza de la espada con la que nuestro Señor rechazó el asalto del
tentador, no se encontró en la mera corrección de las palabras, sino en la
respuesta de que así “está escrito”; y la enseñanza de las Escrituras sobre su
propio carácter no es que haya verdad en la Palabra de Dios, sino que “su
Palabra es verdad”. En esta relación, la más notable de las tres respuestas
tomadas del Deuteronomio por Cristo, es aquella contra la última tentación de
ganar el dominio del mundo cayendo y adorando a su dios; deberíamos haber
esperado que una propuesta tan blasfema de apostasía fuera resentida y repelida
como abiertamente contraria a toda lealtad al Supremo, y que no requiriera
ninguna autoridad bíblica para refutarla; pero Cristo se guía tanto por la
Palabra de Dios, y la valora tanto, que incluso en un caso tan claro responde:
“Está escrito”»[8].
Para la mayoría de los pastores contemporáneos de Colenso, la
cuestión estaba clara, había que elegir entre Cristo y Colenso. Según Micaiah
Hill, el obispo había procedido de un modo incorrecto y perverso:
«Ya que el Dr. Colenso
ha cerrado deliberadamente los ojos a las evidencia históricas y morales de la
autenticidad y genuinidad del Pentateuco, convirtiéndolo en una simple cuestión
de aritmética, no es necesario, de momento, responder al autor en su propio
terreno, sin mostrar que su intento de desacreditar que los primeros cinco
libros de la Biblia ha fallado significativamente»[9].
Para entender estas y otras reacciones, que
reflejan una seria preocupación, y angustia, por las creencias tradicionales
del protestantismo, esencialmente anclado en el principio de la Biblia como última autoridad de fe y
práctica, para el cual cuestionar cualquier parte de su contenido es cuestionar
a Dios mismo, en cuanto autor último de la Escritura, hay que situarnos en la
Inglaterra de la época victoriana de mediados del siglo XIX y el ambiente
intelectual que se respiraba. El aspecto más importante que hay que
tener en cuenta sobre esa época es el carácter omnipresente de la religión, que
había experimentado un verdadero renacimiento. Así lo hace notar el profesor Josef
L. Altholz:
«El siglo
XIX estuvo determinado por un renacimiento de la actividad religiosa
incomparable desde el tiempo de los Puritanos. Este renacimiento religioso
modeló el código del comportamiento moral, o más bien la inmersión de todo
comportamiento en la moralidad, lo que todavía denominamos, acertada o equivocadamente,
“victorianismo”. Sobre todo, la religión ocupó un lugar en la conciencia
pública, un papel central en la vida intelectual de la época, ausente en el
siglo anterior, así como en el siglo XX»[10].
Por esta razón, la negación del obispo Colenso de la autoridad
mosaica del Pentateuco se convirtió en asunto de interés nacional. Los obispos
y los clérigos anglicanos formaban parte importante de la sociedad y de la
cultura en general, incluida la ciencia. Hasta ese momento, toda persona culta
admitía que dada la fragilidad humana se podían haber introducido errores en la
copia de los textos originales de la Biblia, pero nunca en el original. La
reverencia por la Escritura era tal que ante las «dificultades» que uno pudiera
sentir ante algún texto de la Biblia, siempre se confiaba en la solución
positiva revelada reservada para el piadoso: «¡Bendito sea Dios!, [las
dificultades] se disuelven ante el corazón amoroso, la búsqueda paciente, la
oración de fe». En cuanto a las objeciones a las que no se podría dar una
respuesta suficiente en un momento dado, hay que confiar que «pueden resultar
infundadas, y que, en el curso de la providencia de Dios, la solución completa
puede ser revelada», según manifestaba un Miembro del Parlamento, Joseph
Napier (1804–82). Por eso, que en esta situación, y en ese clima intelectual y
religioso, nada menos que un obispo, negara esta creencia secular resultaba
preocupante y escandaloso. Como lo expresaba el Dr. William H. Hoare, de St. John College de Cambridge:
«El
obispo [Colenso] nos ha presentado una nueva clase de fenómenos, por así
llamarlos, desfavorables para la edad y la autoría habitualmente asignadas al
Pentateuco. La primera clase de fenómenos, consistía en ciertas supuestas
“contradicciones”, “errores”, “absurdos”, etc., en la superficie de la historia
sagrada, haciéndola totalmente poco fiable como documento histórico, y sólo
explicable en la hipótesis de algo parecido a un origen mítico y legendario,
pero incompatible con la noción de inspiración»[11].
O dicho en tono de indignación:
«Cuando
tenemos en cuenta la posición que ocupaba —hasta ahora— el Dr. Colenso, obispo
de una Iglesia cuyo oficio es ser testigo y guardián de las Sagradas
Escrituras, bien podemos sobresaltarnos y sorprendernos. Nuestra sorpresa ante
su declaración de incredulidad en la autoridad infalible de la Biblia, sólo es
matizada por nuestra sorpresa ante la oblicuidad moral del juicio que puede
permitirle seguir ocupando su puesto de autoridad y recibir sus emolumentos»[12].
El renacimiento
religioso del siglo XIX en Inglaterra, promovido principalmente por el sector
evangélico, al que pertenecen figuras como C.H. Spurgeon; Joseph Parker; Alexander Maclaren; R.W. Dale o
Frederic W. Farrar, no sobrevivió a la crisis protagonizada por la clase trabajadora
propia de la sociedad progresivamente urbanizada; y hasta la misma clase media,
que había sido fiel a la enseñanza de las iglesias, comenzó a experimentar cómo
su fe se erosionaba clara y decisivamente. Según el mencionado Altholz, La crisis de la fe, que
comenzó por ser una cuestión intelectual, se puede datar alrededor de 1860.
«Los años 1850
fueron un periodo de relativa calma religiosa, en la que los feligreses
incondicionales tenían poco por lo que preocuparse excepto por el aumento del
papismo y del ritualismo, la disidencia
de los disidentes[13]
y la extraña ausencia de los pobres de las iglesias. Posteriormente, en 1859
apareció El origen de las especies de Charles Darwin, el más célebre pero
no el más destacado de los desafíos a la fe, que cuestionó tanto la exactitud
literal de los primeros capítulos del Génesis como el argumento de la
predestinación de la existencia de Dios. En 1860 apareció un libro titulado Essays and Reviews (Ensayos y reseñas), en el
que seis de los siete autores eran clérigos anglicanos (Church
of England) que introdujo en Gran Bretaña las técnicas y las hipótesis
sorprendentes de la crítica bíblica germana […] Aparecieron las vidas
naturalistas, ausentes de milagros de Jesús: Vida de Jesús de
Renan en 1863, y Ecce Homo de
J.R. Seeley en 1865. Entretanto, los científicos plantearon mayores desafíos:
en 1863, El
lugar del hombre en la naturaleza de
Huxley y La antigüedad del
hombre de Lyell, y
finalmente en 1871, El descenso del hombre de Darwin, desnudaron la
unicidad de la humanidad. Para retener una fe tradicional centrada en la Biblia
en los años 1870, un hombre culto debía o bien negar los hallazgos de la
crítica bíblica y de la ciencia natural, avalada por una cantidad cada vez
mayor de evidencias, o recrear esa fe sobre una nueva base que sólo unos pocos
eran capaces de construir»[14].
Aunque la cita sea un poco larga, no podemos
prescindir del análisis del profesor Altholz en cuanto representa una guía segura
y autorizada para entender la encrucijada que supuso ese aparente conflicto
entre la ciencia y la fe, que alienó la a mucha gente de la fe, lo que cambió
para siempre el panorama cristiano británico
«El núcleo del
conflicto no fue la provocación de la ciencia sino la respuesta de la religión.
Los desafíos científicos destaparon ciertas debilidades del renacimiento
religioso victoriano, y la victoria de la ciencia se debió en gran medida a los
elementos inherentes a la posición religiosa. El más importante de estos
factores fue el conflicto latente entre la sensibilidad de conciencia
estimulada por el renacimiento religioso y la afirmación vulgar y dura de los
dogmas hacia los cuales se esperaba que tales conciencias delicadas prestaran
su lealtad. Los portavoces de la fe ortodoxa estrecharon el terreno sobre el
cual el cristianismo debía ser defendido, permitiendo a sus oponentes
científicos parecer más honestos que ellos mismos. En estos conflictos, la
posición de la doctrina ortodoxa no fue, según la presentaron sus defensores,
menos válida sino menos moral que la de la ciencia irreligiosa. A medida que
los acontecimientos se desarrollaron, no únicamente el sentido intelectual sino
el moral, particularmente el sentido de la veracidad, se rebeló en contra de la
ortodoxia. A esto se le puede llamar “la guerra de la conciencia con la
teología”»[15].
Volviendo a Colenso, este quiso ser honesto
con los nuevos tiempos. Entendió que no había marcha atrás. La condenación de
las nuevas ideas, apoyadas por hechos concienzudamente investigados, no
solucionaba nada, sino que empeoraba todo. Colenso las tomó por lo que valían
y, desde la fe, trató de ofrecer una respuesta honesta que orientara a los
creyentes sin renunciar a las doctrinas tradicionales ni rechazar los descubrimientos
científicos. Entendía que había que hacer algunos ajustes en la comprensión y
expresión del mensaje cristiano hasta ese momento ofrecido sin fisuras. Para
Colenso era evidente que no quedaba otra alternativa, si no se quería
traicionar la honestidad y la confianza en el rigor y la seriedad de los
avances científicos, poniendo en contra a todos los estudios serios y
responsables.
«Mi
conocimiento de algunas ramas de la ciencia, de la geología en particular,
había aumentado mucho desde que dejé Inglaterra; y ahora sabía con certeza, por
razones geológicas, un hecho del que antes sólo había tenido dudas, a saber,
que un diluvio universal, como el que la Biblia manifiestamente habla, no
podría haber tenido lugar en la forma descrita en el libro del Génesis, por no
mencionar otras dificultades que la historia contiene. Me refiero especialmente
a la circunstancia, bien conocida por todos los geólogos, de que existen
colinas volcánicas de inmensa extensión en Auvernia y Languedoc, que debieron
formarse siglos antes del Diluvio de Noé, y que están cubiertas de sustancias
ligeras y sueltas, piedra pómez, etc., que debieron ser barridas por un
Diluvio, pero que no muestran la menor señal de haber sido perturbadas»[16].
Una vez despertadas las dudas del obispo por los hechos de
la geología y estimuladas aún más por las preguntas de los asistentes nativos
que ayudaban a su traducción de la Biblia, procedió a examinar «las otras
dificultades que contiene la historia». A
los hechos y por amor a la verdad, fue su lema.
«He decidido que era mi deber no dar ningún sonido incierto, sino establecer abiertamente
desde el principio la naturaleza de la cuestión, y confío en que la sencillez
de mi discurso a este respecto no sea interpretada por mis lectores como un
deseo o una disposición de mi parte a decir lo que puede ser doloroso para
ellos, en su actual estado de ánimo. Si mis conclusiones, fueran solo
especulaciones, si fueran solo una probabilidad, siento que no tendría derecho
a expresarlas en de esta manera, y por lo tanto, perturbar innecesariamente la
fe de muchos. Pero el resultado principal de mi examen del Pentateuco, es que
la narración, cualquiera que sea su valor y significado, no puede ser
considerado como históricamente verdadera, no es —a menos que me engañe mucho—,
una cuestión dudosa de especulación en absoluto; es una simple cuestión de
hechos»[17].
Después de investigar los detalles, tal y como se presentan
en el Éxodo, de la vida en el campamento, de los sacrificios, del número de
hombres y animales —detalles todos ellos que, de acuerdo con la ley
eclesiástica contemporánea, tenían que ser literalmente ciertos—, el obispo
Colenso se vio llevado a la convicción, dolorosa, dijo, tanto para él como para
su lector, «el Pentateuco, en su conjunto, no puede haber sido escrito
personalmente por Moisés, o por alguien que conociera personalmente los hechos
que profesa describir, y, además, que la (llamada) narración mosaica, sea quien
sea el autor, y aunque nos imparta, como creo plenamente que lo hace,
revelaciones de la voluntad y el carácter divinos, no puede considerarse
históricamente verdadera».
Colenso conocía bien la doctrina tradicional sobre la inspiración
e infalibilidad de la Biblia, tal como se enseñaba en los manuales de
referencia para los futuros ministros de la Iglesia. Así se dice en una de las
obras de mayor prestigio de la época, escrita por John
William Burgon (1813-1888), teólogo anglicano, deán de la catedral de Chichester, defensor de
la historicidad del Pentateuco y de Moisés como su autor, y de la inerrancia
bíblica en general.
«La Biblia no es otra cosa que la voz de aquel que está
sentado en el Trono. Cada libro, cada capítulo, cada versículo, cada palabra,
cada sílaba, cada letra, es la expresión directa del Altísimo. La Biblia no es
otra cosa que la palabra de Dios, no una parte más, ni una parte menos, sino
todo por igual, la expresión de aquel que está sentado en el trono, absoluta,
sin fallos, infalible, suprema»[18].
«Tal era el credo de la escuela en la que fui educado», dice Colenso[19]. Si lo dejó a un lado no fue por ningún tipo de veleidad intelectual o voluntad herética, sino por la pura y simple constatación de que los hechos no se conformaban al credo recibido, la creencia tradicional sobre el alcance y límite de la autoridad de la Biblia. Al escribir su obra, Colenso sentía una verdadera carga pastoral por los «no pocos entre las clases más educadas de la sociedad en Inglaterra, y multitudes entre los operarios más inteligentes, que están en peligro de derivar hacia la irreligión y el ateísmo práctico, bajo este tenue sentido de la falta de solidez del punto de vista popular, combinado con un sentimiento de desconfianza hacia sus maestros espirituales, como si éstos debieran ser o bien ignorantes de los hechos, que para ellos mismos son evidentes, o, al menos, insensible a las dificultades que esos hechos implican, o bien, siendo conscientes de su existencia, y sintiendo su importancia, los ignoran conscientemente»[20].
En cierto sentido, tienen razón sus críticos cuando le acusan de haber
dinamitado la fe tradicional, que no es lo mismo que la fe cristiana, para
entendernos. Lo que se le echa en cara, como hace Charles Bullock, rector de la iglesia de St Nicholas en Worcester,es que si se admitieran sus conclusiones, por mucho que el autor
se esfuerce en matizarlas, «nos privaría efectivamente de nuestra fe en la
Biblia como revelación de Dios al hombre»[21]. Es
evidente que la deducción de Bullock respecto a la enseñanza de Colenso no se
sostiene. Lo que ocurre es que el protestantismo tiene un problema con el
objeto de su fe, que no es un Libro, por más sagrado que se considere, sino una
Persona, de la cual ese libro da testimonio.
Reflexión
Han pasado 160 años desde este debate suscitado por el obispo
Colenso, han ocurrido muchas cosas desde entonces, pero en los esencial, por lo
que respecto al sector protestante conservador, las cosas siguen igual; parece
que no ha aprendido nada del pasado, de la historia, por no decir ya del
presente más inmediato. Europa se ha descristianizado a pasos agigantados. ¿Quién
sabe si el culto a la tradición del libro no tiene parte en ello? La fe
cristiana está por descubrir, y esta consiste básicamente en conocer y vivir a
Cristo, aquel que nos revela al Padre, y revelándonos al Padre, nos revela a
nosotros mismos. No es nada ajeno a lo que sabemos por determinados períodos de
la historia que puede haber un cristianismo sin Cristo, aunque la apariencia
diga lo contrario.
El obispo Colenso no pretendió escandalizar a nadie, al contrario,
supo colocar a Cristo en centro de su mensaje y de su vida, sin caer en
herejías gnósticas o monofisitas; y a partir de una sana cristología comenzar a
considerar todas las cosas como criterio de discernimiento.
«Es perfectamente consistente con la más completa
y sincera creencia en la divinidad de nuestro Señor, sostener, como muchos lo
hacen, que, cuando Él se dignó a convertirse en Hijo del Hombre, tomó nuestra
naturaleza completamente, y voluntariamente entró en todas las condiciones de
la humanidad, y entre otras, en la que hace que nuestro crecimiento en todo el
conocimiento ordinario sea gradual y limitado. Se nos dice expresamente, en
Lucas 2:52, que Jesús crecía en
sabiduría, así como en estatura. No se supone que, en su naturaleza humana,
estuviera familiarizado, más que cualquier judío educado de la época, con los
misterios de todas las ciencias modernas; ni, con las expresiones de san Lucas
ante nosotros, puede sostenerse seriamente que, siendo un bebé o un niño
pequeño, poseyera un conocimiento que superara el de los adultos más piadosos y
eruditos de su nación, sobre el tema de la autoría y la edad de las diferentes
porciones del Pentateuco. Entonces, ¿en qué período de su vida en la tierra se puede
suponer que se le había concedido, como Hijo del Hombre, sobrenaturalmente, una
información completa y precisa sobre estos puntos, de modo que se esperara que
hablara del Pentateuco en otros términos, que los que hubiera empleado
cualquier otro judío devoto de aquel tiempo? ¿Por qué habría de pensarse que Él
hablaría con cierto conocimiento divino sobre este asunto, más que sobre otros
asuntos de la ciencia o la historia ordinaria?»[22]
«Si creemos que Dios ha autorizado en diferentes
épocas a ciertas personas a comunicar la verdad objetiva a la humanidad, si, en
la historia del Antiguo Testamento y en los libros de los Profetas, encontramos
indicaciones manifiestas del Creador, es entonces una consideración secundaria,
y una cuestión en la que podemos estar de acuerdo en diferir, si cada libro del
Antiguo Testamento fue escrito tan completamente bajo el dictado del Espíritu
Santo de Dios, que cada palabra, no solo doctrinal, sino también histórica o
científica, debe ser infaliblemente correcta y verdadera… Cualquiera que sea la
conclusión a la que se llegue, en cuanto a la infalibilidad de los escritores
en materia de ciencia o de historia, toda la colección de libros bíblicos [canon] será realmente los oráculos de
Dios, las Escrituras de Dios, el registro y depositario de las revelaciones
sobrenaturales de Dios en los primeros tiempos a los hombres»[23].
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Claude Welch, Protestant Thought in the Nineteenth Century, vol. 2, 1870-1914. Wipf and Stock Publishers, 2003.
[1] J.W. Colenso, First Steps of the Zulu
Mission. Society for the
Propagation of the Gospel in Foreign Parts. 1860.
[2] Colenso, Ten Weeks in
Natal: A Journal of a first tour of visitation among the Colonists and Zulu
Kafirs of Natal, pp. 16-17. Macmillan & Co, Cambridge 1855.
[3] Colenso, A letter to
an American Missionary from the Bishop of Natal, p. 42, Natal Guardian, Pietermaritzburg, 1855.
[4] Scott Houser, “Puritanical and
apocalyptic-minded American missionaries in Southeast Africa –
A contrast with Bishop John William Colenso”, Studia Historiae Ecclesiasticae, 2010, 36/1, 15-35.
[5] Colenso, The Pentateuch and the Book of
Joshua Critically Examined. Texto
original reeditado por Logos (17 vols.), juntamente con catorce obras críticas
de las tesis de Colenso. https://www.logos.com/product/8497/john-william-colenso-pentateuch-collection
[6] Colenso, St. Paul's Epistle to the Romans. D. Appleton & Company. 1863.
[7] John Cumming, Moses Right, Colenso Wrong, p. 4. John F. Shaw, Londres 1863.
[8] A. Moody Stuart, Our Old Bible. Moses on the Plains of Moab, p. 5. John MacLaren & Son., Londres 1881, 4ª ed.
[9] M, Hill, Christ or Colenso? Or, a Full Reply to the Objections of the Bishop of Natal. Hamilton, Adams and Co., Birmingham 1863.
[10] Josef L. Altholz, “La guerra de conciencia con
la teología”, perteneciente al
libro The Mind and Art of Victorian England, https://victorianweb.org/espanol/religion/altholz/a2.html
[11] W.H. Hoare, Age and Authorship of the Pentateuch considered, in Further Reply to
Bishop Colenso, p. 3. Clay and Sons, Londres 1863.
[12] Charles Bullock, Bible
Inspiration. What it is and what it is not. Dr. Colenso difficulties considered,
p. 5. Werthein, Macintosh and Hunt, Worcester 1863, 3ª ed.
[13] Disidentes. Es decir, todos los protestantes que no pertenecían a la religión oficial de la Iglesia de Inglaterra, lo que hoy conocemos como evangélicos, representados principalmente por bautistas, congregacionalistas y metodistas. Para los interesados: George H. Curteis, Dissent in its Relation to the Church of England. Macmilland and Co., Londres 1872
[14] Altholz, La guerra de conciencia con la teología. Para los interesados: Josef L. Altholz, Anatomy of a Controversy. The Debate over 'Essays and Reviews' 1860-64. Scolar Press, Verlag 1994.
[15] Altholz, La guerra de conciencia con la teología.
[16] J.W. Colenso, The Pentateuch and
the Book of Joshua Critically Examined, pp. vii-viii. Longman and Green, Londres 1862, 2ª ed., revisada.
[17] Id., p. xx.
[18] Burgon,
Inspiration and Interpretation. Londres 1861.
[19] Colenso, The Pentateuh, p. 6. «Dios es testigo de que he pasado
horas de desdicha, mientras leía devotamente la Biblia de día en día, y
reverenciaba cada palabra de ella como la Palabra de Dios, cuando me encontré
con pequeñas contradicciones, que parecían a mi razón entrar en conflicto con
la noción de la absoluta veracidad histórica de cada parte de la Escritura, y
que, como sentí, en el estudio de cualquier otro libro, deberíamos tratar
honestamente como errores o declaraciones erróneas, sin desmerecer en lo más
mínimo el valor real del libro».
[20] Colenso, The Pentateuh, p. xxvi.
[21] Bullock, Bible Inspiration. What it is and what it is not, p. 5.
[22] Colenso, The Pentateuh, p. xxxi.
[23] Id., p. 7.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo, Introducción a la filosofía, Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
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