En Babilonia, según el código de Hammurabi, los adúlteros y adúlteras eran arrojados al agua con sus cuerpos entrelazados y atados con cuerdas para que así murieran ahogados.
Sin embargo, en Israel, era el apedreamiento el procedimiento previsto por la Ley para ejecutar a los culpables de este mismo delito.
Dos métodos igual de crueles con esa diferencia, debido a que en Israel, al contrario que en Babilonia, hay poca agua y muchas piedras...
Por eso, en aquel terreno reseco y tan lleno de pedregales de Palestina, sus habitantes aprendieron a practicar a menudo el ejercicio de "apedrear" a los culpables.
En aquella ocasión, como tantas madrugadas, el Jesús picapedrero había bajado del monte donde se dejaba envolver por el amor de su Padre y el silencio de la noche.
Y estando sentado en la explanada del templo para hablar con la gente y ver si algún devoto se sacudía sus miedos ancestrales y descubría el rostro de un Dios bastante más bueno y saludable para ellos... vio como se rompía la calma de aquella mañana soleada por un gran tumulto provocado por un grupo de hombres que traía arrastrando a una pobre mujer sorprendida en adulterio y que, según la ley, debía morir apedreada.
La ponen delante de sus ojos y le preguntan:
"¿Tú qué dices?"
De entrada, nos llama la atención que en un adulterio, que es cosa de dos, solo se haya sorprendido a la mujer.
Pero está claro que esta mujer es solo una excusa para intentar comprometer a un Jesús tan libre, tan auténtico y tan valiente que los ponía en evidencia tantas veces.
Para ellos, con tal de alcanzar su objetivo, todo vale y no tienen problema en olvidarse de la persona y convertir un drama humano en un motivo de lucha ideológica.
Y Jesús, por el contrario, pasa de discusiones ideológicas y pone su atención precisamente en ese drama humano que todos llevamos dentro.
Por eso no contesta... solo escribe palabras en la arena...
Palabras silenciosas y rotundas que nos enfrentan a todos con nuestra propia conciencia...
Y haciendo honor a su oficio de buen picapedrero, tritura esas piedras dispuestas a ser lanzadas contra alguien por unas manos, a veces tan crispadas y agresivas.
¿Que palabras habrá que seguir escribiendo hoy en nuestra arena frente a todos aquellos que acusan, persiguen o intentan machacar a tanta gente, y especialmente a tantas mujeres, en demasiados lugares de nuestro mundo?
Hoy, en cualquier momento, ahora mismo... alguna mujer está siendo acusada, vejada o despreciada como lo fue aquella mujer del evangelio...
Y me pregunto si tendrá esta mujer de hoy quién la defienda, quién la dignifique, quién escriba en el suelo de su historia palabras liberadoras que sanen su corazón herido y restauren su dignidad acorralada.
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