Con este mismo título el obispo anglicano John
Arthur Thomas Robinson publicó[1] en
1963 una crítica al cristianismo desde una posición, revolucionaria para ese
tiempo, donde se consideran antropomórficas e idolátricas muchas de las
imágenes que tenemos de Dios, denunciando también la espiritualidad de evasión
y la moral de situación en el cristianismo. Muchos libros se han escrito desde
entonces con estos propósitos de ser sinceros y honestos para con Dios y los
hombres en un intento de ir actualizando teologías y enfrentándose a la
dogmática tradicional, recitada y aprendida, en la mayoría de las ocasiones,
más que meditada. “Pero el Dr. Robinson -dice
Jean de la Croix en el
prólogo de este libro- es lo bastante discreto para caer en la cuenta de que se
ha limitado a sustituir unas expresiones tradicionales por otras que se le han
antojado mejores, pues por el hecho de llamar a Dios "el fondo de nuestro
ser" en lugar de designarlo como un Ser personal, no ha progresado ni un
milímetro en el logro de un lenguaje que pudiera prescindir de unas analogías
siempre delicadas de manejar, porque semejante lenguaje, sencillamente, no
existe en absoluto. Para Geering [2] las
propuestas teológicas de Robinson ya estaban plasmadas en tres pensadores como
Paul Tillich en varios libros (Se conmueven los cimientos de la Tierra.
(Sermones); El coraje de vivir o La Era protestante de su
Teología Sistemática) Dietrich Bonhoeffer y Rudolf Bultmann. La verdadera y
radical revolución consiste en que, para el pueblo hebreo, Dios es sobre todo
Aquél cuyo Nombre nadie osa pronunciar; Aquél a quien, bajo pena de muerte, no
está permitido representar por unas imágenes talladas”.
No es fácil ser sinceros con nosotros mismos,
con los demás y menos aún para con Dios que ve nuestros secretos y maldades más
oscuras. La inteligencia humana extrae de la vida y de la muerte infinitos
sentidos y las ciencias humanas cambian constantemente revolviendo las ideas
que nacen de los sentidos, los sentimientos y las esperanzas que se asientan en
los lugares profundos del corazón humano. Para un mero observador del
pensamiento, como es mi caso, no puedo menos que considerar lo inapropiado de
definir a Dios desde cualquier vertiente del pensamiento, aunque sean
pensadores de la talla de Aristóteles. En su Metafísica este filósofo dice: “Y
en él (Dios) hay vida, pues la actividad del entendimiento es vida y él se
identifica con tal actividad. Y su actividad es, en sí misma, vida perfecta y
eterna. Afirmamos, pues, que Dios es un viviente eterno y perfecto”. Parecerá
muy lógico o congruente. Sin embargo la vida, es creación de Dios de la nada y
no se puede deducir que es un viviente eterno y perfecto por su actividad
creadora del hombre. Por muchos calificativos de perfección que le demos a
Dios, siempre será una concepción humana pensada, intuida, imaginada o deducida
de nuestro pensamiento. ¿Cuándo se ha identificado Dios como entendimiento? La
actividad del entendimiento es vida -dice Aristóteles-. ¿Cómo sabemos que Dios
tiene entendimiento para vida y no otra función más allá del entendimiento que
resulte inefable para nosotros? Podríamos seguir haciéndonos infinitas
preguntas sobre cada aseveración de la filosofía respecto a Dios y no
pasaríamos de reconocer que Dios sigue siendo un Misterio insondable. Lo mismo
nos ocurriría con la teología, altamente especulativa, donde cualquier
“revelación” no podríamos aceptarla sino por fe.
Deslindar los campos del misterio de la vida
humana en su relación con Dios no es una cuestión de honestidad intelectual.
Richard B. Ramsay en su libro “Integridad intelectual. El desarrollo de una
cosmovisión cristiana”, nos habla de un peregrinaje espiritual, de dudas en
la fe, matizando algunas respuestas basadas en las Escrituras que convertían la
política, la economía, el arte en una especie de “esquizofrenia intelectual”
como si tuviésemos doble personalidad. Sin embargo, Ramsay se mantiene en el
marco de un cristianismo ortodoxo donde no existe nada impredecible, todo está
sujeto a los dogmas antiguos, sin ninguna integridad intelectual ni espiritual.
Sus lecturas pertenecen a las mismas fuentes y aunque Ramsay dice que hemos
abandonado la batalla por la verdad, es evidente que se refiere a su “verdad”
su marco intelectual, nada nuevo e impredecible.
Otros libros nos han mostrado nuevas formas de
mirar la divinidad desde la ciencia o la psicología. Desde el primer cuarto del
siglo XX se propusieron dos valiosas teorías: la teoría de la relatividad y la
teoría cuántica. Se empezaron a considerar los aspectos fundamentales de la realidad
desde una reformulación radical, nueva, insospechada, más cercana al misticismo
que al materialismo, -dirá Paul Davies-[3] Este
autor indicará: “Creo sencillamente que alguna parte del Yo o del alma humana
no está sujeta a las leyes del espacio y el tiempo”. Añade Davies: “Los
pensamientos pueden cambiar, evolucionar, interactuar y comportarse
cinéticamente en una variedad de maneras distintas cuyo estudio constituye una
rama de la psicología". Hasta aquí nada parece polémico. Los problemas aparecen
cuando el mundo físico y el mundo mental interactúan. Nuestro Universo de
pensamientos no está aislado del Universo físico que nos rodea, sino que se
encuentra íntimamente ligado a él. A través de nuestros sentidos, nuestras
mentes reciben una corriente permanente de información que genera actividad
mental, tanto estimulando la aparición de nuevos pensamientos como modificando
pensamientos ya existentes. Si mientras estamos leyendo un libro escuchamos un
fuerte ruido en el exterior, el pensamiento de que "ha habido un accidente
de circulación" se entrometerá probablemente en nuestras divagaciones. Por
consiguiente, el mundo físico actúa como fuente de nuevos pensamientos y tiene
el efecto de reordenar el mundo mental. A la inversa, el mundo mental actúa
sobre el mundo físico mediante el fenómeno de la volición. Decidimos investigar
el ruido y nuestras piernas se mueven, dejamos el libro encima de una mesa y
abrimos una puerta. Los pensamientos que se producen en nuestra mente
desencadenan actividad física gracias a la mediación de nuestro cuerpo, el cual
puede disponer de manera distinta los objetos que nos rodean. Casi todo lo que
vemos a nuestro alrededor es el resultado de actividad mental realizada a
través de operaciones físicas. Las casas, las calles, los campos de trigo, los
molinos de viento surgieron de algún tipo de actividad intelectual, de
decisiones y planes que fueron transformados en "realidad concreta".
Es evidente que el factor cuántico de la
Física nos está enseñando a comprender a Dios y nuestra existencia de otra
manera. Poder entender la naturaleza de la mente o la realidad del mundo
exterior desde la incertidumbre o imprevisibilidad y no desde la creencia
religiosa o filosofías espiritualistas, es una aportación más de la teoría
cuántica. Cuando hablamos del átomo, se rompen las reglas del mecanicismo de
relojería y tenemos que comenzar a considerar el azar y las reglas del juego de
la ruleta. El mismo Albert Einstein, cuando dijo que “Dios no juega a los dados”
aun cuando creía en un Dios Matemático y un relojero cuyas piezas encajaban sin
fallos, no dejaría, sin embargo, de darse cuenta del efecto del factor cuántico
e imprevisible en el pensamiento, (su teoría de la relatividad o los dados que
casi siempre salen con diferente numeración) defendería que muchos sistemas
ordinarios se podrían predecir y solo nuestra ignorancia los hacía
impredecibles. Sin embargo el mundo de las fuerzas microscópicas y
macroscópicas nos ha enseñado que nada es lo que parece y que los electrones y
otras partículas cambian sin causa y razón.
El físico Paul Davies[4] nos
quiere hace ver que la Ciencia es más confiable que la Religión, aunque no deja
de reconocer que la ciencia tiene su propio sistema de creencias basado en la
fe, donde la naturaleza estaría ordenada de forma racional e inteligente. Y
hasta ahora esta fe -dice Davies -ha sido justificada. La expresión más
refinada de la inteligibilidad racional del cosmos se encuentra en las leyes de
la física, las reglas fundamentales sobre las que se rige la naturaleza. Las
leyes de la gravitación y el electromagnetismo, las leyes que regulan el mundo
dentro del átomo, las leyes del movimiento, todas se expresan como ordenadas
relaciones matemáticas. Pero ¿de dónde vienen estas leyes? ¿Y por qué tienen la
forma que tienen? Las leyes fueron
tratadas por largo tiempo como "algo dado" - impreso en el universo
como la marca de un creador en el momento del nacimiento cósmico - y fijo para
siempre jamás. A lo largo de los años la idea de inmutabilidad de las leyes de
la física ha cambiado y todo el poderoso edificio de orden físico es absurdo.
Cambiar la mentalidad de una naturaleza de orden ingenioso y racional, de leyes
universales y necesarias a una concepción más “multiuniverso” donde Dios podría
mostrar un vasto tejido de universos cada uno con su propio conjunto de leyes,
aunque estas leyes no expliquen todo el problema. Ciencia y Religión seguirían
con su asiento en la fe de algo fuera en el universo. La noción misma de ley
física es teológica desde el primer momento, un hecho que hace que muchos
científicos se refuerzan en esta idea, aunque las leyes son completamente
impermeables a lo que sucede en el universo. Nunca podremos manifestar que
estamos libres de fe.
Los cristianos creen en la eternidad de Dios,
un Dios que no tiene principio ni fin. Sin embargo, un Dios que está en el
tiempo está sujeto al cambio, hasta manipulable por el hombre, por lo que el
tiempo no puede ser una cualidad divina. Un Dios en el tiempo estaría atrapado
en el funcionamiento del Universo físico. Un Dios que no creara el tiempo no
podría ser omnipotente. Paul Davies sigue
negando esa repetida definición del Dios eterno para llegar a considerar el
concepto “atemporal”. Un Dios atemporal estaría libre de estas especulaciones
que no son nuevas. Ya estaban en el pensamiento de Agustín o
Anselmo: “Tú (Dios) no existes ni ayer ni hoy ni
mañana, sino que existes directamente fuera del tiempo”. Un Dios atemporal
tendría el inconveniente de no ser considerado “persona” o Dios personal,
típico en los evangélicos. El sentido de la existencia del Yo también está
relacionado con la experiencia de un flujo temporal. Cita Davies varios autores
a los que la concepción de Dios también se le escurre entre los dedos. Dice
Paul Tillich: “Si llamamos Dios a un Dios viviente,
estamos afirmando que incluye temporalidad”. Karl Barth se
expresa en el mismo sentido: “Sin la completa temporalidad de Dios, el
contenido del mensaje cristiano no tiene forma”. La física del tiempo tiene
también interesantes implicaciones para la creencia de que Dios es omnisciente.
Si Dios es atemporal no puede pensar, puesto que pensar es una actividad
temporal. Reconciliar los atributos tradicionales de Dios trae dificultades con
la física moderna y el descubrimiento de la mutabilidad del tiempo.
Con acostumbrada
frecuencia resguardamos nuestra imagen, escondemos nuestras debilidades y
queremos aparentar ser sinceros. Sin embargo, la sinceridad exige estar
dispuestos a pagar el precio de vivir la franqueza hasta las últimas
consecuencias. Las personas que se quitan la máscara suelen tener un encanto y
fascinación que produce su naturalidad. Parecen libres de astucias para fingir
una realidad que no tienen ni piensan, porque en el ser humano las capas de
sinceridad son muchas y siempre se oculta a los hombres y a Dios lo que no se
es. Me refiero especialmente a ser sinceros con la comprensión que tenemos de
Dios. Si a Dios nadie le ha visto jamás, ¿cómo es posible tener imágenes de
Dios o mejor, ídolos de un Dios imaginado? Sobre todo el cristianismo ha
llenado de imágenes divinas y sobrenaturales interpretando múltiples cuestiones
históricas o mitológicas sobre Jesús. Marcus Borg analiza la entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén y se da cuenta que Jesús contraprograma su entrada en esta ciudad
porque otra procesión imperial romana de tropas y caballería entró en la ciudad
desde el oeste, encabezada por Pilato.[5] “Su propósito era reforzar
la guarnición romana estacionada cerca del templo para la temporada de Pascua,
cuando miles de peregrinos judíos llenaron la ciudad. Jesús estaba
motivado por su fe y un compromiso con la paz, la compasión y la justicia
social. Fue un crítico radical del sistema de dominación existente que mantenía
su poder por medios violentos. Que un hombre tuviera tales puntos de vista no
era un gran problema para las autoridades, pero al atraer a un público
significativo de seguidores, llegó a ser visto como una amenaza. Su muerte por
crucifixión indica que fue una ejecución por parte de Roma. La crucifixión era
una forma de pena capital que estaba reservada para aquellos que desafiaban la
autoridad romana”.
Marcus Borg desafía
la idea de que la muerte de Jesús fue requerida por Dios como pago por los
pecados del resto de nosotros. Señala que esta idea no está representada en
ninguna parte de la Biblia, y de hecho no fue concebida hasta más de mil años
después de la muerte de Jesús. Sin embargo, la crucifixión de Jesús la provocan
varias circunstancias que no tienen que ver con el pensamiento revolucionario y
querer efectuar un derrocamiento militar frente al dominio romano, sino señalar
la complicidad de las autoridades religiosas judías y el grado de corrupción de
los sacerdotes del Templo. Los sacerdotes que oficiaban la vida religiosa se
habían convertido en jueces y autoridades civiles, recaudaban impuestos para el
Cesar de la pobre gente del pueblo y habían convertido el templo de Dios en
cueva de ladrones explotando al campesinado. Otro de los desafíos de Borg se
refiere a la resurrección literal de Jesús, de algo mágico que le ocurrió al
cuerpo de Jesús. Sugiere este autor ver la historia de la resurrección como una
parábola, donde el poder del imperio no pudo con la extensión del mensaje de
Jesús. No es necesario que Jesús naciera de una virgen a la que la religión
católica llega a considerar Corredentora, Intercesora y concebida sin pecado
original, Inmaculada. Dice Borg: “Y el Dios que este Jesús sigue no requiere un
sacrificio de sangre para satisfacer una deuda que siente que la humanidad le
debe. Este Jesús es un hombre, un hombre con notable sabiduría, coraje y
capacidad para inspirar a otros con su mensaje perdurable de paz y amor. Este
es un Jesús en el que puedo creer”.
Otro autor que enfrenta el cristianismo sin
ocultar lo que resulta de su investigación es John Dominic Crossan[6]En el
prólogo que Torres Queiruga hace a su libro El nacimiento del cristianismo cita el Salmo 82 describiendo el carácter de Dios que hace justicia frente a
los poderosos que oprimen a los débiles, a los huérfanos a los marginados. Hay
un diálogo con Jesús por parte de Crossan que enfrenta su sinceridad y
honestidad intelectual ante lo estudiado:
- Gracias, Dominic, por no falsificar mi
mensaje para adecuarlo a tus incapacidades. Eso ya es algo.
- ¿No es suficiente?
- No, Dominic, no es suficiente.
Una de las
conclusiones a las que llega el conocido cuento chino que copiamos más abajo se
refiere a que para ser
exitosos solo precisamos de la sencillez suficiente para “ser” sin pretender
“parecer”:
Hubo una vez un emperador que
convocó a todos los solteros del reino pues era tiempo de buscar pareja a su
hija. Todos los jóvenes se presentaron ante el rey, el cual les dijo: “Os voy a
dar una semilla diferente a cada uno de vosotros, al cabo de 6 meses deberán
traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganará
la mano de mi hija, y por ende el reino”. Así se hizo.
Todos los jóvenes del reino
estaban ocupados en cultivar sus plantas, pero había un joven que plantó su
semilla y no germinaba. Todos los demás jóvenes del reino no paraban de hablar
y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas. El
tiempo pasó y como no hay plazo que no se cumpla, llegó el día de presentarse
al castillo; todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y
exóticas plantas.
El joven de nuestra historia
estaba demasiado triste pues su semilla nunca germinó, no tenía humo de
siquiera presentarse en palacio, pero su madre le insistió en que debía ir pues
era un participante y debía estar allí, debía terminar lo que había empezado,
aunque no hubiera sido un éxito.
Con la cabeza baja y muy
avergonzado, el joven se presenta en palacio y se pone al final de todos los
contendientes, tratando de esconder la vergüenza de su maceta vacía. Todos los
jóvenes hablaban de sus plantas, y al ver a nuestro amigo soltaron en risa y
burla. En ese momento el alboroto fue interrumpido por el ingreso del rey,
todos hicieron su respectiva reverencia mientras el rey se paseaba entre todas
las macetas admirando las plantas.
Finalizada la inspección hizo
llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía;
atónitos, todos deseaban una explicación de aquella extraña acción. Al notar el
alboroto, el rey dijo: “Este es el nuevo heredero del trono y se casará con mi
hija, pues a todos ustedes se les dio una semilla infértil, y todos trataron de
engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor de presentarse
y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, real y valiente cualidades que un
futuro rey debe tener y que mi hija merece”.
Los análisis que se
suelen hacer de esta historia suelen referirse a los competidores del trono del
emperador unos con plantas hermosas y espectaculares flores y uno solo que no
había logrado ni el más pequeño brote en su yerma maceta. Conozco hombres de
éxito, con un lenguaje religioso perfecto, cuya fluidez de espíritu no deja de
alabar a Dios, utilizan el tono y la sabiduría perfecta para no incomodar, pero
no dejan de ser falsificadores con semillas impostoras y flores de increíble
belleza. Dominan y usan la teología del momento, aprenden los giros, la
oratoria, el “aleluya” y el “Jesús” en el momento adecuado, pero sin demasiada
novedad en su reflexión. Posiblemente siempre han creído que la meta y los
logros dependen de que la semilla germinara (tener fruto) y cuando no germina
se pone otra que lo haga. Están dispuestos a guardar el secreto porque lo
importante es el premio. La otra posición es la del hombre con la maceta cuya
semilla no germina. Han pasado los meses de calor, de riego adecuado, de
cuidados en la tierra pero ni el más mínimo tallo. Dios no se ha dignado llenar
de flores y belleza aquel espacio estéril. ¿Qué pensaríamos y sentiríamos
nosotros si tuviéramos que defender el resultado ante el Rey? ¿Acudiremos a la
religión, aunque sepamos que la semilla impostora no es la que nos ha dado el
Rey? Podemos agotarnos por la impaciencia y estar dispuestos a tirar la maceta
creyendo que no merecía la pena tanto esfuerzo. Sin embargo ser sincero nos
obliga a ser equilibrados y valientes. Ya han pasado los tiempos de Galileo,
donde el científico y el teólogo debían abstenerse de escribir sobre los
avances de la ciencia que traían controversia con la religión, especialmente
traían conflicto directo con la jerarquía de la iglesia católica. El poder de
la religión católica era todavía una poderosa fuerza política, pero sobre todo
se había apoderado del nombre de Dios para ejercer autoridad, controlando el
pensamiento e interpretando la realidad de lo divino y humano. Hoy el poder
religioso tiene otros matices menos violentos, pero también nos obliga a ser
valientes, nos invita a pensar sin miedo.
John Dominic Crosssan
Otro obispo como
Robinson, que sobresale también en este despertar de la “sinceridad” es John
Shelby Spong[7] a
quien las explicaciones tradicionales ofrecidas por la Iglesia cristiana le
parecían estar cada vez más anticuadas e irrelevantes. En la primera de sus
doce tesis dice: “El teísmo como forma de definir a Dios está muerto. Dios ya
no puede ser entendido con credibilidad como un ser, sobrenatural en poder, que
vive por encima del cielo y preparado para invadir la historia humana
periódicamente para hacer cumplir la voluntad divina ". De modo que la
mayor parte del discurso teológico de Dios hoy en día no tiene sentido. Debemos
encontrar una nueva forma de conceptualizar y hablar de Dios”. Estas palabras
sonaron como las de Galileo y los dos obispos “sinceros” fueron atacados sin
piedad, ridiculizados por los lideres religiosos y contrastados con la Biblia
“Palabra de Dios”, dictada por Dios. La Biblia y la Iglesia no podían estar
equivocadas en el caso Galileo pues Dios habitaba los cielos en el nivel
superior de los tres niveles del Universo. La perspicacia de Galileo había desplazado
a Dios de su morada y, en última instancia, dejaría a Dios sin hogar. Si Dios
no habitara sobre el cielo, ¿dónde estaría Dios? El pensamiento de
Galileo había sacudido los cimientos de la cosmovisión cristiana y tendría que
ser declarado hereje. Además tendría que morir en la hoguera a no ser que
apostatara. Para ello se concertó con la fiscalía el modo de apostatar teniendo
que renunciar Galileo a sus conclusiones y admitir sus errores. Dice
Spong: después de Galileo, “ahora Dios no solo
estaba sin hogar, sino que cada vez más, Dios estaba desempleado. Dios ya no
tenía trabajo que hacer”.
Me resulta
llamativo el lenguaje de Spong pero es evidente que el concepto que tiene de
Dios está madurado y se separa de las infinitas teologías que pululan por las
iglesias y las representaciones que los seres humanos hacen de Dios. A la
pregunta del neurocientífico estadounidense, David Felten, sobre aquello que le
había ocupado toda su vida y aún no ha encontrado sus vías de expresión dice
Jack Spong: “Bueno, empecemos por el concepto básico de Dios. No creo que Dios
sea un ser y, sin embargo, se le considera como tal en todas las Iglesias. Yo
creo que Dios es el “Fundamento del Ser”. Esta expresión es de Paul Tillich. No
dice mucho a la mayoría pero a mí me ayuda a expresar de otra manera lo que es
Dios. Creo que Dios impregna el mundo. Podría muy bien ser que Dios fuese el
fundamento de todo lo que es. Pero si intentas decir esto en la Iglesia no
resulta cómodo porque una expresión como ésta no ofrece seguridad. Una de las
cosas que pienso acerca de la Iglesia es que, si fuera realmente fiel a sí
misma, no daría seguridad. Transmitiría la capacidad de vivir en la
inseguridad. Pero esto no es muy popular. La gente prefiere vivir engañada.
Pero una Iglesia que fuera íntegra no los engañaría.
[1] Sincero para con Dios. (Honest to God ) John A. T. Robinson.
[2] Teología antes y después del obispo Robinson Honesto con Dios (1963) Lloyd Geering.
[3] Dios y la nueva física. Paul Davies. 1994.
[5] Encuentro con Jesús por primera vez. Marcus J. Borg; El primer Pablo. La recuperación de un visionario radical. Marcus J. Borg y John Dominic Crossan.
[6] El nacimiento del cristianismo. John Dominic Crossan.
Manuel de León es pastor de las Iglesias de Cristo en La Felguera y ha colaborado en el Consejo Evangélico de Asturias, siendo miembro fundador del Circulo Teológico de Oviedo. En el Seminario Menor de Toro realiza estudios de Latín y Humanidades, y Filosofía e Historia en el de Zamora. Posee la diplomatura de Magisterio por la Universidad de Zamora y obtiene un «master» de Teología en Madrid.
Ha publicado Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI 2 tomos, 1600 páginas, premio literario Samuel Vila 2012. También Historia del protestantismo en Asturias, Evangelización y propaganda en el siglo XIX. Una visión de la Segunda Reforma protestante en España y Las primeras congregaciones evangélicas en España.
Ha escrito tres novelas históricas: Tiempo de beatas y alumbrados premio Adán 2012, El hechizo del color púrpura y La hija del maestro.
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