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Un cristianismo con prisa - Por Ramón A. Pinto Díaz

 


«Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.» Hebreos 11:13

Uno de los grandes legados del cristianismo a la sociedad en sus diferentes etapas de desarrollo, es la visualización de nuestra vida en la metáfora del peregrino. Y hasta el presente se comprende la esencia de lo que se intenta comunicar con ella.  No obstante, el postmodernismo en el que vivimos ya no se siente cómodo ante esta metáfora, ya que representa todo aquello que desea erradicar y refundar, para dar cabida al ser humano postmoderno.

El peregrinaje es símbolo de los procesos lentos y difíciles que debemos enfrentar teniendo como aspiración un bien superior. Es señal de espera, por tanto, de paciencia. Sobre todo, es símbolo de propósito e identidad, algo que cada vez cuesta más a nuestra generación identificar y definir. Por ello, es natural que la figura del peregrino no sea inspiracional sino controversial. Es la continua advertencia de que no tenemos rumbo.

Y es que como bien señala Eugene H. Peterson, la figura del peregrino no surge sin previa inconformidad con la realidad presente[1]. Se debe experimentar la defraudación ante una sociedad que ofrece promesas ilusorias con cumplimiento al final de un arcoíris. Se debe decidir un cambio de vida, aguardando la esperanza que en otro lugar hay algo mejor que lo presente; algo que valga la pena aventurarse por el desierto e ir tras un nuevo rumbo.

John Bunyan refuerza este concepto en su célebre obra El progreso del peregrino. Su personaje principal Cristiano debe abandonar su ciudad natal pues pronto dejará de existir y deberá dirigirse hacia la Ciudad Celestial. Para ello, Cristiano debe renunciar a todo para emprender su viaje, incluso debe dejar a su familia quienes no desean acompañarle, lo que destaca el carácter personal en la decisión del peregrinaje.[2]

El peregrinaje no surge instantáneamente tras un pestañar, sino tras la reflexión y el anhelo honesto de alcanzar aquello superior. Se trata de aceptar que habrá un proceso, una caminata larga, e incluso un sacrificio; yendo gradualmente desde la esperanza en la promesa hasta su cumplimiento en la meta final.

Sin embargo, el filósofo Zygmunt Bauman, diagnostica acertadamente que el postmodernismo ha sepultado al peregrino. Se ha vuelto una figura poética y romántica, pero completamente olvidada. Ya que estamos inmersos en un mundo que no espera, que no cree en los proceso, y rinde culto a la inmediatez; un entorno que no cultiva tiempos de reflexión, pues todo lo que no sea producir o consumir es una absoluta pérdida de tiempo. Vivimos en una sociedad que va de prisa para todos lados, pero tristemente no llega a ninguna parte.

Para Bauman la figura del peregrino se ha adaptado al tiempo presente, y dividido en cuatro personajes:  Paseante, Vagabundo, Turista y Jugador[3].

El Paseante es quien «mata el tiempo» o «aplana calles» sin ningún propósito en ello, se detiene cuando algo le llama la atención hasta que otro elemento le distrae y continua su paso. El Vagabundo se diferencia del paseante en que es un desposeído que no genera vínculo con un lugar. Vagabundea hasta que se le ofrezca pertenecer a algo, pero será temporal, pues valora más su libertad de movimiento. El Turista, es un buscador de experiencias, toda nueva expresión será sujeto de su interés, el cual perderá tras el surgimiento de otra nueva. Pero dado que el Turista no busca un compromiso mayor, solo privilegiará lo superficial, lo liso y sin resistencia. Finalmente, el Jugador, para quien todo se trata de ganar o perder. Vive la tensión de la trivialidad que implica un juego y la gravedad del fracaso. Está inmerso en la dialéctica de lo obsesivo y lo burlesco.

Zygmunt Bauman

Cada uno de estos personajes son quienes componen hoy las comunidades cristianas. Y probablemente uno de los grandes desaciertos del cristianismo es no advertir anticipadamente la mutación de sus membresías. Es por ello por lo que los templos se han ido vaciando, y mientras algunos culpan a los feligreses tratándolos incluso de apostatas, otros ven en el dogmatismo el responsable del cisma entre religión y las personas. No estamos ante una crisis de espiritualidad, sino ante una crisis religiosa.

En un principio la religión era el medio de visualización de la experiencia espiritual[4]. Por ello la etimología de religión tendría su explicación en su carácter vinculante de los elementos espirituales[5]. No obstante, mientras el ser humano fue ampliando y profundizando su espiritualidad, los ritos de la religión se fueron fosilizando en su tiempo y lugar, renunciando a acompañar al ser humano en el rol explicativo de la espiritualidad. 

Yo mismo he vivido esa separación de la religión y la espiritualidad. Recuerdo muy bien la visita que me hizo un representante de la pastoral cuando yo estaba hospitalizado producto del cáncer que me aquejaba. Se negó a celebrar la eucaristía conmigo debido a que no era de su denominación. Tiempo después escuché a un pastor prohibir a sus líderes celebrar la eucaristía en sus visitas a enfermos postrados, ya que era rol exclusivo de él hacerlo. También he visto la exclusión a personas divorciadas, a hijos abandonado por sus padres, a personas LGTB+ y a la mujer en amplias esferas. Se trata de esto y mucho más. Se trata de ese monopolio que la religión ha intentado ocupar en la relación directa entre Dios y su creación.

Y en esto el cristianismo ha intentado desesperadamente buscar una solución que por un lado vuelva a llenar sus templos y a la vez le permita recuperar el prestigio que alguna vez tuvo.

Pero en el intento, más que abrir las puertas de los templos a la sociedad, comprenderla y acogerla, se instaló en medio de ella con una amplia oferta de experiencias, intentado captar la atención de los paseantes y turistas de Bauman. Ofreciendo los elementos de pertenencia al vagabundo. Y promocionando la posibilidad de prosperidad que a tantos jugadores seduce domingo a domingo.

El cristianismo se ha enfocado tanto en ofrecer experiencias a través de sus actividades, que su calendario litúrgico se asemeja más a la cartelera de los grandes cinemas, que a un lugar de encuentro y contención.

Las festividades religiosas ya no son puntos de reflexión y reunión, sino de actividades que prometen una experiencia de satisfacción y complacencia; renunciando a la centralidad de la «esperanza evangélica» a cambio de un «buenismo» completamente comercial.


Byung-Chul Han advierte que hemos perdido los tiempos de pausa, y en tanta exigencia de actividades los tiempos preparatorios a festividades, como adviento y cuaresma se han vuelto actividades en sí mismas
[6], lo que impide la reflexión y el tiempo contemplativo, que es la esencia de toda espiritualidad en el ser humano.

Han señala que la vida contemplativa ha sido reemplazada por una constante vida productiva, por lo que el tiempo se pulveriza en miles de microtiempos que se superponen y no dan cabida a las pausas.  Y una vida sin pausas es tan desesperante y enloquecedor como la melodía de una sola nota que suena sin detenerse.

Un cristianismo sin pausas es un cristianismo a prisa, delirante e irreflexivo. La carga de las actividades le impide pensar el sentido de estas, solo le resta correr para no morir bajo la estampida de las otras instituciones que también corren tras nada, sin pausas, hacia ninguna parte.

Todo indica que es tiempo de recuperar la esencia del peregrinaje, con el intensivo enfoque en la paciencia y la espera. O bien, verbalizar uno de los personajes más emblemáticos del mensaje de Jesús. Es tiempo de samaritar, es decir, el tiempo de ser samaritanos con los demás. No basta con emprender un rumbo hacia un futuro mejor, si en el camino ignoramos a quienes sufren y necesitan esperanza. Samaritar será ofrecer asistencia y aceptarla en reciprocidad; valorar tanto el avance como la pausa; trabajar en comunidad y valorar los tiempos de soledad; aspirar a una meta mediante un propósito que se vincule con dar a otros lo que gratuitamente hemos recibido.

En este mismo sentido Bonhoeffer señala:

«Su misericordia nos ha enseñado a ser misericordiosos; su perdón, a perdonar a nuestros hermanos. Debemos a nuestros hermanos cuanto Dios hace en nosotros. Por tanto, recibir significa al mismo tiempo dar, y dar tanto cuanto se haya recibido de la misericordia y del amor de Dios. De este modo, Dios nos enseña a acogernos como el mismo nos acogió en Cristo: “acogeos, pues, uno a otros como Cristo os acogió” (Rom 15:7)»[7]

La prisa del cristianismo lo ha llevado a favorecer a quienes aportan a su activismo y excluir a quienes son su lastre. A renunciar a la diversidad comunitaria, privilegiando el sectarismo y la exclusión. Se ha puesto como meta porfiar en una agenda copada de actividades, olvidando en ello a las ovejas heridas y perdidas.

Y helo aquí, el mayor crimen de la prisa cristiana… olvidar al prójimo.

Como peregrinos o samaritanos corriendo no construimos un futuro, ni tampoco se alcanza la meta; antes moriremos en el olvido de la inmediatez y en la sequedad de la superficialidad.  Por ello es elocuente la visión comunitaria de Moisés, «Nos van a acompañar nuestros jóvenes y nuestros ancianos; también nos acompañarán nuestros hijos y nuestras hijas, y nuestros rebaños y nuestros ganados, pues vamos a celebrar la fiesta del Señor. (Ex 10:9)».

Moisés sabía que todos los mencionados atrasarían enormemente el avance del pueblo obligándoles a un lento andar. No obstante, dado que en el desierto se avanza de oasis en oasis, las pausas son fundamentales para el descanso, y la lentitud es solidaridad con quienes no pueden ir rápido. En el oasis, el agua es la imagen de la espera[8]; y caminar en comunidad la imagen del avance. No cansa y renueva diariamente el espíritu.

Cuando el cristianismo renuncie a la prisa que hasta un caracol se pueda sumar a su andar…volverá a dar la «esperanza».

 

Notas:

[1] PETERSON, Eugene H. Una Obediencia Larga En La Misma Dirección, Miami: Editorial Patmos, 2005, pág. 21-31.

[2] BUNYAN, John, El Progreso Del Peregrino (Ilustrado) Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2013, pág. 16-18

[3] BAUMAN, Zygmunt, De Peregrino A Turista, O Una Breve Historia De La Identidad, en HALL, Stuart y du Gay, Paul (compiladores), Cuestiones de Identidad Cultural, Buenos Aires-Madrid: Amorrortu editores, 2003, pág. 40-68.

[4] CHOZA, Jacinto, El Culto Originario: La Religión Paleolítica, Sevilla: Thémata, 2016, pág.30-33.

[5] GOLUB, Iván, El Último Día De La Creación, Salamanca: Ediciones Sígueme, 2019, pág. 16-17.

[6] HAN, Byung-Chul, El aroma del tiempo, Barcelona: Herder, 2020, pág. 60-66.

[7] BONHOEFFER, Dietrich. Vida en Comunidad, Salamanca: Ediciones Sígueme, 2019, pág. 18.

[8] WEIL, Simone, El Conocimiento Sobrenatural, Madrid, Trotta, 2003, pág. 52.


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Comentarios

  1. Que buena mirada al cristianismo y la religión en estos tiempos modernos

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