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La salud mental y el cristiano - Por Adrian Aranda



Los problemas de salud mental, aún en pleno siglo XXI, siguen siendo un tema tabú en nuestras sociedades contemporáneas. El estigma y el autoestigma están diseminados en diferentes ámbitos de la sociedad y de la vida humana, lo que hace muy difícil reconocer o contar a terceros, cuando se padece de enfermedades de salud mental.
En el ámbito evangélico es aún más difícil. El literalismo, que hoy más que una doctrina de fidelidad, es una fobia a faltar al contenido de verdad de las Escrituras (mal comprendida). Esa fobia, alimentada por la culpa, ha inhibido toda reflexión sobre cómo es posible una comprensión acertada de las Escrituras -siendo fieles a la misma- sin ignorar los grandes pasos que ha dado la hermenéutica desde el siglo XIX hasta nuestro presente.
Todo el Nuevo testamento está atravesado por la concepción griega del Ser y la Verdad. Las Epístolas fueron escritas bajo un paradigma que comprendía al Ser y la Verdad en la dimensión de lo atemporal y lo ahistórico, relegando por completo la subjetividad humana, entendida como percepción falsa de un mundo donde el devenir del tiempo (entendido como cambio) impedía que el Ser y la Verdad puedan darse.
Es curioso que san Agustín no ignoraba la relación dialéctica que debe darse entre la subjetividad humana (entendida como finitud) y el fenómeno para que pueda darse una comprensión acertada y que no termine siendo fóbica y errática. Dice en Confesiones, III:VII:

¿Quiere decir esto que la justicia es varia y mudable? No, sino que los tiempos que rige y preside no son siempre los mismos, pues su naturaleza es mudable. La vida del hombre es breve y por lo mismo, este no puede, desde su propia perspectiva , ver la relación de los tiempos y de las gentes pasadas, que no ha visto, ni experimentado, con las de nuestro tiempo que le son familiares [...] Pues bien, condena las costumbres de aquellos tiempos y acepta las de estos.

Si hubiésemos prestado más atención a estas palabras de Agustín quizá el espíritu del cristianismo tendría aquella ternura que Kant defendía. Pero aún estamos a tiempo. Este preámbulo anteriormente descrito es necesario para entender el trasfondo de la incomprensión que sigue habiendo en las Iglesias Evangélicas (no en todas) con respecto a la salud mental. A pesar de los conocidos casos de suicidios de pastores y líderes espirituales en los últimos años, un sector conservador de la Iglesia Evangélica, en diversos grados sigue sin comprender y sin atender las patologías de salud mental, de las cuales ningún cristiano está libre. Desde la radicalidad de rechazar la Psicología, la Psiquiatría y los medicamentos, hasta el hecho de marginar, excluir y estigmatizar a quien sufre problemas de salud mental, son moneda corriente en muchas congregaciones que se niegan a atender esta problemática con las herramientas que actualmente tenemos, y creyendo ser fieles a las Escrituras, atribuyen los padecimientos psíquicos a demonios, a inmadurez espiritual, a pecados ocultos, lo que termina provocando una vulneración de segundo orden en la persona que está sufriendo, pues a parte del sufrimiento que la patología misma le causa, la Iglesia, el lugar donde debería recibir ayuda, le termina causando más daño, no por mala voluntad, pero sí por una gran ignorancia sustentada implícitamente en lo desarrollado al comienzo de este artículo.



Nos urge realizar como Iglesia Evangélica una actualización hermenéutica, aquello que Gadamer llamó fusión de horizontes, es decir, un proceso dialéctico entre nuestro presente y la tradición, que para Gadamer eran las mismas condiciones de posibilidad de la comprensión humana.

El dualismo ontológico heredado de los griegos y de la Modernidad, nos hace concebir al ser humano como una dualidad de corporalidad por un lado, y mente por otro. Y colocamos el yo en la mente misma, pues si se nos quiebra una pierna podemos decir “mi pierna está quebrada”, ¿pero qué si se nos enferma la mente? Ya no es algo externo sino nosotros mismos, si el yo se enferma, la enfermedad somos nosotros mismos. Esto es lo que hace tan difícil aceptar para uno y para terceros, cuando se está padeciendo problemas de salud mental. Pues ya no tenemos un problema de salud, el problema somos nosotros. Y a pesar de los esfuerzos del pensamiento del siglo XX por mostrar las inconsistencias de concebir al ser humano como un sujeto dual, e intentar fundamentar la integralidad del ser humano, aún en el imaginario colectivo predomina una idea borrosa pero latente de un ser humano dual.

Algo que nos hizo ver la Pandemia COVID-19 es nuestra condición humana en su total desnudez, que se podría englobar en finitud, fragilidad y vulnerabilidad. La palabra finitud proviene del latín y tiene que ver con la cualidad de tener fin o límites; fragilidad es la cualidad de ser quebrado y vulnerabilidad, el estar expuesto a sufrir un daño.
 Elias Canetti comienza su obra Masa y poder con el siguiente enunciado:

Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño [...] Todas las distancias que el hombre ha creado a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado [...] a ser tocado por algún repentino e inesperado ataque procedente de las tinieblas.

En esta sublime reflexión, lo que más se destaca ante la primera lectura es el “ser tocado”, tocado por lo extraño. ¿No es una patología de salud mental un acontecimiento que nos “toca”? Que nos toca en el sentido que nos hace sentir el peso del mundo, de un mundo complejo, que comprendemos poco, y que frecuentemente mediante intentos fallidos intentamos categorizar para sentirnos más seguros, para anestesiar ese vértigo y angustia que nos trae encontrarnos con la hostilidad del mundo.

Vivimos tiempos en que el peso del mundo nos está golpeando, nos está poniendo cara a cara con nuestra mortalidad, con nuestra cualidad de seres temporales, con aquello que es más intrínseco a la condición humana: nuestra finitud. Pero eso no es del todo malo, el reconocimiento de nuestra condición humana en su desnudez, puede posicionarnos en un lugar donde podamos aceptar en nosotros o en otros, las patologías de salud mental, y por ende, buscar la ayuda profesional pertinente. Pues una condición esencial para poder atender la problemática de la salud mental es reconocer su existencia en sí mismo o en otros como lo que es: Una enfermedad...


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Adrian Aranda es escritor y ensayista. Estudiante de grado de Filosofía en la Universidad de La República de Uruguay. Asesor de Ética para la ONG La Barca. Colaborador en la Cátedra de Historia y Filosofía de la Ciencia, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.







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