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La espiritualidad nacida en el silencio - Por Manuel de León



Antes de llegar al reino de las creencias, anterior al pensamiento, anterior a las palabras, el silencio antecede a nuestras ideas y conocimiento de Dios. Para el antropólogo y teólogo jesuita Javier Melloni, dice que “Las creencias dan cierto conocimiento de lo trascendente, pero también lo reducen a determinadas categorías. La espaciosidad del silencio va más allá del campo acotado por nuestras imágenes y conceptos sobre Dios. El modo de proceder de la mente actúa por causa-efecto, elaborando premisas y lenguaje. Las palabras organizan secuencias de significado y con ello tratan de capturar la realidad. Acallarse implica alcanzar un conocimiento anterior a la categorización del lenguaje” . La Biblia -dice Melloni- se comunica por medio de la Palabra y Cristo, el Verbo y el Logos, es la misma Palabra de Dios. ¿De qué silencio se trata entonces? El poeta y novelista Rilke, había escrito en sus años de juventud: “Aunque no lo queramos, Dios madura”. El madurar que se produce a pesar nuestro no es el de Dios, sino el propio y el de las imágenes que tenemos o nos hacemos sobre Él. Tanto ese tener como ese hacer resultan insuficientes. Por ello han de madurar, tal como también vamos madurando nosotros”. La misma ciencia madura en su comprensión de la realidad y que tiene que aceptar su radical ignorancia. Por ello hacemos nuestra la contundente expresión del Maestro Eckhart: “Pidamos a Dios que nos libre de Dios y alcancemos la verdad plena”. Toda imagen sobre Dios y toda palabra sobre Él ya no son Dios. Cuando decimos “Dios” ya nos estamos separando de Él porque lo estamos convirtiendo en una cosa diferente a nosotros. Por tanto, -dice Melloni- el problema no es creer que Dios exista, sino que exista como nos lo imaginamos. Mientras no nos silenciemos a nosotros mismos, todas nuestras creencias o imágenes de Dios serán meras segregaciones de nuestro yo. Mientras damos por supuesto el yo y sus construcciones, no nos cuestionamos sobre lo que el yo crea, imagina o piensa. Silenciarnos es desasirnos de nosotros mismos para desplazarnos a un lugar originario que el Maestro Eckhart llama Deidad, donde Todo es Uno”.

En muchas partes de este libro hemos considerado que la realidad Suprema no es una cosa más entre otros objetos, por muy Supremo que lo consideremos. Lo Supremo no es un ser, sino la posibilidad de ser. Mientras cosifiquemos a Dios, lo comprimimos y nos separamos de Él como sujetos. Las religiones están en el reino de las formas y de los contornos. Son legítimas mientras sean conscientes de donde se sitúan, pero tienden a olvidarlo y a absolutizar la representación particular con que identifican el misterio. Estas cuestiones para una teología como la cristiana acostumbrada al escolasticismo y filosofía religiosa no se entienden bien. Sin embargo, en palabras de otras tradiciones “lo que no se puede pensar con el pensamiento y, sin embargo, es por lo que el pensamiento piensa, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran. Lo que no se puede ver con los ojos y, sin embargo, es por lo que los ojos ven, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran. Lo que no se puede oír con el oído y, sin embargo, es por lo que el oído oye, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran. Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y, sin embargo, es por lo que ese aliento respira, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran”. Este silencio de toda idea sobre Dios para situarse en un estado de percepción anterior al concepto, sin embargo, también sería pensar a Dios y la mística no trata de pensar a Dios, sino desde Dios. Estaríamos en ese marco bíblico de 1ª Corintios 2:14 LBLA “Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente” Dice Melloni también: “La palabra es el éxtasis del silencio y remite continuamente a él como a su lugar matricial. El silencio no es ausencia de palabra, sino su raíz, allí de donde emerge y se sumerge de nuevo para brotar renovada una y otra vez. “Jesús es la palabra que procede del silencio”, escribió Ignacio de Antioquía;19 y también: “Quien de verdad posee la palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio”.20 En palabras de Raimon Panikkar, “Únicamente la palabra que surge del silencio es auténtica palabra capaz de comunicar algo”.



Huston Smith hace un repaso por muchas de las religiones y nos muestra otro matiz en las palabras y nos dice que jamás las palabras nacieron escritas sino verbalizadas. La cultura oral dice Ángeles Marco “logra su supervivencia a través de la memoria individual y colectiva. En pueblos como las Nuevas Hébridas, los niños aprenden mediante un aprendizaje oral: escuchando y observando. No de otra forma aprenden El Corán los niños en las escuelas islámicas (madrasas), y los hebreos el Talmud (Ley escrita) en las sinagogas. La memoria es fundamental en la difusión y la fijación de las palabras sagradas. Más aún, este método educativo, permanente y vigorizante, provoca un efecto muy determinado en sus participantes. Todos alimentan ese cúmulo de conocimientos vivos, a la vez que reciben un flujo de información que configura y sustenta sus vidas. La tradición oral se erige en fiel transmisora de un legado cultural en el que se reconocen e identifican los miembros de la tribu”. Sin embargo, “en las religiones históricas, si la transmisión oral es importante, la escrita lo es aún más. No olvidemos que la Torá fue dada a los israelitas como palabra escrita en las Tablas de la Ley a través de Moisés. La Biblia es La Escritura con el sentido de “El Libro” por excelencia. La escritura nace con la finalidad de preservar la palabra del olvido, que es el silencio cognitivo que deviene con la falta de entrenamiento en la memorización de la palabra sagrada”.

La palabra escrita permitió liberar la mente para crear un pensamiento abstracto y original, proteger contra el silencio del olvido y permitir al hombre sentir lo sagrado a través de otro conductos. Mientras en la Edad Media aleccionaba al pueblo a través de canales silentes como el “pórtico de la gloria” en la catedral de Santiago, los capiteles de las iglesias, labrados con animales mitológicos y escenas apocalípticas, infundiendo temor a sus feligreses no solo por los gritos de aquellos sermones sino con la imagenería de la Pasión de Cristo y otras pinturas y labrados del Antiguo Testamento. La palabra, así como la supresión de esta, el silencio, sigue teniendo un poder social incuestionable, bien como estrategia de persuasión, bien como acto de violencia. Dice Ángeles Marco que “Sin la palabra escrita sería inconcebible la civilización mediterránea. No obstante, la victoria del logos sobre el mythos se halla contaminada o filtrada por el pensamiento mítico, dado que este hizo de la escritura una concesión divina, con la finalidad de preservar la supervivencia de la palabra sagrada. Mclagan observa que al recibir el encargo de copiar la Torá, se le advirtió al rabino Meir que hiciera su trabajo escrupulosamente porque era obra de Dios. Tal debía ser el empeño puesto en la tarea que en caso de omitir una sola letra o añadir una de más, corría el riesgo de destruir el mundo entero”.

Posiblemente ya éramos conscientes del valor de la palabra y de la importancia que en el antiguo Egipto tuvieron los escribas, pero en el mundo de hoy ya no somos conscientes del silencio. Sin embargo dice Max Picard : “No es posible representarse un mundo en el que solo exista la palabra, pero sí podemos representamos un mundo en el que solo exista el silencio ”. Cuanto más extendida está la comunicación más intensa se hace la aspiración a callarse. Es necesario escuchar el pálpito de las cosas antes de que sea anulada nuestra mente y pensamiento en ese torrente de emociones de la vida diaria que acaba ensombreciendo el valor de la palabra y la relega al olvido. La saturación de las palabras que no dicen nada es lo que nos lleva a la fascinación por el silencio como ocurrió en los monasterios medievales. Le Bretón cita a Kafka sobre este canto al silencio: “Ahora, las sirenas disponen de un arma todavía más fatídica que su canto: su silencio. Y aunque es difícil imaginar que alguien pueda romper el encanto de su voz, es seguro que el encanto de su silencio siempre pervivirá". En la espiritualidad humana, cuando el creyente quiere expresar el fervor religioso, la palabra, el lenguaje, es inútil para expresar la presencia del Dios inefable". Dice el filósofo Vladímir Jankélévitch: “Lo inefable es inexpresable, porque no hay palabras para ponderar o definir un misterio tan rico; porque habría muchas cosas que decir, sugerir y contar. . . Lo inefable es inexpresable en cuanto que lo es infinitamente . . . La poesía o las ganas de crear que suscita en nosotros la inspiración de lo inefable, nos promete un apasionante futuro de poemas y meditaciones". Ya en el Medievo Ángela Foligno se atrevía a decir “Blasfemaré si nombro a Dios”.



No se puede negar que el mundo religioso actual, incluido el protestante en general, ha basado la teología de la salvación (soteriología) y de la fe (gracia) en el oír la Palabra. En los cultos apenas hay silencios, no hay exigencia de callarse. De manera incansable, se trata de expresar la imposibilidad de decir, entregándose a la música cultica con emoción y júbilo tras un torrente de frases laudatorias que intentan dar nombre a la inmensidad divina. “Pero conviene insistir, sin descanso, en la carencia de voz, en la urgencia ardiente, que lleva a recurrir al silencio para no traicionar a Dios” dice Le Breton. La comprensión de Dios en el hombre caído es imposible, pero el ser humano de los nuevos cielos y nueva tierra tiene toda la eternidad para admirar toda la belleza y grandeza de Dios. No me preocupa ser místico, ni subir a los cielos del éxtasis, porque no tendré memoria de este mundo. Isaías 65:17: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. “No existe, pues, ningún nombre para designar a Dios y no se puede ni definirlo, ni conocerlo, ni sentirlo, ni juzgarlo" -dirá Platón en el Parménides. Es cierto que ante Dios, la lengua se libera y logra momentos de elocuencia, no hay que recurrir siempre al silencio para evitar que su relación Íntima con Dios quede reducida a un significado demasiado abstracto, sin definición. Vivir en el espíritu del silencio se parece a Moisés alcanzando una contemplación de Dios, al no poder hablarle, deambulando por Ia nube del desconocimiento. Acudirá al desierto donde el silencio es más dialogante en busca de una purificación de los sentidos y del alma, para aproximarse a Dios mediante la disciplina del silencio y Ia meditación.

El campo de lo teórico, de la razón, para quienes no somos filósofos ni teólogos, no solo está alejado de lo práctico y de la experiencia religiosa que habla de cosas de Dios a las que no se pueden definir. Juan Antonio Mackay , amigo de Unamuno en su etapa salmantina, ilustró estos dos estados y tipos de interés en cuestiones religiosas llamando a unos “balconeros” y a otros “los caminantes”. En España el balcón es un voladizo de la ventana de la casa y es un lugar donde se ve pasar a la gente y se puede hablar con ella intercambiando opiniones y noticias o simplemente criticando su manera de andar o de vestir. El cómico José Mota ha puesto de moda otra forma de mirar creando la “vieja del visillo”, escondida tras los pliegues de sus cortinas. Como espectadores solo su conocimiento es teórico. Sin embargo los que pasan por la calle son esencialmente prácticos. Tiene que saber el camino a tomar y experimentar las rozaduras del camino. Para el cristiano de “balcón” y para el cristiano “viajero” son diversas formas afrontar la vida. El balconero solo tiene el ideal de mantenerse al margen de problemas, sin ligaduras de adhesión, sin pasión por comprender la cosas objetivamente. Esta actitud es útil y legítima para la ciencia porque el científico va en busca de la verdad universal, sin excepciones, sin contradicciones ni paradojas para alcanzar un visión objetiva de las cosas. El científico obtendrá el éxito si logra reducir su conocimiento en un enunciado y en una simple ecuación. Sin embargo -dirá Mackay- los grandes descubrimientos científicos se han originado alrededor de preocupaciones de carácter ético o religioso como es el caso que llevó a Alexander Símpson a descubrir el cloroformo, y a George Wáshington Cárver a descubrir los usos del cacahuate. Al científico resulta difícil elaborar una interpretación de la vida y del universo. Se convierte en una sabedor de una esfera exclusiva de la realidad pero sabe menos de todo lo demás de todas las realidades a su alrededor que tratará siempre como objetos sin naturaleza propia.

 Así pasa con Dios, que es eternamente sujeto y nunca puede ser reducido a objeto. El pensamiento humano no puede, bajo ninguna circunstancia, descubrir el secreto del universo. Tampoco la racionalidad humana constituye la medula en el ser humano, porque la realidad de una naturaleza corrupta y tendente al mal, deforma la visión del balconero y la vieja del visillo y hace variar el panorama humano que contempla. Son los puros de corazón los que ven a Dios, descubren Su voluntad y beben de su Palabra. Los que descienden del Balcón al Camino son los que pueden entender verdades espirituales imposibles de ver si no se anda el camino. Mackay en 1946 era Director del Seminario Teológico de Princeton y Unamuno, amigo de muchos protestantes, vivieron tiempos de marejada intelectual: Dirá Mackay: “El conocimiento más profundo que los hombres de nuestra época están adquiriendo, concerniente a las cosas humanas y divinas, se debe al hecho de que circunstancias adversas los han expulsado del Balcón en que vivían en épocas de prosperidad, y los han lanzado al Camino, donde lo real tiene su morada imperecedera. Para Soeren Kierkegaard hay dos tipos de experiencia religiosa o religiosidad en el camino que lleva al encuentro con Dios: una experiencia que es expresión del esfuerzo humano para alcanzar a Dios, asaltar la ciudadela de los cielos para alcanzar la unión con lo divino y que Deissman llama “misticismo en acción”: otra a la que llama este autor “misticismo en reacción, donde el ser humano responde a la iniciativa divina.



Es evidente que el protestantismo entiende la mística como encuentro con Dios, un remover a todo el ser humano y un fuego consumidor que perturba al caminante: “Al recorrer los documentos bíblicos, el buscador se halla en un mundo extraño y nuevo. No es un mundo de ideas, donde se provee al viajero de información acerca de Dios. Es un mundo en que Dios Mismo habla, en que los hombres lo escuchan, en que suceden cosas extraordinarias. El viajero se encuentra, no en medio del silencio de un místico oriental, sino en un campo de batalla en que se desarrollan a su derredor acontecimientos dramáticos. Las voces que oye, hablan con mucho más frecuencia en primera y segunda personas que en la tercera. Al escuchar con atención, llegan a su oído preguntas como éstas: "¿Quién eres?", "¿Dónde estás?", "¿Qué haces aquí?", "¿Qué has hecho de tu hermano?" Y en seguida comienzan a resonar voces de mando: "Haz esto y vivirás", "Venid a mí", "Creed en mí", "Sígueme". Voces humanas parecen responder: "Soy hombre de labios impuros", "Ten misericordia de mí que soy pecador", "Creo, Señor, ayuda mi incredulidad", "Querríamos ver a Jesús". El buscador se siente aludido y apremiado. Se da cuenta de que él también tiene que resolverse y llegar a una decisión. Se ve abrumado por la conciencia de la realidad y majestad de Dios, cuya existencia no se hace materia de prueba en la Biblia, sino que es en todas partes asumida como un hecho, y a quien se presenta como siempre en actividad, aunque a veces oculto. Si el buscador pensó alguna vez que la Biblia le iba a ofrecer datos para un tranquilo estudio "científico" de Dios, su ilusión se ha desvanecido”. Sin embargo, por místico que fuera San Juan de la Cruz, no pudo evitar sentirse influenciado por la Escritura, donde no hay rastro de misticismo ascético como se supone en estos grandes visionarios del alma.

Nathan Soederblom describe así el Dios del Antiguo Testamento: “En el Antiguo Testamento", escribe este gran arzobispo luterano sueco, "todo es acción, situaciones, historia. Se apodera de la personalidad una potencia apasionada. Aquí Dios no es nunca un problema. Está soberanamente cerca, peligroso, terrible, insistente. Se conoce, seguramente, a todos dioses, pero adorarlos es para el pueblo del Señor un adulterio que merece castigo. En todo momento, en la vida de los pueblos y los individuos, Dios está en acción. La gran cuestión no es las emociones del alma, los ejercicios del cuerpo y el espíritu, y, finalmente, la percepción del Eterno. La gran cuestión es constantemente el bien y la justicia. Con una pasión no igualada en los anales de la especie humana, los profetas se hallan dominados de una pasión por la justicia y la verdad, aun a costa del dolor y de ser rechazados ellos y su amado pueblo. La absorción en el cosmos, y la paz contemplativa del alma, son algo que se busca en vano en las Escrituras".


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Manuel de León es pastor de las Iglesias de Cristo en La Felguera y ha colaborado en el Consejo Evangélico de Asturias, siendo miembro fundador del Circulo Teológico de Oviedo. En el Seminario Menor de Toro realiza estudios de Latín y Humanidades, y Filosofía e Historia en el de Zamora. Posee la diplomatura de Magisterio por la Universidad de Zamora y un «máster» de Teología en Madrid.

Ha publicado Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI (2 tomos, 1600 páginas), premio literario Samuel Vila 2012. También Historia del protestantismo en AsturiasEvangelización y propaganda en el siglo XIX; Una visión de la Segunda Reforma protestante en España y Las primeras congregaciones evangélicas en España.

Ha escrito tres novelas históricas: Tiempo de beatas y alumbrados premio Adán 2012, El hechizo del color púrpura y La hija del maestro.





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