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Cristianismo y cultura. Una relación accidentada - Arturo Rojas



primera vista parecería que un tema como el del título no tiene relación con el día a día de la vida del creyente, sino que es una discusión reservada al campo académico. Pero esta impresión es equivocada pues la relación entre cristianismo y cultura pasa por asuntos tan cotidianos y debatidos de la práctica cristiana como, por ejemplo, establecer si el baile, la música secular, las bebidas alcohólicas, así como los avances tecnológicos ─todos ellos productos culturales─ están permitidos o prohibidos para los creyentes. De hecho un buen número de iglesias fundamentalistas y legalistas condenan a ultranza los señalados aspectos de la cultura secular calificándolos como pecaminosos, procurando aislarse entonces del mundo para no contaminarse con estas actividades presuntamente “mundanas”. Hay incluso denominaciones que han llegado a prohibir la asistencia de sus miembros a las salas de cine debido supuestamente a que esto equivaldría a sentarse en “silla de escarnecedores”, actividad censurada en el salmo 1:1 tal como se lee de manera literal en la traducción de la Biblia conocida como Reina Valera del 60.

Pero más allá de estas interpretaciones descabelladas y extremas de las Escrituras que no dejan de causar hilaridad a los sectores educados de la sociedad secular en el mejor de los casos, cuando no contribuyen más bien a desprestigiar a la iglesia ante sus ojos de manera gratuita reforzando ese equivocado cliché que considera al cristianismo como una doctrina de fanáticos ignorantes y desadaptados; lo cierto es que la relación entre cristianismo y cultura subsiste como una relación problemática y algo accidentada a lo largo de la historia.



La cultura

Para entender mejor el meollo del asunto debemos comprender primero qué es la cultura, palabra conocida, llevada y traída por muchos, pero poco comprendida. Tal vez la mejor y más escueta definición de cultura corre por cuenta de Ortega y Gasset quien se refirió a ella como todo aquello de artificial que hay en el hombre. Es decir, todo aquello que no nos viene dado en la naturaleza virgen, sino que implica un trabajo por parte del ser humano que aporte un valor agregado a lo que la naturaleza provee. La ropa, por ejemplo, para no ir tan lejos, es cultura, puesto que la naturaleza nos arroja desnudos al mundo. Toda construcción humana producto del trabajo y la creatividad del hombre es, pues, cultura. Y la verdad es que los ataques contra la cultura no provienen únicamente de toldas cristianas ─en particular sus sectores más fundamentalistas y legalistas─ sino también del pensamiento secular. Así, en la edad moderna Rousseau puso de moda la idea de que el retorno del ser humano a vivir de manera sencilla en contacto con la naturaleza era la solución a toda las problemáticas generadas por la cultura humana en el complejo contexto de la sociedad, a través de su conocida frase: “El hombre nace puro, pero la sociedad lo corrompe”.

estas interpretaciones descabelladas y extremas de las Escrituras que no dejan de causar hilaridad a los sectores educados de la sociedad secular en el mejor de los casos, cuando no contribuyen más bien a desprestigiar a la iglesia ante sus ojos de manera gratuita reforzando ese equivocado cliché que considera al cristianismo como una doctrina de fanáticos ignorantes y desadaptados;

De este modo, la cultura adquiere ribetes problemáticos y hasta malévolos en los tiempos en que vivimos, pues se le considera la fuente de la corrupción del individuo, de donde hoy por hoy el término “artificial” con el que Ortega y Gasset definió a la cultura es visto con sospecha pues está muy devaluado al contrastarlo con lo “natural” que ha sido a su vez exaltado y sobrevalorado. Basta observar como la publicidad exalta lo natural como si lo artificial fuera malo por sí mismo en un velado regreso al panteísmo de muchos pueblos paganos de la antigüedad, como si de este modo se quisieran expiar en algo los excesos y abusos culturales en los que han incurrido las grandes civilizaciones, tanto modernas como antiguas, a lo largo de la historia.

Para reforzar esta imagen negativa de la cultura, grupos sectarios como los Testigos de Jehová y otros similares logran cautivar a sus oyentes vendiéndoles la idea de un futuro reino de Dios descrito e ilustrado con imágenes paradisíacas de un mundo en total contacto con la naturaleza en donde el león habita pacíficamente con el cordero y el niño de brazos juega con la serpiente ─imágenes bíblicas que suscribimos, por supuesto─ para proceder luego a ubicar al ser humano mismo vestido prácticamente con taparrabos y viviendo en cuevas, pues los edificios y el cemento en general, así como las comodidades, la tecnología y toda la infraestructura urbana y global de comunicaciones y transporte construida por el hombre estaría mandada a recoger. El llamado “mito del buen salvaje”[1] cobra fuerza ya no sólo en medios cristianos, sino también en el campo secular.



El mandato cultural

Lo cierto es que bíblicamente hablando la cultura no es buena ni mala por sí misma, sino ambigua, es decir que combina lo mejor y lo peor del ser humano. Pero al mismo tiempo la cultura es algo ineludible a lo que no podemos sustraernos con todo y lo ambigua que pueda ser, pues de intentar hacerlo de manera por demás infructuosa, el remedio termina siendo peor que la enfermedad. Entre otras cosas porque Dios ordenó al ser humano hacer cultura cuando, aún antes de la caída en pecado de nuestros primeros padres, lo puso “… en el Jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidará” (Gén. 2:15). Después de todo cultivar y cuidar los recursos naturales no es más que hacer cultura de la manera ordenada. No en vano la palabra “cultura” proviene etimológicamente del verbo “cultivar”. Debido a lo anterior la tradición cristiana reformada se refiere a este versículo bíblico ─complementado por Génesis 1:28-29─ como “el mandato cultural” que todos debemos obedecer al margen de que la caída en pecado haya llegado a hacer de la cultura algo ambiguo y en muchos casos perverso que en vez de cultivar y cuidar se dedica más bien a cultivar, explotar y desvirtuar los lineamientos éticos seguros revelados por Dios al hombre en la Biblia, dentro de los cuales deberíamos ejercer nuestra actividad cultural. La cultura no es, entonces, lo opuesto a la naturaleza, sino su complemento que debería llevarla a su punto más elevado, pero no para la auto exaltación del hombre, sino para la glorificación de Dios. Dicho de otro modo, la cultura bien entendida no está en contra de Dios y la naturaleza, sino que la cultura es lo natural en el hombre si de obedecer a Dios se trata.

La cultura no es, entonces, lo opuesto a la naturaleza, sino su complemento que debería llevarla a su punto más elevado, pero no para la auto exaltación del hombre, sino para la glorificación de Dios. Dicho de otro modo, la cultura bien entendida no está en contra de Dios y la naturaleza, sino que la cultura es lo natural en el hombre si de obedecer a Dios se trata.

Se ha dicho que el cristianismo crea en la iglesia una “subcultura” que, por cuestionar muchos de los aspectos masivamente aceptados de la cultura secular, algunos tildan equivocadamente de “contracultura”. Y esta designación es equivocada porque lo realmente contracultural son esos aspectos de la cultura secular que la doctrina cristiana cuestiona, censura y combate y que dan lugar a su vez, de manera inevitable, a una cultura alterna dentro de la iglesia, por simple contraste con los aspectos cuestionables de la cultura secular. Lo que el cristiano debe entonces hacer no es desechar la cultura, sino redimirla, pues para esto se encarnó Dios como hombre en la persona de Cristo: para redimir a la humanidad junto con todas sus construcciones culturales  encauzándolas de nuevo en la dirección correcta que, lejos de promover la auto exaltación del hombre, honre más bien a Dios promoviendo su gloria. Así, pues, no debemos rendirnos a las aplicaciones culturales y tecnológicas censurables, sino más bien contrarrestarlas mediante aplicaciones responsables en el espíritu de lo dicho por el apóstol cuando nos exhorta en estos términos “No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien” (Romanos 12:21) y nos recomienda también someterlo todo a prueba aferrándonos a lo bueno (1 Tesalonicenses 5:21).

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Notas:

[1] La creencia de los europeos en la bondad inherente a muchas de las comunidades primitivas nativas de América y otros lugares colonizados que viven de manera sencilla, en contacto directo con la naturaleza y sin toda la presuntamente cuestionable parafernalia cultural asociada a las grandes civilizaciones. Este mito fue recreado recientemente en la película Apocalypto por el director Mel Gibson, quien contrasta en ella al “buen salvaje” con los perversos y crueles representantes de la civilización azteca.



Arturo Rojas. Escritor y conferencista de temas cristianos en defensa de la fe y la sana doctrina, autor de libros como "Mensajes de Dios", "Creer y pensar", "Creer y razonar" y "Creer y comprender", que da nombre a su blog personal
 creerycomprender.com y a su ministerio.





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