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In culto, mors certa est (En el culto, la muerte es certera)- Vargas Vidal

Introducción

 

La muerte no va conmigo la vida va en fuego entero…
La muerte no va conmigo, la borro sobre mi tapa… 
El futuro es de la vida, los pueblos aman la vida, 
lo muerto no, la muerte no, los muertos no.
[1]


         Estos versos escritos por Patricio Manns, cantautor y escritor del grupo folklórico chileno Inti-Illimani, parecen describir la actitud moderna de evadir el tema de la muerte y el de los muertos. Nos preparamos para los nacimientos con lista de regalos, baby showers, compramos la cuna, la ropita (con los colores pertinentes al género, cualesquiera que sean esos colores), preparamos el cuarto, etc. Así estamos meses. Pero no nos preparamos para la muerte. Claro, la muerte no avisa. Sin embargo, algunas sí nos van preparando y es ahí donde la teología litúrgica y ritual de la muerte nos ayuda a procesarla mejor.  


Para el siglo XV comenzó la práctica interesante del ars moriendi (el arte del buen morir), el cual consistía en “practicar” la experiencia del morir. La Edad Media se vio caracterizada por muchas muertes causadas por plagas, infecciones y mujeres que morían al dar a luz y por eso la mayoría prefería morir en sus hogares. Los sacerdotes medievales instruían a sus feligreses a que, durante el proceso de muerte, llamaran al clero y al médico. Debido a que la muerte en este siglo estaba a flor de piel, era menester prepararse para la muerte mientras había salud. El clero consideró sabio enseñar al laicado a ministrarle a los moribundos y así ayudarles en la tarea del cuidado pastoral. Para lograr esto los teólogos y cleros diseñaron una variedad de libros conocidos como ars moriendi. Originalmente escritos en latín, estos manuscritos circularon antes de la invención de la imprenta. Incluían exhortaciones a los moribundos a confesar sus pecados, preguntas a los moribundos dirigidas a obtener una confesión de fe, oraciones para hacer con, y por, el moribundo, instrucciones en cómo enfrentar las cinco tentaciones demoníacas que llegarían al lecho de muerte, y oraciones finales.[2]


En la literatura ars moriendi típicamente se representaba a un cristiano fiel moribundo, solo, abordado por Satanás para que negara su fe y confianza en Dios. Por medio de ese diálogo se veía como Satanás intentaba inculcar temor, ansiedad y duda. La literatura ars moriendi no solo era leída por los moribundos sino también por familiares, cuidadores y el clero. Era un tipo de ensayo para morir bien y de manera cristiana.


La teología litúrgica y ritual de la muerte nos ayuda en ese ensayo del morir bien y de manera cristiana. Antes de adentrarnos a los temas que deseamos tratar, analicemos brevemente lo que es la teología y las teologías confesionales y académicas.  


 

Teologías confesionales y académicas


         La teología estudia formalmente las creencias, prácticas y experiencias religiosas a la luz de la existencia de Dios. Uno de los muchos temas tocados por la teología concierne el destino del ser humano ante la muerte. La teología cristiana está basada en ideas sobre la muerte y la trascendencia, ubicadas dentro de la relación de Dios con el ser humano, todo enfocado en la figura de Jesús de Nazaret como el Escogido de Dios.


Distinguimos dos tipos de teología: la confesional y la académica. La confesional está basada en tradiciones específicamente católicas, protestantes u ortodoxas, todas relacionadas a aspectos de la vida y la muerte.  La teología académica, por otro lado, no se llega en base a aspectos de la fe. La teología confesional de la muerte involucra el ritual y la adoración. Usaremos el término “ritual” como el usado para describir una ceremonia religiosa, palabras prescritas, conjunto de gestos y textos que configuran una acción sagrada. 


Cada teología confesional eclesiástica sienta las bases para su acercamiento (approach) a su sentido teológico de la muerte. El ritual es importante ya que es la forma en la cual las ideas teológicas interactúan con la vida ordinaria. 


 

En el culto, la muerte es certera


Bien lo expresó el teólogo jesuita alemán, Karl Rahner: “Todos los sacramentos…reciben su virtud y eficacia de la muerte redentora de Cristo. Todos (los sacramentos) nos ponen en unión con ella (la muerte)”. De ahí el título de nuestra ponencia: In culto, mors certa est (En el culto, la muerte es certera).  El lenguaje de la adoración y la vida cristiana está profundamente insertado en imágenes de muerte. Durante la Cuaresma reflexionamos en torno a la autonegación y comenzamos dicha temporada con la imposición de cenizas el Miércoles de Ceniza, recordándonos la fragilidad humana, o sea, la muerte: “Recuerda que eres polvo, y al polvo regresarás”.


         Los sacramentos enmarcan la muerte con fuertes símbolos y patrones. El pan y el vino de la Eucaristía representan el cuerpo y sangre de Cristo interpretados como sacrificio por medio de la muerte por crucifixión. La Eucaristía, con su énfasis en la crucifixión y resurrección de Jesús, está llena de símbolos mortuorios, con la diferencia de que obtenemos el perdón por medio de la muerte de Cristo y la fortaleza por medio de su resurrección. 


El agua utilizada en el bautismo simboliza la tumba en la cual colocaron a Jesús y de la cual salió. Cuando nos bautizamos, nos identificamos con Jesús, y nos vemos muriendo y resucitando con Él. Por el bautismo, morimos al pecado. El bautismo es el comienzo de la muerte cristiana, porque es el comienzo de la vida de la gracia, en cuya virtud la muerte puede ser cristiana. 



         A continuación, analizaremos brevemente algunos aspectos de nuestros rituales y liturgias fúnebres que no solo nos darán más luz en torno al tema, sino que también nos darán nuevas perspectivas en torno a elementos fúnebres que quizás desconocíamos. Expondremos brevemente los siguientes temas: componentes teológicos en la liturgia fúnebre, la Comunión / Eucaristía, el rol de ataúd, el toque de campanas y la oración por los difuntos.


         

Componentes teológicos en la liturgia fúnebre


Martín Lutero no dejó modelo alguno de servicio fúnebre como lo había hecho con el bautismo y el matrimonio. Los reformadores se opusieron a la doctrina del purgatorio y por eso se opusieron a la celebración de réquiems, o misa por los difuntos. Preferían que el servicio fúnebre sirviera de consuelo a los dolientes. John y Charles Wesley se dejaron llevar por los ritos fúnebres de la iglesia primitiva al momento de elaborar el rito fúnebre metodista. Aquellos ritos primitivos consistían en cinco componentes, muchos de los cuales no solo componen el ritual fúnebre metodista sino muchos otros protestantes. A saber:


1)   Oración en el hogar (o donde se preparaba el cuerpo)

2)   Procesión

3)   Oficio (servicio corto de alabanza y gratitud)

4)   Eucaristía

5)   Entierro


Prácticamente todas las costumbres cristianas tienen oraciones, salmos, lecciones, sermón y oraciones para concluir el servicio. Además, tienen la opción de usar el Credo Apostólico. Es interesante notar que, durante los comienzos del metodismo, los funerales estaban litúrgicamente agrupados junto a los bautismos y bodas, y eran ocasiones vistas como oportunidades fáciles para evangelizar y tratar el tema de la naturaleza temporal de la vida terrenal y la importancia de conocer el destino eterno –bastante parecido al énfasis que vemos en muchos de los funerales cristianos, sobre todo evangélicos y protestantes –evangelizar y crear conciencia de que “podemos ser los próximos”.


 

La Comunión / Eucaristía / Santa Cena


A pesar de que en el contexto puertorriqueño el elemento de la Eucaristía / Comunión / Santa Cena prácticamente no se vea como parte de un funeral protestante o evangélico, lo cierto es que desde el siglo IV ya existen referencias a la celebración eucarística en la sepultura. Muchos teóricos coinciden en que la Eucaristía es uno de los elementos esenciales para el buen funcionamiento de un funeral cristiano.   


Cuando la Comunión se celebra en un funeral, ésta representa la antigua tradición de tener una cena de despedida con la persona fallecida.[3]  También nos recuerda la cena pascual que simboliza la muerte de Jesús y anticipa el banquete celestial donde todos los santos y santas se reunirán alrededor de la mesa. Por otro lado, ésta será la última ocasión en que la persona fallecida estará presente al momento de comulgar; será la última vez que el pueblo con quién comulgó comulgue con él o ella en un mismo lugar. 


  



 

El rol del ataúd 


El servicio fúnebre es un acto donde la congregación se reúne para adorar, como cualquier otro servicio litúrgico. También es cierto que, como dijimos anteriormente, ésta será la última ocasión en que la persona fallecida esté en un mismo lugar con aquellos con quien adoró en vida. La congregación, aún en esta etapa, adora con la persona fallecida y esto debe reflejarse dramáticamente en la manera en que el ataúd entre al lugar, preferiblemente si es en el templo. La persona fallecida aún es parte de la congregación y será durante su funeral que esté presente en cuerpo por última vez, en su iglesia y con su gente. La simbología debe trascender la liturgia para llegar hasta el movimiento del ataúd desde que entra al templo hasta que se ubica frente a la congregación.  


Es por eso que recordamos la antigua tradición que establecía que a los laicos fallecidos se les llevaba con los pies delante (de frente, tal y como lo hizo la persona cuando adoraba con el pueblo). Por otro lado, si fuese un miembro fallecido del clero, se le debe llevar con la cabeza delante (de frente al pueblo, tal y como lo hizo cuando dirigía al pueblo).   


 

El toque de campanas


         Las campanas se han utilizado, a través de los siglos, para convocar al pueblo al culto. Asimismo, el repique ha servido para subrayar alegría, anunciar un fallecimiento, recordar momentos de oración y alentar a los ausentes a congregarse.  El repique de campanas para anunciar un evento fúnebre ha sido parte de la historia por siglos. Algunas congregaciones han seguido la costumbre del repicar de campanas, pero limitado a las ceremonias de bodas. El repique de campanas anunciando un funeral establece un vínculo de la iglesia con siglos de historia y de tradición fúnebre. Las campanas le comunican a toda la comunidad que alguien falleció. Sabemos que no todas las iglesias tienen campanario, pero el sonido de campanas o carillón puede grabarse y amplificarse hacia la comunidad.[4]


 

La oración por los difuntos


Un aspecto de la teología de la muerte que diferencia a los protestantes y católicos es el lugar de la oración por los difuntos.  


Prácticamente en todo culto fúnebre protestante o evangélico se incluye al menos una oración de consuelo y fortaleza para los familiares, pero no una oración por la persona fallecida, salvo la oración sea una de gratitud por su vida. Este elemento es uno que forma parte del rito fúnebre católico (romano y no romano) y contrasta mucho con el ritual fúnebre protestante.  


El mundo protestante, especialmente el evangélico, quizá desconozca que este tipo de oración tiene sus bases bíblicas –aunque su fuente sea una deuterocanónica.  Cuando se confronta con la pregunta de si es bíblico o no orarle, orar con, u orar por los difuntos, un sector más fundamentalista recurre a Deuteronomio 18.10-11 que dice:

 

“No sea hallado en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni hechicería, o que sea agorero, o hechicero, o encantador, o adivino, o espiritista, ni quien consulte a los muertos”.  

 

Este mandamiento veterotestamentario fue dado antes de la resurrección y escrito en el contexto de otras prácticas abominables relacionadas a la brujería y hechicería, todas concernidas a actividades demoníacas. La visión que nos llega del mundo católico, anglicano y ortodoxo de orar con los santos (los muertos en Cristo) es muy lejos de la práctica de consultar agoreros o adivinos. 


La cita escritural más antigua nos viene de 2 Macabeos 12.40-46, en donde se narra el evento cuando Judas y sus hombres llegaron a buscar los cuerpos de los soldados caídos en la batalla contra Gorgias.[5] Este texto expone claramente la aprobación de la acción de Judas y recomienda de manera general la práctica de orar por los difuntos. Esta práctica, narrada como algo común, podría remontarse más allá de la época de Judas, quizás llegando hasta la época de Jesús. 


Existe prueba escritural de varios dichos de Jesús (en los Evangelios) y en las epístolas paulinas que contienen referencias implícitas a un estado purgatorio post mortem. Cuando Jesús promete el perdón de todos los pecados excepto el pecado contra el Espíritu Santo, el cual “no lo perdonará ni en el mundo presente ni en el venidero” (Mateo 12.31-32) se podría interpretar como la posibilidad de perdón de pecados en el mundo venidero. 


Textos paulinos como 1 Corintios 15.29 y 2 Timoteo 1.16-18 y 4.19 proveen evidencia histórica de la creencia existente en el primer siglo del valor de las obras por los muertos. Es interesante el silencio de Pablo en no reprobar esta práctica particular sino en denunciar su abuso. Podríamos deducir que tal práctica era algo legitima y, hasta cierto punto aprobada tácitamente por el Pablo.  



A través de los siglos, el cristianismo no suprimió el culto a los difuntos, sino que lo purificó y consolidó. Para finales del siglo VII ya existía un Oficio de difuntos, pero la costumbre de orar por una mejor condición de los difuntos se remonta a los siglos II y III.


En términos teológicos, la oración por los difuntos implica un sentido estricto de eclesiología. La intervención por los muertos supone que la comunidad fundada sobre el bautismo, mantenida por la fe y la vida cristiana y alimentada por la Eucaristía, se prolonga más allá de la muerte. Es san Agustín a quien le debemos la mayor influencia en la práctica de la oración por los difuntos ya que en su obra La ciudad de Dios establecía que la iglesia abarcaba a los fieles: vivos y muertos, una comunión de santos vivos y muertos. Agustín le da a la oración por los difuntos un valor que no depende del bien o del mal en la vida de la persona y no está en nosotros distinguir o determinar quién lo amerita y quién no.  


Los ritos fúnebres son una expresión de los vínculos existentes entre todos los miembros de la Iglesia: vivos y muertos. Los ritos fúnebres ponen de relieve el hecho de que el creyente no muere solo –muere acompañado de la comunidad cristiana que lo encomienda, a su vez, a la comunidad celeste. Por eso, la Iglesia eleva oraciones de intercesión por los difuntos, elevando un genuino deseo que el Señor perdone sus pecados, los libre de la condenación eterna, los purifique totalmente, los haga partícipes de la eterna bienaventuranza y los resucite al final de los tiempos.  


Para la época de la Reforma protestante las oraciones por los difuntos se relacionaban fuertemente con el concepto del purgatorio, razón por la cual los reformadores vieron tales oraciones como intentos vanos de salvar personas por medio de obras en vez de la fe. Pero la oración por los difuntos sirve como expresión de que también les acompañamos más allá de la muerte con el propósito de que, al encontrarse con Cristo, opten por Él y se dejen purificar y transformar por Él. Las súplicas son un signo de nuestro amor por los difuntos, de nuestra solidaridad con ellos. En la oración nos acordamos de ellos y, de este modo, percibimos la comunión existente entre vivos y muertos.  


Una manera de entender las oraciones por los difuntos es afirmar que estas oraciones a quienes bendicen y les hacen bien es a los vivos –proveen a los afligidos un recordatorio del hecho de que han entrado en una nueva relación con los fallecidos: la presencia física ya no existe, y ahora se habla de que están en la presencia de Dios.


El Salmo 116.15 establece, “Estimada a los ojos del Señor es la muerte de sus santos”.  A través de los siglos y de las oraciones con y por los difuntos la Iglesia trató de emular este verso dándole el honor debido a los que habían peleado la buena batalla de la fe. Para la Iglesia era importante recordar y traer a la propia experiencia la vida de aquellos cristianos heroicos que habían fallecido.  


Al recordar a los “muertos en Cristo” por medio de oraciones, no los adoramos, sino que honramos la vida que cada uno tuvo en Dios. Sería injusto honrar solamente a los que están físicamente en medio nuestro si ignoramos a los que murieron en la fe. Si hacemos esto, ignoraríamos la victoria que Cristo ganó. Al orar con, y por los difuntos, los honramos y hacemos real la resurrección de Cristo en medio nuestro mientras que les hacemos parte, una vez más, del cuerpo de Cristo.  


 

Conclusión


         Los versos con quienes iniciamos esta ponencia reflejan la actitud moderna hacia la muerte –la tentación de evadir el tema de la muerte y el tema de los muertos. Para muchos, la muerte no va con ellas, la borran de toda iniciativa cúltica y litúrgica. Como dice el poema, para muchas iglesias “el futuro es de la vida…lo muerto no, la muerte no, los muertos no”.  


         Karl Rahner expresó que “la muerte es una acción”. Si entendemos la definición de acción como el “ejercicio de la posibilidad de hacer”, entonces Rahner entendió la muerte como la acción de la vida. O sea, la muerte la vamos muriendo en la vida. Continuamente la vamos dejando atrás…nos despedimos, divisamos el término de nuestra vida, nos desilusionamos y consecutivamente restringimos las posibilidades de la vida por nuestras decisiones, hasta que finalmente empujamos la vida hacia la muerte. La muerte está alrededor nuestro y hay que reconocerlo en nuestro año litúrgico, en nuestros sacramentos y en nuestros rituales fúnebres (esto parecería irónico, pero muchos rituales fúnebres parecen más cultos evangelístico u oportunidades para inculcar miedo o culpa). La muerte sí va con nosotros.  


         Les dejo con una última ilustración sacada de la película Coco, esto es sin darles un spoiler. Si hay una palabra que podríamos usar para describir lo que la película nos hace sentir sería “memoria”. La película parece decirnos, al final, “Escuchen… Aprendan a recordar. La memoria es la clave para que la muerte, al final, no sea definitiva. Solo el olvido lo es”.  


         No olvidemos la muerte en nuestra teología. Si en el culto la muerte es certera, en la vida también.  

 

 

Notas

[1] Inti-Illimani, De canto y baile, Messidor Musik 15936, 1986, disco compacto.

 

[2]Austra Reinis, “Luther, Linck, and Later Lutherans On Pastoral Care to the Sick and Dying,” Evangelical Lutheran Church in America, April 01, 2015, visto el 20 de abril de 2015, http://elca.org/JLE/Articles/1086Instrucciones en cómo enfrentar las cinco (5) tentaciones demoníacas que llegarían en el lecho de muerte: 

1.   La tentación de dudar de la fe

2.   La tentación de perder la esperanza de salvación

3.   La tentación de dejar de ser paciente en el sufrimiento

4.   La tentación de creer que la salvación es merecida por las buenas obras

5.   La tentación de lamentar dejar atrás las posesiones materiales


[3] Entonces se compartía una última cena (viaticum) para luego enterrarlos dentro de esas primeras 24 horas.  Al tercer día los familiares iban al cementerio para llorar y compartir una fiesta (refrigerium), la cual repetían al noveno día.  Al 30ta día se le unía a la fiesta las amistades y otros.  Durante el mes de febrero se recordaba a todos los muertos y el 22 de ese mes se celebraba la caristia cara cognatio en el cual todos y todas se reunían para una gran cena en honor a los muertos.


[4] Existen al menos tres momentos donde se pueden repicar las campanas fúnebres:

1)   En cualquier momento cuando la iglesia se entere de la muerte de un miembro de la congregación.

2)   Cuando la comitiva fúnebre esté llegando a la iglesia y cuando el cuerpo entre al templo.

3)   Cuando el cuerpo sea sacado del templo.


[5] La Santa Biblia: Con Deuterocanónicos, 2a ed. (Nueva York: Sociedad Biblica Americana, 1983), 967.

Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido. Si él (Judas) no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos.  Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente los aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado.



BIBLIOGRAFÍA

Boff, Leonardo. Hablemos de la otra vida.  Santander: Editorial San Terrae.


Howarth, Glennys, and Oliver Leaman. Encyclopedia of Death and DyingNew York, NY: Routledge, 2014.


Rahner, Karl. Sentido teológico de la muerte. Barcelona, España: Herder Editorial, 1965.

 

 

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El Rvdo. Vargas Vidal es ministro ordenado de la Iglesia Metodista de Puerto Rico. Obtuvo un Bachillerato en Arreglos Comerciales de Berklee College of Music, una Maestría en Divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico y un PhD en Teología Pastoral del Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana de PR.

Desde 1996 ha estado comprometido con la promoción, educación y uso de los distintos himnarios denominacionales que fueron publicados a partir de ese año. Ha sido recurso en el área de música, liturgia y espiritualidad en Puerto Rico, Estados Unidos, Haití, México y Uruguay.

Actualmente es el Ayudante Ejecutivo del Vicepresidente de Asuntos Religiosos de la Universidad Interamericana de Puerto Rico y capellán del Ejército de los Estados Unidos.



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