La experiencia no logra garantizar nada estable.
Y toda esperanza ha de ser idealista por necesidad.
Salvo que despojemos la duda de quién o
qué rige la experiencia.
Vital de Andrés
Esta vida que yo vivo
es privación de vivir;
y así, es continuo morir
hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo:
que esta vida no la quiero,
que muero porque no muero.
Teresa de Ávila
La integridad intelectual me obliga a reconocer que
siempre he prejuzgado la mística concibiéndola como delirio místico, locura
o al menos trastornos emocionales. Sin embargo, resulta que aparentamos
guiarnos por mecanismos racionales cuando son nuestras emociones las que nos
han hecho progresar. En la lucha contra la religión de la razón, donde
el hombre se halla limitado a la vacía percepción exterior, la religión de la
imaginación ha trascendido para dar el sentido a la vida del ser humano. A lo
largo de mi vida me he relacionado con personas religiosas que adoptaban el
misticismo como una forma de vida. Este misticismo puede definirse como
una exaltación máxima del sentimiento religioso, buscando una unión espiritual
con Dios desde un comportamiento que busca perfección. Dice Michel de Certeau[1] que la historia
de la espiritualidad y de la mística debe ser planteada como una investigación
de un problema existencial, a través de dispositivos de lenguaje como la fábula.
Pero ¿es todo fabulación, invención, fantasía? ¿Qué hay de
realidad? ¿Qué nueva sabiduría se aprehende? ¿Es solo una manera de hablar
donde el poema, el sueño y el éxtasis manifiestan la espiritualidad de la
esfera de la intimidad? El misticismo
supone activar ese mecanismo que intenta descifrar o interpretar las voluntades
secretas divinas bien mediante vías espirituales o desarrollando una retórica
y lógica específicas.
Siempre, confieso mi terquedad, he sido alérgico asintomático a la mística;
ni siquiera sé cómo he empezado a escribir con este entusiasmo sabiendo a
ciencia cierta que es una batalla que tengo perdida. Nunca he soportado la
sorpresa anímica producida por esos matices de ensoñación mística, espiritualidad
alienante, de ver a Dios en los sueños y también en la vida real como si Él
fuera un amuleto protector y no el Sustentador de la vida. Especialmente
siempre me ha costado entender ese ejercicio de divinización del alma por esas
tres vías que reducen a Dios a un pensamiento humano e intentan conseguir su
presencia divina por los méritos de la purificación, iluminación y unión. No entiendo muy bien a esos creyentes que
perciben a Dios en la esfera de su intimidad como algo deslumbrante e
irrumpe en la historia iluminando toda su existencia. ¿Cómo es posible que una
criatura sienta o simplemente razone al Creador? ¿Acaso una silla, construida
por un carpintero o ebanista, puede entender la naturaleza y el pensamiento de
su fabricante? Si le pusiésemos a la silla inteligencia artificial solo razonaría
respuestas prediseñadas por el ebanista, pero nada sabría de la esencia y
existencia del ebanista. Aunque Dios nos hubiese dejado escrito y definido cómo
es Él, porqué nos creó y qué nos espera después de esta vida, no lo entenderíamos
porque nuestra finitud y desconocimiento de las cosas es abismal entre Creador
y criatura. Creo que Dios es algo más y distinto a las formas y pensamientos
humanos (Isaías 55:9 “Como son más altos los cielos que la tierra, así son
mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos”. Eclesiastés 8:17 “y vi toda la obra de Dios, decidí que
el hombre no puede descubrir la obra que se ha hecho bajo el sol. Aunque el
hombre busque con afán, no la descubrirá; y aunque el sabio diga que la conoce,
no puede descubrirla”.
Dejando claro mi escepticismo
ante los desbordes de la espiritualidad mística, he de ser honesto y respetuoso
para entender el fenómeno religioso que siente, ve y sufre a Dios hasta con
llagas en manos, pies y costado. Llevan los intelectuales españoles siglos
especulando y generando literatura sobre la mística en san Juan de la Cruz y
santa Teresa de Jesús hasta extremos de ver en esta espiritualidad todo el
misterio de Dios y encontrando más revelación que en toda la Biblia. Sobre
todo, la teología del misterio y la mística lo abarca todo: Jesús fue místico,
el apóstol Pablo fue místico, Lutero y Calvino fueron místicos, etc. Todo es “mística”
allí donde el hombre posea y atrape a Dios con todos los sentidos, con toda su
esencia y poder espiritual, con sus sentimientos y afectos afanados en
encontrar la salvación. Sin embargo, siempre tengo la sensación de que en esa búsqueda
de Dios muchos se conformen con un ídolo fabricado a la imagen de cada cual.
La excesiva alabanza de los historiadores de la literatura española a la
espiritualidad mística les hace sospechosos y cómplices con lo español y católico.
Dice Juan Luis Alborg que la cima más alta de toda la mística española,
y aún de la universal, fue alcanzada por dos escritores carmelitas: santa
Teresa y san Juan de la Cruz. Lo que llama la atención de Alborg es que
considere a “ambos místicos poseedores del pensamiento más elevado que la mente
humana ha entendido de lo divino”, como si Dios pudiera ser comprendido por el
hombre. Reconozco que la alta Teología cristiana, en base a determinados textos
bíblicos, ha interpretado la acción de Dios de insuflar aliento de vida en el
hombre y hacerlo a su imagen y semejanza, haciendo que el ser humano sea una
criatura singular en la creación. Citan el salmo 8:4-6 “¿Qué es el hombre
para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? 5 ¡Sin
embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y
majestad! 6 Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has
puesto bajo sus pies”. La deducción y explicación del texto bíblico es una
antropología que coloca al ser humano en un estado algo menor que los ángeles,
señor del universo y todo sujeto bajo sus pies. Si preguntamos de dónde sale
tanto optimismo antropológico, nos dirán que de la Revelación y que, pese al
pecado de Adán, el hombre lleva la “marca” de Dios. Todos los comentaristas
acuden a la idea fuerza del hombre como “imagen y semejanza” de Dios, procurando
divinizar al hombre.
El problema es que el ser humano y los ángeles citados, lo visible y lo
invisible, son desconocidos para la razón y la aprehensibilidad humana.
No sabemos qué es el hombre y menos aún sabremos de lo invisible e inmaterial. Sin
embargo, ¿es el hombre solo un ser racional, homo sapiens? La Filosofía considera al ser humano como un individuo, unidad
indivisible, pero enseguida usamos el bisturí de la disección y le dotamos de
alma y espíritu, discernir el bien del mal, lo justo e injusto. Sin embargo,
cuando se intenta comprender cada una de estas cualidades humanas y
espirituales, la escala de valores es muy amplia. Recuerdo, al escribir sobre
la abolición de la esclavitud en la España del s. XIX, los abolicionistas
dieron por hecho que todos los esclavos querían ser liberados de sus cadenas.
Castelar hizo hermosos discursos en el Congreso: “El esclavo que sabe que le
han llamado hombre; el esclavo que sabe que es libre, se resiste al trabajo,
lucha, forcejea, quiere romper los hierros de su jaula. El amo que sabe que
aquella propiedad va a cesar, oprime al negro con todo género de opresiones, lo
estruja, destila todo su sudor sobre la tierra y entrega a la emancipación solo
un cadáver.” ¡Hermoso discurso! Sin embargo, muchos esclavos no sabían qué hacer
con la libertad, ni qué podían comer siendo libres. Castelar considera la
libertad del hombre “signo de su origen divino”. El problema de la naturaleza última
del ser humano se simplifica y esquematiza demasiado o como en la filosofía de
Tomas de Aquino que se inspira en la fe y en la Revelación, concibiendo al
hombre como criatura, pero -se añade a renglón seguido- creado a imagen y
semejanza de Dios, dotado de cuerpo mortal y espíritu inmortal. Las
conclusiones que pueden sacarse de estos esquemas o definiciones es que el
hombre imagen de Dios es Dios, se diviniza, se une místicamente. Los
alumbrados españoles del s. XVI y los quietistas se tenían por impecables, pues
todo lo que hacían, lo hacia Dios en ellos. ¿Con estos parámetros se quiere
resolver la pregunta: ¿qué es el hombre?
Lo que nos plantea también la mística de todos los tiempos, es si esta
experiencia de Dios es del Dios verdadero o del Dios ídolo. La fenomenología intenta descubrir en la
conciencia de nuestro vivir, la esencia y sentido de la vida frente al
naturalismo materialista o vitalista y al racionalismo que pretende imponerse
ciegamente, pero también frente a la actual posmodernidad cínica. “Hay que
permitir que el dios no se limite al ídolo” dice Jean-Luc Marion[2]. Dios solo viene
a nosotros en tanto que nos precede, pues Dios sobrepasa nuestros ídolos
sensibles o conceptuales en busca de que podamos alcanzarlo allí donde menos lo
esperábamos. Por eso, cuando la antigua metafísica intenta probar la muerte de
Dios, lo que realmente prueba es el final del ídolo conceptual que había
creado a partir de su propia experiencia de Dios. Así, en el momento mismo
en que este ídolo es desvanecido, provoca un abismo ontológico en la relación
entre Dios y el Ser.
Creo que tenemos que desenmascarar aquellos conceptos que han velado a
Dios con conceptos metafísicos. Lo que reclama Marion es que entendamos a
Dios sin el “Ser”, como Dios, sin convertirlo en un ídolo, y lo podamos asumir
como un Dios bíblico, el Dios de Israel, el Dios encarnado. Hemos de matar esa
identidad tomista y filosófica, superando la metafísica, quitando las analogías,
sin manipulaciones. Dice Vargas[3]: “Dios como ser
es un ídolo. Dios como Dios significa superar el ídolo, matar el ídolo,
desechar el ídolo. Es necesario un crepúsculo de los ídolos no para que Dios
sea, sino para que tengamos una verdadera experiencia de Dios. Y la verdadera
experiencia de Dios excede nuestras facultades, las rebasa; sobrepasa incluso
el concepto de ser. La experiencia de Dios es humana y en ella el rebasamiento
y la sobreabundancia entran en el corazón del hombre como una excedencia de
sentido”.
El ídolo también se crea con el sentimiento, la experiencia
contemplativa, la ascética compulsiva y no solo con la razón. Los
grandes tratados de mística suelen llamar “divinización” la relación del hombre
con Dios, pero no deja de ser esta espiritualidad un ídolo hecho a imagen del místico
de cada época. Como el hombre de hecho no vive, ni se mueve, ni está en Dios,
sino que vive, se mueve y está como fuera de Dios, descentrado, descaminado,
violentado y sin norte se hace necesaria la divinización de su ser. “A fin,
pues, de que haya entre Dios y el hombre relación de amor mutuo, a fin de que
Dios ame al hombre y sea por el hombre amado, preciso es que Dios levante al
hombre hasta sí, capacitándole y asemejándole a su Divinidad. La verdadera y
genuina relación de amor, con todas sus consecuencias, exige similitud, sin la
cual no puede haber lazo de conjunción amorosa. Este levantamiento del hombre,
esta asimilación, óbrala Dios creando en la profundidad del alma un germen
divino y vital que la diviniza y, divinizada, puede ya unirse amorosamente con
Dios y vivir con él con semejanza de vida”[4]. Sin embargo, ¿es posible o perceptible la
divinización? ¿La mística no será un exceso de intuición y, por tanto,
un exceso de donación, es decir, una sobreabundancia intuitiva?” ¿El
pensamiento místico no estará “contaminado” de Dios, como centro de la
historia, como razón de ser de la vida y también de la
mente? ¿Cosificaremos a
Dios, perdiendo la oportunidad de vivirlo como don (gracia) y no como un
pensamiento atlético y ascético para conquistar la cima del “lazo de conjunción amorosa?”.
La teología bíblica también ha presentado formas antropomórficas de Dios e
interpretaciones de su esencia, naturaleza, voluntad, propósito, justicia,
bondad, etc., etc., haciendo que la parte espiritual del hombre perciba a Dios
y suministre explicaciones de lo numinoso, sin percatarse que el espíritu del
hombre también es materia, creación. Creatura y Creador no se pueden igualar y
menos aún divinizar. A Dios tampoco lo podemos ver o conceptuar como Ser y
Dios porque lo convertimos en ídolo a nuestra imagen. Los círculos
cuadrados no existen, aunque digamos que eso es un misterio y sepamos que solo
Dios es Misterio. Bastantes misterios tienen la vida y la muerte como
para inventarnos cada día un misterio nuevo añadido a nuestra espiritualidad o
religión y a nuevas ideas rumiadas en el ámbito de las ciencias humanas. La Iglesia
católica ha usado siempre el misterio para resolver los caminos y pensamientos
de Dios, arrogándose la autoridad de Cristo en la tierra, pero esta palabra “Misterio”
referido a Dios nos puede acercar a la percepción de la divinidad y puede
resultar acertada.
Voltaire se desahogó contra la Iglesia católica por explicar a Dios sin
rubor en sus catecismos y doctrinas, exponiendo en su Diccionario Filosófico
la incomprensión de la formula Trinitaria y que nos puede servir de ejemplo de
lo que queremos decir sobre la antromorficación de Dios. “He aquí una cuestión
incomprensible, -dice Voltaire- que desde hace mil seiscientos años está suscitando
la curiosidad, la sutilidad sofística, el espíritu de cábala, el ansia de
dominar, la rabia de perseguir, el ciego y sanguinario fanatismo y la
credulidad bárbara, que causó más horrores que la ambición de los reyes, a
pesar de los muchos que esta ocasionó. ¿Jesús es el verbo? Y si es el verbo, ¿emanó
de Dios con el tiempo o antes del tiempo? Si emanó de Dios, ¿es su coetáneo y
su consustancial, o solo una sustancia semejante? ¿Es distinto Él o no lo es? ¿Fue
creado o engendrado? ¿Puede engendrar también? ¿Tiene la
paternidad o la virtud productiva sin tener la paternidad? ¿El Espíritu Santo
fue creado, engendrado o producido? ¿Procede del Padre, del Hijo o procede de
los dos? ¿Puede engendrar, puede producir? ¿Su hipóstasis es consustancial con
la hipóstasis del Padre y del Hijo? ¿Cómo teniendo precisamente la misma
naturaleza, la misma esencia que el Padre y el Hijo, no puede hacer las mismas
cosas que esas dos personas que son lo mismo que El?”.
Parece ser que ahora los pensadores las llaman ideas contraintuitivas. Las
ideas contraintuitivas parecen evidentes, pero son falsas. Alejo Vidal-Cuadras
pone un ejemplo: “Imaginemos que el globo terráqueo fuese una esfera perfecta y
que lo rodeamos a lo largo del ecuador con una cuerda en contacto con el suelo.
Esta cuerda tendría una longitud igual a la del ecuador, es decir, unos 40.000
kilómetros. Supongamos que realizamos la misma operación con otra cuerda que
tenga un metro más que la primera y que nos preguntamos antes de hacerlo cuánto
se separará de la superficie terrestre esta segunda cuerda. La mayoría de las
personas a las que se formule esta cuestión responderán que la separación será imperceptible
porque un metro añadido a 40.000 kilómetros representa un incremento de
longitud de dos cienmillonésimas partes, es decir, prácticamente cero, por lo
que la diferencia de utilizar una cuerda u otra, concluirán, será invisible al
ojo humano. Pues bien, si se lleva a cabo el cálculo, cuyos detalles les ahorro
porque es elemental, resulta que la segunda cuerda se encontrará a una
distancia del suelo de dieciséis centímetros, perfectamente apreciable a simple
vista”.
La Trinidad que combate Voltaire tiene sentido si se pretende decir que a
Dios no se puede manejar con la razón, ni desde el hombre, pero se puede
aceptar desde la fe o como dice la Iglesia católica, desde el misterio. Cierto
es que muchas teologías no pasan de ser imaginación, establecidas desde
interpretaciones simples de la Biblia hasta convertirlas en mitos que solo
existen en la imaginación colectiva de la gente. Ocurre lo mismo con aspectos
de la ciencia, de la economía (el dinero como sistema más perfecto de
confianza), la revolución agraria (labradores modernizados con maquinaria de última
tecnología, pero sin poder vender a buen precio sus productos), etc., ideas
contraintuitivas o que no son verdad. El sentido crítico de Voltaire es agrio y
apasionado, pero acierta al describir lo que ve el ojo de la razón, una
realidad que a veces el creyente, el cristiano, oculta para defender su posición
religiosa, como si Dios necesitara su tutela. Voltaire cita uno de tantos
textos que uno puede leer en las historias apologéticas de la Iglesia cristiana
y que revela el conflicto y las consecuencias de la elaboración doctrinal teológica:
“Estas cuestiones, superiores a la razón humana, debía decidirlas la
Iglesia Infalible. - (Desconozco al autor). Se prodigaron muchos raciocinios y
sofismas; se enfurecían, se odiaban y se excomulgaban unos cristianos a otros
por alguno de esos dogmas que son inaccesibles para el espíritu humano antes de
la época de Arrio y de Atanasio. Los griegos y egipcios eran hábiles
polemistas, pero Alejandro, obispo de Alejandría, se apresura a sentar como
doctrina que, siendo Dios necesariamente individual, mónada, en toda la extensión
de la palabra, constituye una mónada triple. El sacerdote Arrio se escandaliza
de la mónada que proclama Alejandro y explica el misterio de modo diferente;
expone los mismos argumentos que el sacerdote Sabelio, quien había argumentado
como Praxeas y Frigio. Alejandro reúne a continuación un Concilio poco numeroso
de padres que participaban de su opinión y excomulgan a Arrio. Entonces, Eusebio,
obispo de Nicomedia, abraza el partido de Arrio y se encarniza la lucha
religiosa”.
“Jesús recomendó que os amarais unos a otros, y le desobedecéis odiándoos y
atizando la discordia en el imperio. Únicamente el orgullo nutre vuestra
interminable disputa, y Jesús, vuestro señor, os mandó que fuerais humildes.
Ninguno de vosotros puede saber si Jesús fue creado o engendrado y, ¿qué os
importa su naturaleza, si a la vuestra le corresponde ser justos y razonables? ¿Qué
tiene en común esa vana ciencia de palabras con la moral que debe dirigir
vuestros actos? Recargáis la doctrina con misterios, cuando fuisteis nacidos
para fortalecer la religión con la virtud. ¿Pretendéis acaso que la religión
cristiana sea un hatajo de sofismas? ¿Para eso vino al mundo Jesucristo? Hora
es ya que cesen vuestras discusiones, adorad a Dios humillaos ante Él, dad
limosnas a los pobres y poned paz en las familias en vez de escandalizar el
imperio con vuestras discordias. Así habló Ozius a los espíritus tercos. Se
reunió un Concilio en Nicea y provocó una guerra civil espiritual en el Imperio
romano. Esa guerra trajo otras, y de siglo en siglo unos sectarios religiosos
persiguieron a otros hasta nuestros días”. Lógicamente este texto está impregnado
de la visión e historia de su tiempo.
Hoy a pocos les importa la teología y menos la mística religiosa. Nadie se
peleará por saber el sexo de los ángeles, ni cuántos arcángeles caben en la
punta de un alfiler.
En estos momentos en los que tantas personas están infectadas de coronavirus
(covid-19), viendo las calles silenciosas, sin tráfico y con un estado de
alarma que ha confinado a los seres humanos de toda la tierra, he sentido la
necesidad de escribir y lo he aprovechado para expresar mi visión de Dios
desde las dos vertientes: la mística y el drama del vivir humano. Dos
materias, la mística y el sentido de la vida, que siempre me han resultado difíciles
de sortear y dejadas para otro momento. Teresa de Ávila ya señala, en este
verso citado arriba, que la vida diaria del hombre o mujer es privación de
vivir, continuo morir. Dios ya no habla, ni oye sus clamores y por eso dice que”
esta vida no la quiero” que muero porque no muero. Es una forma más dulcificada
que la de Job 3:13 quien deseaba no haber nacido, “Pues ahora estaría yo
muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso”.
Creo que parte de nuestra sociedad está infectada de un virus contrario
al pensamiento teresiano. Es un pensamiento frívolo y superficial de las
cosas y en especial de la muerte. Nadie habla de la muerte. Todos aspiran a
vivir más de 100 años, como si la muerte no llegara. Pero la vida es un virus
que mata a todos y para siempre “y el remedio, según Unamuno[5], no es el de la
copla que dice:
Cada vez que considero
que me tengo que morir,
tiendo la capa en el suelo
y no me harto de dormir.
Ante este terrible misterio de la inmortalidad, cara a cara con la razón,
el hombre adopta distintas actitudes y busca por varios modos consolarse de
haber nacido”. Una forma de consolación y de enamoramiento para alguna generación,
encontró descanso en la teología y la literatura místicas. Esta literatura en
España ha alcanzado un volumen de tres mil obras incluyendo las obras de ascética.
Sin embargo, considerando que algunos autores no deben considerarse místicos[6], aunque escriban
poesía de elevada religiosidad, resulta ingente no solo el volumen de obras
sino la infinidad de matices filosóficos y teológicos para poder estudiarla.
Incluido entre los autores místicos está Fray Luis de León que es un gran exégeta
y poeta, pero no místico. Su oda “Vida retirada” hay quienes consideran que
discurre en la senda del misticismo, pero el último verso solo expresa el ser
coronado (la corona de justicia de 2 Tim 4:8) con los laureles de la victoria y
no divinizado. Fray Luis de León es converso de judío y por tanto tiene un
concepto de Dios bíblico y reverencial hacia su santidad y majestad, muy
alejado de la antropología mística que ensalza al hombre y lo diviniza. Pero
decimos que no solo el volumen de obras místicas llama la atención, sino que El
Tratado de la Oración de Fray Luis de Granada, llegó a alcanzar la locura
de cuatrocientas cincuenta ediciones. Por esta causa creo necesario indagar
mejor desde otros puntos de vista que no sean solo los católicos y dar unas
pinceladas solamente de algunos pensamientos de los místicos del siglo XIV, XV
y XVII, con el paréntesis del siglo XVI donde la espiritualidad fue otra y que
los más importantes analistas del s. XVI denominan como “evangélica”.
La complejidad de definir el misticismo hace que podamos
incluir en la historia de esta espiritualidad todas las teologías o que podamos
excluir de ella hasta los místicos más conocidos. Los estudiosos del tema han
intentado explicar esta espiritualidad en el periodo de dos milenios de práctica,
pero no existe una única definición de consenso terminológico[7]. C.S. Lewis
llamaba “doctrinas repelentes” tanto al misticismo como otras enseñanzas
cristianas que parecían desconcertantes o inverosímiles como las relacionadas
con el sufrimiento, los milagros, el clero, pero también visiones, éxtasis estáticos,
estigmas, etc. Dirá este autor que “nunca debemos apartar nuestros ojos de
aquellos elementos en [nuestra religión] que parecen desconcertantes o
repelentes; porque será precisamente el enigma o el repelente lo que oculta lo
que aún no sabemos y necesitamos saber”[8].
Los primeros contactos que tuve con el misticismo fueron a raíz
del estudio histórico sobre la espiritualidad evangélica en la España del siglo
XVI y especialmente de los alumbrados de Toledo, Guadalajara, Pastrana,
Escalona y Cifuentes. Junto a estos alumbrados aparecía toda una revolución de
mujeres beatas revelanderas que practicaban una religiosidad alucinante,
fantasmagórica, de coloquios con Dios y los santos[9]. Relata Ángela
Selke[10] el caso de sor
María de Santo Domingo, apodada la Piedrahita, como una adelantada de las
beatas revelanderas de épocas posteriores. Dice: “La de Piedrahita producía
raptos con gran frecuencia y a todas las horas oportunas, durante los cuales se
lanzaba a asombrosas explicaciones teológicas de los textos sagrados, aunque no
sabía latín; adivinaba los pensamientos de algún espectador; tenía visiones del
Señor en la eucaristía, de los ángeles, demonios y de ciertas personas en
estado de gloria. Una aparición frecuente era fray Jerónimo de Ferrara, lo cual
coincidía con la tendencia, muy marcada en el sector ultrarreformista, a hacer
revivir el espíritu savonaroliano. También se abrían llagas en el costado de sor
María, y en sus trances solía yacer largo tiempo como muerta, con los brazos
extendidos, en forma de cruz. Las profecías que pronunciaba -in raptu-
siempre resultaban adaptadas de modo milagroso a los fines inmediatos que
perseguía la facción a la que ella pertenecía”.
Ante la vastedad de la literatura mística y los infinitos autores que han
tratado este tema, solo pretendo fijarme en la forma de entender a Dios de los
practicantes de estos movimientos religiosos. Reconozco que las teologías
elaboradas son hijas de su tiempo y deberíamos explicar ese tiempo histórico
en cada uno de los pensadores de la divinidad. Ya lo han hecho otros y solo
pretendo escribir desde la reflexión propia, sin dejar de hacerme preguntas
ante contradicciones y argumentaciones manidas que enaltecen más al hombre que
a Dios. Es el caso de los místicos que parten del afán por la perfección para
alcanzar la experiencia divina, ofrendando su vida a Dios, en diálogo íntimo y
permanente, pero ¿eso es posible en el hombre? ¿No es vanagloria y merecimiento
por nuestro servicio y por la sujeción a la voluntad del Padre como el hijo
mayor de la parábola de Jesús?
En Dichos de luz y amor de san Juan de la Cruz dice: “un solo
pensamiento del hombre vale más que todo el mundo, por tanto, sólo Dios es
digno de él”. Parece interesante lo que dice. Sin embargo, en la reflexión
actual, el mundo es un misterio que manifiesta la sabiduría de Dios. Los
pensamientos del hombre son siempre alejados, sin comprender los propósitos,
contrarios a Dios (Isaías 55:9; Salmos 92:5) y no somos dignos ni de pronunciar
su nombre. Por esta causa deberíamos de cuestionarnos todo lo que creemos
saber sobre el ser humano y sobre Dios, aunque parezca radical y
provocador. Examinando especialmente nuestras ideas de semidioses, nuestro
poder siempre frágil, nuestro sentir siempre audaz y apasionado o nuestro
futuro angustiado por el covid-19, no dejan de ser ideas contraintuitivas y en
especial la mística. Si no acertamos a ver la complejidad y hermosura de una
flor o el misterio de una simple célula, cuyos enigmas e información nos deberían
llevar a un éxtasis eterno mayor que el éxtasis místico, ¿cómo podemos
divinizar al hombre? ¿Cómo reconocer los
designios de Dios como lo hacían las beatas revelanderas? Quizás reconociendo
el misterio que nos rodea podamos entender el sentido de la vida y servir a
nuestra generación: Hechos 13:36 “Porque a la verdad David, habiendo servido
a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus
padres, y vio corrupción”.
Aunque solo suponga una manera de ver y no un tratado de teología, iremos
analizando los conceptos y la historia de la espiritualidad mística y ese
aprisionar a Dios dentro del alma, frente a la espiritualidad de la fe que tan
claramente expone Vital de Andrés en este texto: “En toda religión se asume que
Dios existe. Pero en ninguna religión actual Dios se muestra directamente. Dios
siempre habla indirectamente y a través de escrituras o gente que dice que ve y
escucha a Dios, pero que nadie puede comprobarlo. Lo cual hace pensar que Dios
en las religiones es una idea que sólo se puede sustentar institucionalmente a
través de iglesias, asambleas, comunidades, colectividades clericalizadas, etc.
Son ellas las que deciden el canon de las escrituras, las creencias, los
catecismos, las teologías. Luego está la manera en que cada creyente vive esa
fe en ese Dios y cómo se acerca o se aleja de los cánones de su iglesia o
colectividad. Sea como sea la idea de Dios sigue siendo potente en la vida de
millones de personas. Lo cual indica que Dios como idea reguladora de la
existencia (Kant), y aunque no esté probada ni sustentada por la experiencia de
forma objetiva y directa para todo el mundo, es una idea potente que sacia o
compensa o da fuerte sentido a la vida para muchos. Unos se alejan de Dios y de
la religión, pero otros vuelven y lo hacen sabiendo que la fe va más allá de la
razón o las pruebas objetivas y que la ‘irracionalidad’ de Dios se necesita
tanto como la racionalidad diaria”.
[1] La fábula mística. Michel de Certeau.
[2] El ídolo como fenómeno. [The idol as a phenomenon].
Diana Mejía Buitrago.
[3] Vargas Guillén, Germán (2011). Ausencia y presencia de
Dios. 10 estudios fenomenológicos.
[4]Fray Juan Bautista Gomis, O. F. M. La ciencia mística
hispano franciscana. BAC.
[5] Del sentimiento trágico de la vida. III El hambre
de inmortalidad. Miguel de Unamuno.
[6] Es el caso también de Pedro Malón de Chaide o fray Diego
de Estella, tenidos entre los místicos, pero que usan las Escrituras y
mantienen ese espíritu evangélico del s.XVI. Se dice en el Prólogo a La
conversión de la Magdalena de Malón de Chaide : “Malón de Echaide ni es ni
quiere ser un místico. El agustino no pretende, en ningún momento, presentar
una experiencia personal e íntima del fenómeno místico, como es el caso de San
Juan de la Cruz. Malón de Echaide, como buen predicador cristiano, no es más
que un mensajero de las Sagradas Escrituras. Para J. Vinci La conversión de
la Magdalena no es un libro fácil de clasificar: Desde luego, es un libro
religioso, pero no del tipo que puede encerrarse en el estrecho molde de la
literatura mística o ascética [...].
[7] An FAQ on Mysticism and the Christian Life. Justin
Taylor.
[8] “C. S. Lewis y la doctrina de la deificación” por Chris
Jensen.
[9] Tiempo de beatas y alumbrados. Manuel de León de la
Vega. Editorial Andamio.
[10] Algunos aspectos de la vida religiosa en España en el
siglo XVI: Los alumbrados de Toledo. Angela Selke de Sánchez.
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Manuel de León es pastor de las Iglesias de Cristo en La Felguera y ha colaborado en el Consejo Evangélico de Asturias, siendo miembro fundador del Circulo Teológico de Oviedo.
Ha publicado Los protestantes y la espiritualidad evangélica en la España del siglo XVI (2 tomos, 1600 páginas), premio literario Samuel Vila 2012. También Historia del protestantismo en Asturias, Evangelización y propaganda en el siglo XIX; Una visión de la Segunda Reforma protestante en España y Las primeras congregaciones evangélicas en España.
Ha escrito tres novelas históricas: Tiempo de beatas y alumbrados premio Adán 2012, El hechizo del color púrpura y La hija del maestro.
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