
De las cuatro
posturas en las que resumía la controversia entre ciencia y teología, ya
indicamos que la que nos resultaba más convincente era la cuarta, la
integradora, pero en la línea de proponer una teología de la naturaleza,
orientada a presentar la razonabilidad de la fe desde los datos más actuales de
las diferentes ciencias. No se trata, ya lo decía, de resucitar o mantener la
ya periclitada teología natural y sus pretensiones de demostrar la existencia
de Dios con la ayuda exclusiva de la razón, con el peligro de mantener un
concepto de Dios tapa-agujeros, que es permanente devaluado y tiene que
retroceder a medida de que una nueva teoría científica halla una explicación
natural a lo que hasta ese momento se consideraba un misterio inexplicable sin
echar mano de Dios. Se trata, más bien, de seguir los planteamientos de una
filosofía de la naturaleza, que respeta y se apoya en los datos científicos, no
tanto para probar y demostrar las verdades de fe, sino para algo más modesto
como es hacerlas plausibles y razonables, es decir, mostrar la no contradicción
y la perfecta compatibilidad entre las verdades de la ciencia con las de la
teología.
La postura de
diálogo, por tanto, parte de la demarcación entre la mirada científica y
filosófico-teológica, considerando ambas como legítimas y complementarias, en
la medida en que la primera se mueve en el nivel de la constatación de datos,
del funcionamiento de la realidad, mientras que la filosófico-teológica lo hace
en el nivel de las interpretaciones, teniendo cada nivel diferentes modos de
validación y demostración. Esto supone deslegitimar las pretensiones del
naturalismo materialista de mezclar, a veces inconscientemente, ambos niveles,
deduciendo de los datos científicos su postura filosófica reduccionista. Pero
también se deslegitima desde aquí las pretensiones de los creacionistas y
posturas similares de presentar un Dios milagrero, que se confunde en su
relación con el mundo con el resto de causas segundas, poniendo en entredicho
tanto la trascendencia de Dios como la autonomía del mundo. Claro que el gran
reto de la teoría de las posturas del diálogo e integración consiste en
intentar proponer modelos de la actuación de Dios sobre el mundo que salve
tanto la autonomía del mundo como la trascendencia de Dios. Es verdad que la
ciencia actual ha planteado serios reparos a diversos aspectos de la noción
tradicional de Dios; pero al mismo tiempo le presenta un apoyo inestimable para
proponer y hacer plausible otras imágenes de Dios. Los cinco aspectos que considero
más interesantes.

1) Dios creador de un mundo en evolución, frente a un mundo estático
La idea tradicional
de Dios, monárquico, coincidía con una visión estática del mundo, donde los
elementos básicos estaban ya dados de forma definitiva e inalterable. Esto
llevaba también a defenderse la idea de una creación de la nada (ex nihilo) en un principio absoluto. Y
en la jerarquía Dios-varón-mujer- animal-planta, las formas inferiores estaban
al servicio de las superiores. Y este orden fijo encontraba su conformación y
unidad en el poder soberano de Dios y en su plan omnisciente. La visión
evolutiva del mundo, que las ciencias nos están mostrando, nos permite entender
de otra manera la acción de Dios y poner en crisis los modelos antiguos.
No es necesario insistir
en un origen temporal del mundo, aunque la realidad del tiempo es algo que
pertenece al propio mundo. Pero la enseñanza teológica sobre la creación del
mundo no exige defender que comenzó en un momento (Santo Tomás ya previó la
posibilidad de la eternidad tempórea del mundo), puesto que solo se quiere
decir que el mundo es contingente y, por tanto, que depende de Dios, en su
origen y en su existir permanente. Por otro lado, el mundo se nos aparece como
un proceso dinámico, en permanente evolución. Vivimos, por tanto, en un
universo inconcluso, que todavía se está forjando, de modo que la evolución es
un proceso en permanente creatividad, sin ninguna meta prefijada y con
resultado imprevisible. Además, el que la realidad se nos presente organizada en
su esencial dinamismo en niveles complejos, apoyados unos en los otros más
simples, ayuda a entender por qué el proceso necesita ser tan largo y tan
lento, permitiendo entender esta historia evolutiva como un diálogo entre Dios
y el mundo en evolución.
Es central también en
este modo de entender las cosas un modelo de interdependencia ecológica de
todas las entidades mundanas. Se supera así una visión dualista del ser humano,
compuesto de alma y cuerpo, y una separación excesivamente rígida entre lo humano
y lo no humano. De este modo, se supera un antropocentrismo mal entendido,
permitiendo ver al ser humano en comunidad con toda la creación, aunque dotado
de una densidad ontológica especial, y advirtiendo que todas las creaturas son
intrínsecamente valiosas, aunque tengamos que admitir que las diferencias en el
grado de complejidad e intensidad son muy grandes. Así, al establecer un
equilibrio entre la trascendencia y la inmanencia, se conjuga una correcta
visión de Dios y el respeto a la naturaleza.
Cuando decimos que todas las cosas fueron hechas en, a través y para Jesús el Mesías, esto es el Jesús al que debemos referirnos. No hay Otro. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Esto significa que debemos al menos intentar pensar lo que podría significar decir que este Jesús y esta visión del reino es la lente a través del que podemos entender la creación.
En lugar de comenzar con un gran acto de creación, como sea que lo concibamos, y luego adaptar a Jesús a eso, diciendo que estuvo involucrado de alguna manera, debemos comenzar con lo que sabemos de la visión de Jesús del reino, la verdad y el poder, y preguntar qué podría significar eso para la creación. Los resultados, creo, son sorprendentes. Para empezar, si la creación viene a través del Jesús que trae el reino, debemos esperar que sea como una semilla creciendo en secreto. Que involucre semillas sembradas pródigamente donde, aparentemente, mucho se desperdicia, pero que otras semillas producen una gran cosecha.
Deberíamos esperar que sea un proceso extraño y lento, que de repente puede alcanzar algún tipo de cosecha. Deberíamos esperar que implique algún tipo de superación del caos. Sobre todo, deberíamos esperar que sea una obra de completo y abnegado amor.
Que el poder que creó el mundo, como el poder que rescató al mundo, sea el poder no de la fuerza bruta, sino de la generosidad radical y desbordante. Deberíamos esperar que la creación no se parezca a un déspota que decide construir un palacio y lo hace a toda velocidad, con sus arquitectos y constructores acobardados ante él. Deberíamos haber anticipado que los modelos deístas de la creación, concebidos sobre la analogía de los primeros éxitos industriales en los siglos XVII y XVIII, en realidad podían ser engañosos y tendrían que ser corregidos, o con una mejor imagen de Aquel a través del cual se hizo la creación (los deístas ansiaban sacar a Jesús del cuadro), o a la luz de nuevas investigaciones científicas. A fines del siglo XVIII o principios del XIX nadie estaba haciendo el tipo de investigación nueva sobre Jesús y los evangelios que llevaría a esta imagen.
Pero varios científicos, en particular la familia Darwin, un siglo antes de Charles Darwin, motivados por una cosmovisión muy diferente, el epicureísmo, aun así presentan una imagen de los orígenes que se parece notablemente a las parábolas de Jesús del reino: algunas semillas se van a desperdiciar, otras dan mucho fruto; algunos proyectos comienzan pequeños y tardan mucho tiempo, pero finalmente producen una gran cosecha; algunos comienzos en falso son rescatados. Otros son olvidados. El caos es asombrosamente superado. Esto no dice nada sobre la generosidad, ya que esa palabra solo tiene sentido en términos de un Creador personal, que los epicúreos, como Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, habían descartado. Esa es una de las principales diferencias. Pero los evolucionistas hablaron una y otra vez de la prodigalidad del mundo natural. Y el teólogo puede recoger eso y decir: ¡Sí! Justo lo que cabría esperar, si hubiera un Dios imilitado y generoso detrás de todo. El Padre pródigo. El Dios que conocemos en y como Jesús el Mesías.

2) Ley y azar, determinismo y probabilidad en la naturaleza
Los avances de la
ciencia, como ya quedó dicho, hacen muy difícil aceptar la intervención sobrenatural
de Dios en la naturaleza. El deísmo del s. XVIII reducía la intervención al
primer momento de la existencia del mundo, y después dejaba al mundo sometido a
sus leyes autónomas. Esta autonomía del mundo se pagaba al precio del
alejamiento de Dios. La mecánica cuántica actual nos hace ver que el azar es un
componente específico de la realidad, y con su presencia ha puesto en
entredicho tanto el determinismo de la predeterminación como el determinismo de
las leyes naturales. Y esto nos replantea también la idea de Dios y su relación
con la historia del Universo. Ante la imagen monárquica de Dios, cualquier
elemento de verdadero azar implicaría una amenaza para el poder de Dios. En
cambio, en una nueva visión más respetuosa de la evolución del universo por
parte de Dios (Dios dialoga con el mundo, a quien llama a ser y a llegar a ser
dinámicamente, a estar continuamente "dando de sí"), lo que al ser
humano le parece aleatorio y azaroso puede entenderse perfectamente orientado
por Dios (Dios estaría interviniendo en el mundo a través de la
"indeterminación cuántica"). Así, pues, la cosmología actual nos
muestra el carácter indeterminado y azaroso de la realidad.
Esto significa que en
la naturaleza no solo existe orden y determinismo cerrado, sino también
apertura a otros modos de ser. Estamos no en un mundo cerrado, sino en un mundo
abierto, expuesto a infinidad de posibilidades. Dios seguiría marcando los
fines fundamentales a la creación y a la historia humana (los planes de Dios,
de que hablan los evangelios: que todo se centre en Cristo, la
"anakefaléosis", recapitulación, de Pablo, y Cristo en Dios), pero no
tiene un plan detallado y desde siempre para todos los pasos intermedios, sino
que Dios responde también a lo impredecible.
No hay, pues, solo un camino, sino que caben múltiples posibilidades alternativas, diversas potencialidades que pueden ser realizadas, tanto en la naturaleza como en la historia humana. En definitiva, para el desenlace de un suceso se presentan múltiples influencias, pero ninguna de ellas lo determina de manera absoluta. Esto está claro en el mundo de la naturaleza, que permite también mantener la libertad humana en el desarrollo de la historia.
3) La libertad humana
En la visión tradicional,
la omnipotencia de Dios y la idea de la predestinación parecían ser
incompatibles con la existencia de una verdadera libertad humana, capaz de
novedades alternativas. Y no es suficiente para solucionar el conflicto la
distinción que se hacía entre presciencia y preordenación. Además, la total
dependencia de la humanidad respecto a un Dios autoritario y la consiguiente
sumisión a él tampoco son fáciles de conciliar con la autonomía, la
responsabilidad y la madurez humanas. Si todo el poder es de Dios, ¿qué le
queda a la decisión humana? Un enfoque nuevo del problema permite ampliar el
concepto de autonomía a toda la creación, a todos los entes creados, desde la
materia hasta los animales.
La realidad está en
proceso dinámico de ser y llegar a ser, y, por tanto, la autocreación es parte
del presente momentáneo de toda entidad. Por tanto, desde una concepción
dinámica de la realidad, se ve que Dios ha sido y está siendo respetuoso con el
dinamismo de autocreación del universo y de todos los elementos que lo
integran, y mucho más con la libertad humana. Como dice I. G. Barbour,
"esto significa, en concreto, que la omnipotencia y la predestinación son
repudiadas y reemplazadas por la idea de un Dios persuasivo, cuyos logros en el
mundo siempre dependen de la respuesta de otras entidades" [1]. Así, la
libertad humana es vista por un lado como limitada, en la medida en que está
dependiendo de las constricciones de las estructuras biológicas y materiales,
así como de los acontecimientos humanos del pasado (el nivel de la historia),
pero, por otro lado, se acentúa con más fuerza la responsabilidad que tenemos
de contribuir a impulsar los planes de Dios, en la medida en que somos
copartícipes con Dios en la conformación de un universo todavía inconcluso,
todavía en evolución, y de la implantación en la sociedad humana del Reino de
Dios, basado en la libertad, la justicia y el amor. En resumen, el tiempo, la
historia y la naturaleza son el escenario positivo donde se tienen que
concretar y realizar los planes de Dios, siendo el hombre su colaborador
consciente y libre.

4) El mal y el sufrimiento
En los planteamientos
anteriores, el problema del mal chocaba con la idea de un Dios bueno y
omnipotente (el denominado dilema de Epicuro). En la interpretación literal de
la Biblia, la presencia del mal y del sufrimiento serían consecuencia de la
desobediencia de Adán y Eva. Pero, en definitiva, parecería que Dios es el
último responsable del mal, en la medida en que todo cuanto sucede es voluntad
o permisión de Dios. Hoy se prefiere entender el mal y el sufrimiento (y la
libertad humana) como consecuencia de una voluntaria autolimitación de Dios, y
no tanto como ejercicio de su omnipotencia. Ya no se entiende el mal, el pecado
y el sufrimiento como consecuencia del pecado o una anomalía inexplicable. La
posibilidad de experimentar dolor sería consecuencia de la finitud y del
aumento de conciencia y de intensidad experiencial. A mayor conciencia, mayor
capacidad de sufrimiento.
Si aceptamos la
autolimitación de Dios, evitamos hacerle responsable de manifestaciones
concretas del mal y del sufrimiento. Por tanto, en vez de entender a Dios como
un Juez que impone castigos por los pecados cometidos, nos encontramos con un
Dios Padre-Madre y Amigo que comparte nuestros sufrimientos y trabaja con
nosotros para superarlos. Es una de las lecciones que se desprenden de la vida
y la muerte en cruz de Jesús. De todas formas, el problema del mal siempre será
algo que nunca podremos del todo racionalizar, y la fe nos invita a ponerlo en
la manos de Dios. Un Dios Padre-Madre: Patriarcalismo y atributos masculinos y
femeninos en Dios. Las características del Dios monárquico medieval se asemejan
también a los que, en la cultura occidental, se suelen considerar como
cualidades "masculinas" (poder, control, independencia, racionalidad
e impasibilidad), frente a las que se suelen considerar "femeninas"
(cuidado y desvelo por el otro, reciprocidad, interdependencia y sensibilidad
emocional). Por tanto, parece que la atribución a Dios de las cualidades
masculinas, y la denominación como padre, y no tanto como madre, son más bien
reflejos de prejuicios de una cultura patriarcal, androcéntrica, utilizándose a
su vez este modelo de Dios para justificar la dominación de los varones en
nuestras sociedades, tanto en el ámbito civil como religioso y eclesial
(negación del sacerdocio a las mujeres, etc.).
En una teología nueva, la relación de Dios con el mundo y con los seres humanos la vemos más con rasgos de respeto a la autonomía del mundo, ternura, paciencia y amor dialogante. De este modo, la imagen masculina de control y autosuficiencia es sustituida por rasgos como participación, educación acompañante y cooperación. Esto no significa negar la omnipotencia de Dios, sino entender de otro modo su ejercicio: no tanto como imposición sino por convencimiento y persuasión. Y eso tanto en la actuación de Dios como en la vida humana. Se trata con ello de integrar los rasgos masculinos y femeninos, ya que "entendido como control, el poder es un juego de suma cero: cuanto más tiene una de las partes, tanto menos queda para la otra. Entendido como habilitación de otros, el poder es un juego de suma positiva, en el que ambas partes resultan beneficiadas" [2].

5) Intolerancia religiosa frente a diálogo interreligioso
También en este punto
se da un cambio muy significativo, puesto que la exaltación del poder de Dios
parece llevarnos a la concepción exclusiva de la revelación y a una idea
jerárquica y autoritaria de la Iglesia. Y unida esta autoridad a la civil (la
cruz y la espada), se tradujo en persecuciones, cruzadas, guerras santas, inquisiciones,
etc. en nombre de Dios y en defensa de la única verdad.
Una visión nueva de
Dios nos ayuda a verlo actuando en todos los momentos y lugares de la
naturaleza y de la historia, aunque también nos permite mantener la
particularidad de las iniciativas divinas en tradiciones concretas y en las
vidas y experiencias de personas concretas. A diferencia del deísmo, entendemos
que Dios está actuando de modo permanente y dándose a conocer a diversas
personas y culturas donde aparecen religiones y experiencias de Dios de diverso
tipo, porque "Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al
conocimiento de su verdad" (Pablo, primera epístola a Timoteo 2, 4).
Esto no significa
considerar que todas las religiones son iguales y defender un sincretismo
igualador, sino que, sin dejar de considerar la propia fe como la más adecuada
y verdadera, hemos de comprender que Dios se manifiesta a los seres humanos de
muchas maneras. Y, de este modo, se propicia mejor el respeto a la pluralidad
de creencias, y un marco de diálogo interreligioso entre las grandes
religiones, que sea una alternativa superadora de dogmatismos autoritarios trasnochados
y de un relativismo ambiguo e igualador. La auténtica fe en Dios nos invita a
vivirla enraizada en una tradición religiosa determinada, porque entendemos que
es la que mejor refleja el rostro auténtico de Dios y la tarea de construir un
mundo en consonancia con él, al mismo tiempo que somos respetuosos y abiertos a
otros modos de creer y de experimentar la fe.
La
evolución y avance de las diferentes ciencias, tanto naturales como humanas,
nos llevan a un cambio en el modo de entender a Dios y su actuación en el mundo
y entre los seres humanos. Pero, como puede verse, no se trata más que de
intentos y barruntos de acercarse a la realidad de Dios, que siempre se nos
aparecerá como un gran misterio. Pues, como decía san Agustín, "si lo
comprendemos, entonces es que no es Dios". Pero todo esto significa para
nosotros, como es lógico, un gran reto para nuestra fe y nuestro modo de
vivirla. Supone intentar pasar de una fe ingenua e inculta, a una fe más madura
y adulta, que, tras haber pasado por la criba de la racionalidad, alcanza un
nuevo tipo de ingenuidad y de profundidad.
En resumen, como
hemos podido ir viendo, en este tema tan actual y recurrente de la relación
entre ciencia y fe, hemos podido mostrar que no solo no son dos saberes
contrarios e incompatibles, sino complementarios y llamados a integrarse
adecuadamente. Pero, para llegar a estas conclusiones, es necesario comenzar
situando a cada tipo de saber en el nivel epistemológico que le corresponde.
Los saberes
científicos se ocupan de decirnos cómo es la realidad en sus diferentes facetas
y aspectos, pero no les corresponde adentrarse en el ámbito del sentido o del
significado cosmovisional, tarea propia de la filosofía y de la teología. Y ya
dentro del nivel del sentido, nos hallamos con una gran pluralidad de
planteamientos cosmovisionales y religiosos, la mayoría de los cuales son
compatibles con los datos de las ciencias, aunque no todos lo son de la misma
forma. De ahí que, en la medida en que la realidad no es transparente sino
opaca a nuestras ansias de sentido, tan legítima y razonable es la opción por
la no fe como por la fe en Dios. Aunque no cualquier imagen de Dios es adecuada
y compatible con la realidad que nos descubre la ciencia. Por tanto, si Dios es
el creador del mundo, su realidad no puede ser incompatible con la obra que ha
realizado. Pero Dios no es un objeto más del mundo, sino su fundamento. De ahí
que no podamos pretender demostrarlo y describirlo con los mismos métodos que
utilizamos para describir los objetos del mundo, sino solamente postularlo como
una hipótesis razonable.
Así, pues, son
perfectamente compatibles la convivencia de opciones existenciales diferentes,
como son la fe y el ateísmo, o el agnosticismo, y todas esas posturas son
compatibles con las verdades científicas, en la medida en que pertenecen a
niveles diferentes. La ciencia es el primer acercamiento a la realidad, pero no
el último; y la filosofía y la teología pretenden apuntar a la verdad
definitiva sobre el mundo y la existencia humana, pero no pueden hacerlo sin la
mediación de las ciencias. Las ciencias nos dan respuestas exactas sobre
verdades penúltimas, mientras que la filosofía y la teología, respuestas
imprecisas sobre las cuestiones últimas, que son las que más nos interesan.
Ante el caso fatídico
de la muerte de una persona caída desde la ventana de un edificio, ¿qué nos
importa más saber: la velocidad con que ha caído y otros datos que la ciencia
puede resolver, o si se ha caído, le han empujado o se ha tirado, y por qué? ¿Diríamos
que estas últimas cuestiones no son importantes porque no se pueden responder
con la exactitud de la mirada científica? ¡Sería una aberración responder así!
cuando son precisamente esas cuestiones las que verdaderamente nos importan.

Conclusión
El autor del Génesis no quiere decirnos (como ya hemos dicho, son conceptos epistemológicos de distintas áreas) cómo es que fue la aparición del hombre porque no lo sabía, ni que Dios tomó barro para hacernos. El mensaje es más potente de lo que nosotros sacamos normalmente. El libro lo asemeja a un alfarero, que era la mejor profesión y más maravillosa de ese tiempo (hoy día no sé qué sería, un ingeniero de la NASA, por ejemplo) y por eso es un homenaje que hubo atribuyéndole la profesión más magnífica que había atribuida a Dios. Pero insisto, la Biblia no quiere decir cómo se creó el ser humano. Pienso que es un error querer hacerle decir al texto lo que no dice. Por eso digo que no le debemos hacer preguntas que no puede responder.
La ciencia nos da la respuesta a lo que la teología no puede. El tema de la Biblia no es narrar de forma científica el génesis, no era la intención del autor, no tenía ni idea de ese lenguaje. Entonces tiene que explicar, al igual que todas las civilizaciones que lo rodeaban, el principio del mundo. La ciencia nos da un relato más sobre la creación con lenguaje y conocimiento que poseemos. La teología dice de dónde, la ciencia dice el cómo. ¿De dónde? De Dios ¿Cómo? Evolucionando. Si mañana nace una teoría que dice que venimos de un meteorito la teología no cambiará su respuesta, seguirá diciendo que es la mano de Dios actuando detrás de otro evento. Es decir, que detrás de la evolución está la mano de Dios, para decir de dónde y cómo.
Termino, por tanto,
con estas iluminadoras palabras de la carta que Juan Pablo II dirigió, en 1988,
al jesuita P. Georges Coyne, director en esos años del Observatorio Vaticano,
con las que indicaba que, en vez de considerar incompatibles y enemigas a la
ciencia y la reflexión teológica, ambas pueden salir favorecidas en sus
diálogos y encuentros. Decía el Papa: "La ciencia puede purificar a la
religión del error y de la superstición; la religión puede purificar a la
ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede traer a la otra a un
mundo más amplio, en el que ambas puede traer a la otra hacia un mundo más
amplio en el que ambas pueden florecer" [3].
PD: Dedico y agradezco este artículo a mi querida amiga Priscila Barrera Falcon, quien me ayudó a desarrollar este tema dialogando con ella. Una mujer que, desde sus fuertes convicciones, puede abordar cualquier tema.
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Notas:
[1] BARBOUR, I. G. Problemas de religión y ciencia. Cantabria, Sal Terrae, 1972, p. 88.
[2] BARBOUR, I. G. Religión y ciencia. Madrid, Trotta, 2004, p. 222.
[3] SEQUEIROS, Leandro. ¿Puede un cristiano ser evolucionista? Madrid, PPC, 2009, p. 17.
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