Es del todo insostenible creer o seguir pensando que la Biblia nos está ofreciendo un relato científico a la par con el que nos ofrece la ciencia. No es cuestión de protestar que uno cree más a Dios que la Ciencia. Es ridículo, infantil. No podemos poner a Dios por medio en un debate sobre el que Él no ha revelado nada.
Pero, el caso es que
esta película imaginada en nada se corresponde con la película como realmente
es. Una de las últimas constataciones de cómo es realmente el Universo, es la
tremenda violencia galáctica y cósmica presente en el mismo. Hasta no hace
tanto, los físicos estaban habituados a pensar en el Universo como un gran
complejo mecánico, con todos sus componentes operando en armoniosa
compenetración, como el mecanismo de un reloj perfectamente construido, con “precisión, cálculo y regularidad”, como
decían los antiguos; o como el deuterocanónico Sabiduría expresa: “Tú
lo has dispuesto todo con moderación y orden y
equilibrio (Sab. 11:20 DHH). La Vulgata latina traducía: “Tú dispones
todas las cosas con justa medida, número y peso”. Esa era la imagen
universalmente aceptada, que ha llegado hasta nuestros días, y que muchos
siguen haciéndose de Dios como el Gran Arquitecto del Mundo, el Relojero que
mantiene funcionando la maquinaria del Cosmos. Tal era, más o menos, la física
clásica o mecanicista.
Pintura de una planetario de mesa semejante a un reloj de precisión (1766)
“La
mayoría de los científicos posteriores a Newton –nos dice el profesor David Morrison– han
concebido el Sistema Solar como una máquina determinista que obedece las leyes
naturales con la precisión de un aparto de relojería. Nuestra cosmología apenas
dejaba espacio a los colisiones violentas”[1].
Hoy sabemos que nuestro Universo, nuestro Cosmos (lo ordenado), al mismo tiempo que sistema ordenado, es un lugar lleno de violencia. La mayoría de los cuerpos cósmicos que conocemos: estrellas, planetas, lunas, anillos, siguen órbitas estables, pero existen cuerpos menores, cometas y asteroides, que en su mayor parte obedecen a órbitas estables, pero algunos, que no tienen una trayectoria estable, pueden provocar cruces con las órbitas de otros planetas. En algunos de estos cruces, puede producirse una coincidencia de cuerpos dando lugar a una colisión cósmica. Periódicamente caen en nuestro planeta Tierra, procedentes del cielo, trozos de roca e incluso fragmentos de planetas menores, asteroides, o de cometas que nos dejan cicatrices como prueba.
En nuestro viaje alrededor del Sol nos acompañan más de media docena de
planetas, varias lunas, asteroides, cometas, polvo volcánico, gas, radiación
nuclear, neutrinos, viento solar y otros raros objetos y fragmentos. Cada
segundo avanzamos más de 30 kilómetros en el espacio y si algo está allí esperándonos
o se mueve hacia el mismo punto que nosotros chocaremos con resultados
impredecibles. “La Tierra camina a través de un campo minado de catástrofes
potenciales” (David Morrison). A nivel del mar, dice el físico Frank Close, de
quien tomamos todos estos datos, nos protege la atmósfera, pero fuera en el
espacio el más pequeño grano de arena puede ser letal; una partícula del tamaño
de una cabeza de alfiler podría agujerear el armazón de una nave espacial, y
una piedra del tamaño de la yema de un dedo podría destruirla por entero[2]. Los cráteres conocidos
debidos a impactos y de tamaño superior a un kilómetro salpican completamente
nuestro globo terráqueo.
Hoy sabemos que nuestro Universo, nuestro Cosmos (lo ordenado), al mismo tiempo que sistema ordenado, es un lugar lleno de violencia.
A
principios de este mes de Julio, se halló el agujero negro más destructor del
Universo, que devora una estrella al día. Si bien este agujero negro fue descubierto en
2018, los astrónomos solo recientemente han podido calcular su extrema
voracidad. Según datos publicados por los
astrónomos este agujero ultramasivo se halla en el interior de un quásar a 12 500 millones de años luz de la Tierra, es
decir que está presente desde cuando el universo tenía solo 1 300 millones de
años, menos del 10% de su edad actual.
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Solo por
curiosidad. No fueron los físicos John
Wheeler, ni Stephen Hawking, ni George Ellis o Roger Penrose, los primeros en
advertir la presencia de agujeros negros.
Agárrense bien. El primero en describir un agujero negro fue un pastor
anglicano y filósofo naturalista que vivió en el siglo XVIII: John Michell
(1724-1793). Teorizando sobre la velocidad de la luz y dando por sentado que
luz estaba compuesta de pequeñas partículas de materia, dedujo que una estrella
cuando tuviera 500 veces la masa del sol, la luz no podría escapar de ella y
sería invisible para el mundo exterior. La luz, explicó, emitida por tal cuerpo
sería forzada a volver sobre sí por su propia gravedad. “Es extraordinario que
llegara a la misma conclusión a la que se llega en la versión de la relatividad del problema”[3].
John Michell llegó a sugerir que se podrían detectar los invisibles agujeros
negros si alguno de ellos tuviera estrellas luminosas girando alrededor de
ellos, y de hecho, este es uno de los métodos que los astrónomos utilizan a día
de hoy para localizar agujeros negros[4].
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En suma, el Universo
es el escenario de los fenómenos más violentos que podamos imaginar: colisiones
galácticas, explosión de supernovas, y agujeros negros que absorben, destruyen,
todo lo que entra en su campo de acción[5].
Colisión interplanetaria
Nosotros, los terrícolas, estamos vivos de milagro. Lo asombroso es que estemos aquí.
La gigantesca colisión del planeta
embrionario con nuestro planeta posiblemente aportó los elementos
esenciales para la vida en una etapa muy tardía de su creación. En entrevista
con BBC News Brasil, el geólogo y
científico especializado en planetas Rajdeep Dasgupta, recordó que “el carbono,
el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno, el azufre y el fósforo son los
elementos clave para la vida tal como la conocemos… Sin carbono, nitrógeno y
azufre no es posible producir los hidrocarburos, aminoácidos y proteínas
necesarias para la vida”[7].
Se cree que la
colisión no habría sido frontal, sino de lado, justamente en el ángulo preciso
para que ninguno de los dos cuerpos se aniquilaran. Al contrario,
parte de ese planeta, al que se puso el nombre de Theia, fue incorporado, mediante fusión, por la Tierra, aportando
así los elementos claves para la vida. Por otra parte, la formación de la Luna
aminoró el movimiento rotatorio de la Tierra sobre su eje, contribuyendo así a
la aparición de la vida. Algunas simulaciones matemáticas llevan a la conclusión
de que si la Tierra no tuviera la Luna, la inclinación de su eje variaría
caóticamente entre unos 30 y 70 grados, lo que implicaría una gran
inestabilidad climática que dificultaría la existencia de la vida en la
superficie de la Tierra.
Se ajuste o no
a nuestras preferencias de cómo debería ser la Creación de Dios, el hecho es
que esta es ordenada y caótica; regular y violenta; accidental y precisamente
ajustada en sus leyes fundamentales para la aparición de la vida. La vida
inteligente que nosotros representamos, aunque seamos más malas bestias que
otra cosa. Tenemos que comenzar a convivir con ella y ajustar nuestra mente a
lo que la ciencia viene descubriendo y a lo que realmente dice la Biblia, en
relación al fin por el que fue escrita.
No se defiende
la credibilidad de la fe adoptando posturas negacionistas de lo que ciencia
está diciendo, y de lo que le queda por decir. No podemos repetir los errores
del pasado, que se perpetuaron durante siglos, y que hoy nos parecen absurdos. Bertrand
Russell nos recuerda que la primera batalla enconada entre la
teología y la ciencia fue la disputa astronómica. Me parece que hoy estamos en
la misma situación. Russell recuerda a Copérnico y su sistema
heliocéntrico, y nos informa que “al principio, los protestantes
fueron mucho más severos contra él que los católicos. Lutero decía: «el pueblo
presta oídos a un astrólogo advenedizo que ha tratado de mostrar que la tierra
se mueve, no el cielo o el firmamento, el sol y la luna. Quien quiera aparecer
más inteligente, debe idear algún nuevo sistema que será, sin duda, el mejor de
todos. Este necio quiere poner del revés toda la ciencia astronómica; pero las
Sagradas Escrituras nos dicen que Josué mandó detenerse al sol y no a la
tierra». Melanchthon era igualmente enérgico; también lo fue Calvino, quien
después de citar el texto del Salmo 93,1 («Afirmó también el mundo, que no se
moverá»), concluía de modo triunfante: «¿Quién se
atreve a colocar la autoridad de Copérnico sobre la del Espíritu Santo?»
Todavía Wesley, en el siglo XVIII, aunque no se atrevía a ser tan definitivo.
afirmaba sin embargo que las nuevas doctrinas astronómicas «tienden a la
incredulidad»”[8].
Hoy se
repite el mismo error en el campo de biología y la evolución humana, con un
fundamentalismo hermenéutico que quiera aherrojar la mente en el estrecho
espacio de sus prejuicios bíblicos de corte literalista, sean creacionistas de
tierra antigua o tierra joven, el cual conduce a un suicido intelectual de
nuestros jóvenes más inquietos. Es sabido que no se puede convencer a un
terraplanista de su error, tampoco a un creacionista “científico”. “Los estudios
sobre terraplanistas y otras teorías de la conspiración indican que ellos creen
ser quienes están actuando con lógica y razonando de forma científica”[9].
Lo mismo ocurre con los creacionistas científicos, ellos son los únicos que
están razonando de forma científica y fiel a la Biblia, al tomar a Dios por su palabra y no ceder a la presión de los
incrédulos y de los infieles liberales y modernistas.
Imposible el
diálogo, seamos respetuosos al menos y no impidamos la investigación libre y
responsable, sabiendo que cada cual, en la medida de sus fuerzas, trata de ser
coherente con sus ideas y creencias y en el transcurso de los años.
[1] David Morrison, “Los
impactos y la vida: moradores de un sistema planetario inseguro”, en Yervant Terzian y Elizabeth Bilson, eds., El Universo de Carl Sagan. Cambridge
University Press, Madrid 1999, p. 94.
[2] Frank Close, Fin. La
catástrofe cósmica y el destino del Universo. Crítica, Barcelona 1991.
[3] Malcolm
S. Longair, La evolución de nuestro
universo. Cambridge University Press, Madrid 1998, p. 80.
[4] John Michell: El hombre que describió los agujeros negros en 1783. https://recuerdosdepandora.com/ciencia/astronomia/john-michell-el-hombre-que-describio-los-agujeros-negros-en-1783. Cf. “November 27, 1783: John Michell anticipates black holes”, American Physical Society News, 27 (2009). https://www.aps.org/publications/apsnews/200911/physicshistory.cfm
[5] Jayant V. Narlikar, Violent Phenomena in the Universe (Dover Publications, 2012); Kimberly Weaver, The Violent Universe: Joyrides through the X-ray Cosmos. (Johns Hopkins University Press, 2005).
[6] “Delivery of carbon, nitrogen, and sulfur to the silicate Earth by a giant impact”, en Science Advances 23 Jan 2019. Azucena Martín, La colisión planetaria que originó la Luna hizo posible la vida en la Tierra, 23-6-2019. https://hipertextual.com/2019/01/colision-planetaria-luna-hizo-vida-tierra
[7] Edison Veiga, La
megacolisión planetaria que pudo haber formado la Luna y hecho posible la vida
en la Tierra, 27-1-2019. https://www.bbc.com/mundo/noticias-46993619
[8] Bertrand
Russell, Religión y ciencia. FCE,
México 1951, p. 22.
[9] Javier Salas, No puedes convencer a un terraplanista y eso debería
preocuparte, https://elpais.com/elpais/2019/02/27/ciencia/1551266455_220666.html?fbclid=IwAR3Kh3gv00tjup4bVQpUDxhZteZxWehhep1c2vzidhFBdZVVbHhAqDzkydw
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