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Espiando al coronavirus: óptica bíblico-teológica - Por Joel Sobalvarro

 

“Llevaré esta cruz conmigo pero, para intentar curar cualquier herida, necesito dejar rascar el lugar infectado”.

La espía, Paulo Coelho.[1]

 

Introducción: Alarmismo y medios de comunicación

        Desde el aparecimiento del coronavirus o Covid-19 en Wuhan, China, este ha puesto en un nefasto jaque sanitario, económico, existencial y geo-político al orbe, poniendo de cabeza a gobiernos primer o tercermundistas. Empero el reto mayor no es quizá la pena de la mortandad causada por este virus, sino la “sobre-información” y pléyade de opiniones por especialistas (o los que dicen serlo), respeto a este mal.

        Pareciera que el coronavirus es un deleite para los medios de comunicación. Y es que las malas noticias corren por doquier, produciendo una auténtica paranoia colectiva en la sociedad mundial. Hoy pareciera un gusto morboso el alarmar a los demás. Medios de comunicación hacen binomio perfecto junto a las redes sociales para producir un novelesco findelmundismo exacerbado en todo sector, siendo el religioso el más fatalista en esto. Hoy el alarmismo le ganó a la esperanza. Aunque Bergoglio dirá: “No dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para utilizarte como esclavo de sus intereses”.[2]

Aquí la mass media se ha lucido con datos exagerados de mortalidad: que serán millones o billones los infectados, o especulaciones “muy creativas” sobre entender este evento como antesala perfecta al Apocalipsis cristiano. El fanatismo, penosamente, pulula hoy más que nunca. Razón tiene Garita al decir: “Porque el miedo se hizo violencia y habitó entre nosotros”.[3]

        Sin afán de irse al otro extremo del alarmismo, la dejadez, pero la mortalidad del coronavirus es relativamente baja, alrededor del 3-5% mundial, y la incidencia de hospitalización también no es alta; de hecho, la mayoría de los enfermos conllevan la enfermedad desde su casa, donde son monitoreados. El científico argentino, Alfredo Miroli, también explaya que este virus “no entra con serrucho” al sistema humano.[4] Además, la probabilidad de “re-brote” o “re-infección” no es mucha. Por otro lado, el sector poblacional más afectado es el del adulto mayor, priorizando el virus a personas con enfermedades fuertes de base ya establecidas. En pocas palabras, al menos matemáticamente, la probabilidad de contagiarse de esto, no es muy grande.

        La sencilla intención de este parco ensayo será analizar las repercusiones de esta pandemia mundial, pero desde una óptica bíblico-teológica. Aquí entendiendo a las ciencias bíblicas con todo su matiz académico y contextual, y asimilando a la teología como una ciencia social con sus respectivas implicaciones socio-políticas.

  

No es castigo

        Como parte del fundamentalismo religioso o de literalismo hermenéutico, en estas semanas múltiples veces se ha traído a colación textos bíblicos que evocan castigos de Dios sobre su pueblo o sobre determinadas comunidades. A ciencia cierta, hay muchas narraciones bíblicas que verdaderamente enmarcan un certero castigo de Dios sobre ciertas poblaciones: el diluvio que castiga al mundo por el estruendoso pecado mundial (Gen 6-7), la primera sección de Isaías prioriza esto también (caps. 1-5), la destrucción de Nínive en Jonás o Nahum (una especie de Jonás II), lo mismo Amós 1-4, el opúsculo de Joel por entero, el sólido castigo contra Sodoma y Gomorra en Gen 19,[5] la destrucción de Coré y compañía en Núm 16, Os 4-5, inter alia.

        Se ha dicho que la mortandad del coronavirus es un castigo del Señor por el pecado del mundo, casi como al estilo del castigo de Dios a través del hecho diluviano. Se mociona, pues, al arrepentimiento, “a estar preparados” para el encuentro supremo con el Señor en eventos muy escatológicos como el rapto, el milenio, la gran tribulación o la batalla del Armagedón.[6]

        Se olvida principalmente que la mayoría, sino es que todos los eventos citados (y otros más) que evocan pecado-castigo, obedecen “a pecados puntuales” por parte de una persona o comunidad frente a Dios. Solo es así que se configura la penosa ocasión existencial para que Dios blanda su espada de castigo. O sea, Dios castiga contundentemente cuando hay pecado preciso por el cual castigar. En Eze 26, por ejemplo, hay castigo hacia la hoy libanesa ciudad de Tiro, debido a su burla abierta hacia el pueblo de Dios, o hay castigo en Núm 16 hacia Coré y su gente por la rebelión penosa de éste al alzarse contra la figura cuasi-deífica de Moisés.

        Si el Covid-19 es castigo contextual al mundo, ¿por cuál pecado es? Aquí el abanico de opiniones es groseramente ambiguo. ¿Castigo por el pecado de libertinaje sexual?, ¿castigo por el vudú haitiano o africano? (el virus apenas ha entrado en Haití o en África). ¿Castigo a los países musulmanes por no buscar de Dios? (en estos países 5 veces al día se busca a Dios por obligación islámica). Quizá sí hay culpa mundial, pero por un “pecado ecológico”.

        Además, también hay que ver las enfermedades o las catástrofes ecológicas como simples eventos del destino, quizá como “pruebas de parte de Dios” (aquí quizá sí con un sentido teológico y espiritual), pero no como un karma perfecto y consecuente con lo hamartiológico.[7] Ejemplo novotestamentario de esto es el apóstol Pablo. Éste luce ser castigado por una enfermedad no nombrada (“su aguijón”, en Gál 4,12ss), pero ¿por cuál pecado se le castigó?, o ¿por cuál mal es castigado con tanta vicisitud, según lo nombrado por él mismo en 2 Cor 11,16-33?

 

¿Conspiración?

        Las creatividades estrafalarias, al estilo novela de Dan Brown, también han brotado. Y es que en estas semanas se ha articulado una suerte de ideas conspiratorias acerca del origen del Covid-19: que lo crearon “los Illuminatis”; que lo crearon macabros científicos chinos para coartar la economía mundial; que “tenía” que haber sido descubierto en China porque ahí comen perro, gatos o al mismo Batman; que lo crearon los estadounidenses para mermar la economía mundial,[8] y sigue así una multitud de etcéteras.

        Brevemente se analizará a continuación la más común opción, a saber, que el virus fue creado por los chinos para disminuir su grandísima población. Si efectivamente el Covid-19 fue creado con la diabólica opción de mermar la gigantesca población china (casi 1 400 000 000), la creación habrá sido absolutamente deficiente, ya que esta pandemia solo ha matado a menos de 5 000 chinos, cantidad que equivale aproximadamente al 0.00036% de su población. Aun pensando que esta cifra fue disminuida por el gobierno, el porcentaje de chinos fallecidos difícilmente llegaría al 1%. O sea, si fue creación china para auto-disminuir su población, el coronavirus es un fiasco absoluto.[9]

        Si esta pandemia fue creada en laboratorio por los chinos, pero para disminuir la población mundial (no tanto la propia), pues, tal vez ahí sí las cifras aumentan en porcentaje, quizá un 0.05% “por mucho” de fallecidos dentro de la población italiana, por ejemplo, o algo parecido en Estados Unidos, Rusia o Brasil,[10] pero aún los porcentajes no son excesivamente altos. La peste negra, por ejemplo, asesinó a más de 50 000 000 de europeos entre 1347 y 1353, donde murió alrededor del 50% de la población.[11] Evidentemente muerte es muerte y siempre habrá lamento, lágrimas y muchísima tristeza que embargará a los parientes de estos fallecidos, pero hay que poner las cifras en óptica clara y comparativa.[12]

 

“Él cargó con nuestras enfermedades”

        Un ala fundamentalista y literalista en materia de hermenéutica bíblica, ha sacado reiteradamente textos que abordan la disyuntiva de sanaciones en la Biblia. La verdad es que hay muchos hermosos ejemplos bíblicos donde personajes son sanados de sus enfermedades, dolencias y padecimientos, o bien, liberados de alguna situación penosa existencial. Ejemplo de esto es Pablo que no muere tras la mordedura de una serpiente venenosa en Hch 28, o Ezequías, quien es sanado de una enfermedad y tiene 15 años más de vida en 2 Re 20.

Sin embargo, en estas semanas, más que nunca, se ha traído a la luz especialmente aquel texto del Trito-Isaías que reza: “Ciertamente él llevo nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” (Is 53,4, Reina-Valera Actualizada 2006).[13] En dicho verso hay un paralelismo que perfectamente se podría considerar sinónimo:

Él   llevó             nuestras       enfermedades          línea a

*   sufrió            nuestros        dolores                   línea b[14]

        Aquí ambos paralelos o hemistiquios son sinónimos, ya que prácticamente significan lo mismo. Para “enfermedades” el texto hebreo dice halyenú, de la raíz hebrea halí, que es “sufrimiento o enfermedad (incurable o no)”. En la línea b, se tiene “dolores”, donde el hebreo tiene umakobenú, de la raíz hebrea makob, que es “sufrimiento o pena”, quizá sustantivo con un matiz menos dramático que halí, pero prácticamente sinónimo.[15]

        Ahora bien, hasta aquí tal vez no haya tanta problemática, restará analizar brevemente conocer la identidad de “él”, ese quien llevó las mencionadas enfermedades y/o dolencias (¿incluyendo el Covid-19?). De forma reduccionista y facilista se pensará que ese que padeció fue Jesús. De hecho, se considera que el “siervo sufriente”, del cual habla Is 53, no puede ser otro que Jesucristo. La verdad es que, apriorísticamente, no es así. En el Deutero-Isaías (caps. 40-55) hay reiteradas especificaciones para tener claro que, en el propio contexto de Isaías, en ese ahí existencial y cronológico, el siervo sufriente del Señor es Israel mismo, así lo indica Is 42,8: “Pero tú, oh Israel, eres mi siervo; tú, oh Jacob, a quien escogí, descendencia de Abraham mi amigo”. Además: “A causa de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, yo te llamo por tu nombre [Ciro]”, Is 45,4; también: “Y me dijo: ‘Mi siervo eres tú, oh Israel; en ti me gloriaré’”, Is 49,3.

        Por supuesto que el Señor Jesucristo calza y depura esa profecía, pero es hasta en tiempos novotestamentarios. Pero aquí el meollo del asunto es descifrar si realmente él llevó las enfermedades de su gente. ¿Están salvados de Covid-19 los que creen en Jesús? Quizá el sentido de estos versos isaianos aplicados a Cristo es que él también cargó enfermedades (así como pecados), pero esto no implica, ni mucho menos, exoneración y salud perfecta hacia todo aquel creyente. Esto es, cualquier elemento expiatorio de Jesús contiene un elemento de “carga de enfermedades”, en el sentido de padecer en el madero, de alguna manera, dolencias y males, pero no implica un estado perfecto donde el cristiano jamás tendrá enfermedades, Covid-19 u otra.

 

Apocalipticismo

        Si se analiza el discurso pedagógico de Jesús, se contemplará que su prioridad fue el Reino de Dios, el reino del bien, o sea, permear en aquella sociedad romana y religiosamente muy farisea, los preceptos ético-morales de justicia, derecho y hasta de crítica social. Tal vez como segunda prioridad discursiva aparecía lo netamente espiritual, la siembra, el vivir día a día, lo económico, la relación social y filial del ser humano con su prójimo, etc.

        Apenas es una sección dentro de cada uno de los evangelios sinópticos que aborda la tendencia escatológica, a saber, Mat 24, Mc 13 y Lc 21. Juan, luciera no tener una clara sección o capítulo con línea futurista. Escasas referencias escatológicas se podrán hallar fuera de estos capítulos señalados. O sea, pensar que el coronavirus o que determinada catástrofe ecológica es “supuesta señal bíblica” del fin del mundo, sería tener una óptica demasiado alarmista.[16]

Aunque el alarmismo ya yacía hasta en los mismísimos tiempos bíblicos; de hecho, hace más de dos milenios ya se hablaba de “los días postreros”. Incluso la llamada “escuela mateana”, muy escatologista –por cierto–, ya creía que su propia época era parte de “los últimos días” y desde entonces se aguardaba especialmente por el advenimiento segundo del Mesías.

Quizá sea excesivo y penoso andar por la vida y concluir que cada evento natural fuerte dentro de la historia –como el actual Covid-19– es evidencia del fin del mundo. Los que presenciaron la destrucción del templo de Jerusalén (70 d. C.), por ejemplo, pensaron lo mismo y no fue el fin del mundo; los que contemplaron los escenarios escalofriantes de 2 guerras mundiales, cavilaron lo mismo y, aun así, no fue el fin del mundo; los afectados por el huracán Katrina (2005), pensaron lo mismo y tampoco fue el término mundial…

        Matematizar el discurso de Cristo en su énfasis escatológico sería quizá apenas un 10-20% entre sus dichos. ¡No más! O sea, la prioridad de Jesús no fue alarmar, ni coartar las mentes en perspectivas fatalistas o findelmundistas sino, muy contrario a eso, preparar éticas sociales para contribuir a un loable y mejor “aquí y ahora”.

Con el coronavirus no se acabará el fin del mundo. Este mal ha golpeado y golpeará, pero el mundo seguirá girando. El Covid-19 es un suceso penoso y lleno de calamidad, pero evento de transición, al fin y al cabo. Porque: “Oiréis de guerras y de rumores de guerras. Mirad que no os turbéis, porque es necesario que esto acontezca; pero todavía no es el fin”, Mt 24,6.

 

Conclusiones

        El presente artículo no intenta provocar dejadez en la actitud a la epidemia del coronavirus. Este mal ha traído indudablemente malestar y muerte al orbe, montaña de desempleo, etc.; sin embargo, se cree que quizá lo más imponente que dejará a las naciones el Covid-19 no es tanto la muerte, sino la crisis económica. El virus ha venido a desnudar los deficientes sistemas de salud de múltiples naciones con gobiernos ineptos. Además, ha puesto al mundo de cabeza respecto al quehacer propio de la empresa privada, la misión del gobierno y la función de los alarmistas y negativos medios de comunicación, los cuales se han tornado en certeros “miedos de comunicación”, justamente por la paranoia alarmista que provocan a diario.

        Aquí es de no caer en la desesperanza apocalíptica. Habrá que tener sí los pies en el suelo y salir adelante por la supracitada hecatombe económica, pero no sembrar una actitud findelmundista. Bien ha hecho un pequeño sector del cristianismo (y de otras religiones) en proclamar ayuno, oración y mancomunidad social en pro de salir juntos del impase existencial. Esta sí es una reacción loable, bíblica y sana, no sembrar alarmismo para provocar más paranoia de la ya provocada por la mass media y por las redes sociales.

        Habrá que desarrollar una virtud de la cual casi no se habla, “templanza”. Ésta “puede entenderse como una táctica de moderación en toda actividad humana”.[17] Tomar medidas de precaución tampoco es dejadez, es prevención, pero, manifestar que cunda aún más el pánico, no es propio del reino de Dios. Se necesita moderación, paz y esperanza.

 


Notas:

[1] Paulo Coelho, La espía, México: Penguin Random House Grupo Editorial, 2016, pág. 173.

[2] Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco), Exhortación apostólica Christus Vivit, Bogotá, Colombia: Editorial San Pablo, 2019, pág. 63.

[3] Nora Garita, “Cuando el triángulo estrangula”, en El Lado oscuro: Ensayos sobre violencia, Anacristina Rossi y Nora Garita, eds., San José, Costa Rica: Uruk Editores, 2007, pág. 15.

[4] Se sugiere el vídeo de Miroli, “Coronavirus: Consejos por el Dr. Alfredo Miroli”, <https://www.youtube.com/watch?v=wJOFSoS8Qmw>.

[5] Aquí el castigo se da prioritariamente por violencia (Gn 19,5.9). Es Pedro (2 Pe 2,4-10) que, en lectura tipo pesher, le da otra interpretación a este evento. Véase aquí: Paulo Augusto de Souza, Cómo leer las cartas de Pedro: El evangelio de los sin techo, Bogotá, Colombia: Editorial San Pablo, 2007.

[6] El arrepentimiento, por supuesto, que es algo loable, muy humano y espiritual (véase Joel 2,12-14), pero será acto a emprenderse en cualquier momento, no “con el agua hasta el cuello”, por una supuesta eminencia del fin del mundo, o por enfermedad, desempleo o impase acaecido. Véase aquí J. Joel Sobalvarro Nieto, Una teología de Joel desde América Latina, Mauricio: Credo Ediciones, 2017.

[7] Valcarce hablará de un “proceso teleológico” por parte de Dios, donde todo hecho en el ser humano (enfermedad, o incluso bendición), es como parte de un “súper-plan” divino, donde todo es trazado de manera perfecta. Véase: Enrique Valcarce Alfayate, La teología moral en la historia de la salvación, Madrid: Stvdivm Ediciones, 1968, págs. 51-52. Quizá haya algo de certeza en esto, pero tampoco será de caer en un polarizado determinismo donde todo es “castigo” o “bendición”; que lo primero se da porque “siempre” hay pecado y lo segundo es porque la persona “siempre” ha andado en pureza y santidad.

[8] Sólo por citar un ejemplo aquí, véase: “Pekín: Ejército de EEUU habría llevado Coronavirus a China”, criterio.hn, marzo 12 2020, <https://criterio.hn/pekin-ejercito-de-eeuu-habria-llevado-coronavirus-a-china/>.

[9] Igual si se analiza la creación del virus con un tinte netamente económico, a China “le sobra” mercado interno con tantísima población y virtualmente no le interesa el mercado internacional. Visto desde otra perspectiva, a un empresario chino medianamente inteligente, no le gustaría mermar la población mundial que sería su potencial clientela internacional.

[10] Italia con una población de casi 61 000 000 y fallecidos de alrededor de 35 000, tiene aproximadamente un 0.057% de su población fallecida por este brote. Estados Unidos (población: 330 000 000; fallecidos: 125 000; mortalidad entre la población: 0.04%), Rusia (población: 145 000 000; fallecidos: 8 500; mortalidad entre la población: 0.0059%), Brasil (población: 210 000 000; fallecidos: 52 000; mortalidad entre la población: 0.025%). Datos a junio 22 2020 por: www.covidvisualizer.com

[11] Antonio Virgili, “La peste negra, la epidemia más mortífera”, National Geographic, marzo 25 2020, <https://historia.nationalgeographic.com.es/a/peste-negra-epidemia-mas-mortifera_6280>.

[12] Véase aquí el genial artículo de: Roberto Crobu, “China gana la III Guerra Mundial, sin armas y en cuatro meses”, Murcia Plaza, marzo 13 2020, <https://murciaplaza.com/china-gana-la-iii-guerra-mundial-sin-armas-y-en-cuatro-meses>.

[13] Santa Biblia, versión Reina-Valera Actualizada 2006, Bielorrusia: Editorial Mundo Hispano, 2006. Si no se indica lo contrario, todas las citas bíblicas de este ensayo pertenecen a esta edición bíblica.

[14] Ver aquí: Ricardo Cerni, Libros proféticos, tomo IV de Antiguo Testamento interlineal hebreo-español, Barcelona, España: Editorial CLIE, 2002.

[15] Philippe Reymond, Dictionaire d’hébreu et d’araméen bibliques, Paris, Francia: Sociedad Bíblica Francesa, 1998, págs. 127, 210.

[16] Véase aquí el muy buen texto: Raúl Zaldívar, Apocalipticismo: Creencia, duda, fascinación y temor al fin del mundo, Barcelona, España: Editorial Clie, 2012.

[17] Valcarce Alfayate, La teología moral en la historia de la salvación, pág. 548.


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Joel Sobalvarro es Licenciado en estudios bíblicos (Universidad FLET, Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos, Estados Unidos), ingeniero civil (Universidad José Cecilio del Valle, Honduras), maestría en teología, M.Th. (Seminario Teológico Centroamericano, SETECA, Guatemala), doctorando en teología (Pontificia Universidad Javeriana, Colombia). Profesor de teología, matemática y física (Universidad Cristiana Evangélica Nuevo Milenio, UCENM) y ciencias sociales (Universidad Politécnica de Ingeniería, UPI). Profesor de hebreo bíblico, Antiguo Testamento, griego, gramática castellana e inglés en varios centros y universidades de Centroamérica. Escritor de 4 libros y varios artículos académicos. Anglicano.

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