El
poeta español Miguel Hernández dedicó un tremendo poema a la pobre infancia de
la época destinada al trabajo desde mucho antes que sus huesos terminaran de
formarse:
Carne de yugo, ha nacido
Más humillado que bello,
Con el cuello perseguido
Por el yugo para el cuello.
Más humillado que bello,
Con el cuello perseguido
Por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta
A los golpes destinado,
De una tierra descontenta
Y un insatisfecho arado.
A los golpes destinado,
De una tierra descontenta
Y un insatisfecho arado.
Una infancia dura
El escocés James Keir Hardie sabía
por propia experiencia lo que esto significaba. A la temprana edad de siete
años se tuvo que poner a trabajar como chico de los recados para ayudar a la
magra economía doméstica. Su madre era sirviente
en una granja y su padre carpintero naval, con largas temporadas sin trabajo,
lo que explica la pobreza de la familia. Pero hay un dato digno de ser
reseñado. En otros países, en España, para no ir más lejos, incluso en
Inglaterra, Hardie habría crecido como un analfabeto total, pero Escocia, desde
los días de la Reforma cuenta con amplio nivel de alfabetismo de su población. Los
padres del joven James compensaron su falta de escolaridad con clases
personales de lectura y escritura durante la noche. James Keir Hardie expresó a
menudo que debía su amor a la lectura a aquellos años y habló con mucho cariño
y gratitud el cuidado que sus padres dedicaron a su enseñanza[1].
A los diez años de edad se puso a trabajar
en las minas de carbón escocesas. Su función consistía en abrir y cerrar las
ventanas que aireaban las distintas galerías de la mina. Siempre solo y en
oscuridad. Imagínense el cuadro de soledad y desesperación de un niño de esa
edad, cuando lo que necesita es luz, aire libre, juegos. No tiene nada de
extraño que a lo largo de su vida se manifestara radicalmente contra la
injusticia de privar a los niños de disfrutar de su niñez.
A veces, cuando no tenía comida
para alimentarse ni fuego para calentarse, se le pasó por la cabeza arrojarse
al río Clyde y poner fin así a su miserable vida. Descontento con las iglesias
de su época, conforme creció y aprendió la belleza de la enseñanza del
cristianismo se hizo miembro de la Evangelical
Union, actualmente Iglesia Reformada
Unida, donde adquirió sus dotes de
orador, que tanto le servirán en el futuro.
Conforme crecía fue pasando por
diferentes trabajos: conductor de ponis en las minas y picador en los pozos
mineros. A los veinte años ya era un minero cualificado.
A veces, cuando no tenía comida para alimentarse ni fuego para calentarse, se le pasó por la cabeza arrojarse al río Clyde y poner fin así a su miserable vida.
Portavoz de los mineros
En la década de los setenta Hardie
se convirtió en uno de los máximos representantes de los mineros escoceses. En mayo de 1879 los empresarios mineros escoceses se coordinaron
para forzar una reducción salarial que tuvo como efecto estimular las demandas
de sindicación de los trabajadores. Se celebraron gigantescas reuniones
semanales en la que los mineros se juntaban para expresar sus agravios. El 3 de
julio de 1879, Keir Hardie fue nombrado secretario delegado de los mineros, un
puesto que le otorgó la oportunidad de entrar en contacto con otros
representantes de los mineros a lo largo del sur de Escocia. Tres semanas más
tarde, Hardie fue elegido por los mineros como delegado a la Conferencia
Nacional de Mineros que se iba a celebrar en Glasgow. Fue nombrado agente
minero en agosto de 1879 y comenzó su nueva carrera como organizador y
funcionario sindical.
En 1880 hubo una huelga generalizada en las minas de Lanarkshire durante el
verano que duró seis semanas. El sindicato no tenía dinero, pero trabajó para
reunir suministros para las familias mineras en huelga, mientras Hardie y otros
agentes sindicales convencían a los comerciantes locales para abastecer de
bienes bajo la promesa de un futuro pago. En el domicilio de Hardie se mantuvo
en funcionamiento un comedor benéfico durante el curso de la huelga, gestionado
por su esposa, Lillie Wilson.
Para llegar a fin de mes, Hardie
pasó a ejercer el periodismo, comenzando por escribir para el periódico local,
el Cumnock News, un diario vinculado al Partido Liberal, fundado por
William Gladstone, por el que al principio Hardie se sintió atraído. Se
desilusionó con él al comprobar su falta de conciencia respecto a las
necesidades de los obreros. Al darse cuenta que los liberales no defenderían
los intereses de la clase trabajadora, concluyó que el Partido Liberal quería
los votos obreros sin devolver a cambio reformas radicales que consideraba
cruciales.
En Trafalgar Square, Londres
Al año siguiente Keir Hardie fundó
su propio periódico, The Miner (El
minero), llamado desde 1889 Labour Leader, donde pudo expresar sin
cortapisas su ideario político, basado en un socialismo muy suavizado por sus concepciones
cristianas y en la lucha por obtener todos los beneficios posibles para la
clase trabajadora en general.
Fundación del Partido Laboralista
En el año 1888 fundó el Partido
Laboralista Escocés, siendo elegido su primer
secretario. Unos años después, en 1893 Hardie y otros líderes formaron el Partido Laboralista Independiente, del que surgiría el Partido Laborista que llega hasta nuestros
días.
Hardie, y sus colegas, conocían el marxismo, Hardie en persona se entrevistó con Engels, pero dadas sus creencias, no permitió
que el partido laborista fuera llamado socialista, aunque estuviera de acuerdo
con el ideario del socialismo. Como escribe George Douglas Howard en su voluminosa historia del pensamiento
socialista, el Partido Laborista mantenía una organización socialista, pero su
socialismo no descansaba en bases marxistas. Sus gritos de batalla más
frecuentes eran la jornada de ocho horas, jornal mínimo, derecho al trabajo,
mejoras de la vivienda y la sanidad, enseñanza mejor y más igualitaria,
igualdad entre hombres y mujeres[2].
Téngase en cuenta que en la Inglaterra
de la época, en plena revolución industrial, se daba un gran contraste entre la
riqueza rápidamente creciente de la sociedad inglesa y la espantosa sordidez y
miseria en una gran parte de la población de Londres y de otras grandes
ciudades. La indiferencia ante esta desigualdad sangrante se debe a una visión individualista del cristianismo.
Inglaterra era una nación oficialmente cristiana. La teología enfatizaba la
importancia de la responsabilidad de cada ser humano en su propia salvación
individual, y hacía que la masa de los fieles pensara en la miseria de los
otros como un castigo justamente impuesto por el pecado individual. Más o menos
seguimos en las mismas, en lo que se refiere a la política neoliberal.
Sus gritos de batalla más frecuentes eran la jornada de ocho horas, jornal mínimo, derecho al trabajo, mejoras de la vivienda y la sanidad, enseñanza mejor y más igualitaria, igualdad entre hombres y mujeres.
Los liberales temieron el nacimiento
del Independent Labour Party, que ciertamente aglutinó las ilusiones de
los obreros, pero «desde el punto de vista político, el poder de los obreros
seguía siendo liliputiense en relación al gigante liberal y al gigante
conservador que monopolizaban el juego parlamentario»[3].
Hardie era profundamente religioso,
totalmente impermeable al marxismo[4].
«Para nosotros se trata –declara en la Cámara de los Comunes– de responder a
la pregunta formulada en el sermón de la Montaña: ¿a quién vamos a adorar, a
Dios o a Mamón?». Aceptaba el socialismo en cuanto este se identificaba con la
vida y lucha de los trabajadores. «El socialismo –solía decir– es un gran
movimiento moral. Soy socialista
porque el socialismo significa fraternidad
fundada en la justicia». Lo que se
negaba a aceptar era su materialismo. «El
socialismo de Hardie fue tan amplio como la humanidad. No solo fue el campeón
de los obreros contra la opresión, sino que allí donde había opresión se
identificaba a sí mismo con los que luchaban contra ella»[5].
De ahí su apoyo al movimiento sufragista femenino, su anti racismo, su
pacifismo contra el militarismo. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en
1914, Hardie fue reclamado expresamente
por la Segunda Internacional Socialista para que tratara de convencer a todos
los proletarios de las potencias involucradas en el conflicto de no acudir a la
llamada a filas de sus respectivos gobiernos, esfuerzo que resultó totalmente
infructuoso. Sus enérgicos discursos
antibélicos recibieron habitualmente oposición en forma de fuertes gritos. Falleció
en 1915 mientras trataba de organizar una huelga general pacifista.
Tenía 59 años.
El legado
espiritual
Luchador apasionado e incorruptible,
Hardie legó la imagen de un apóstol totalmente entregado a la causa de los
trabajadores. Formando parte, ya en vida de la leyenda dorada del Laborismo, su figura fue como un motor
que impulsó miles de entregas al servicio de la causa[6].
Por encima de todo, Hardie sacó su
inspiración y su fuerza del espíritu,
de la vida y enseñanza de Cristo, por cuyo reino o comunidad fraterna de Dios
en la tierra hizo todo lo que pudo. Al final de su vida dijo que si volviera a
nacer se dedicaría por completo a la defensa del Evangelio de Cristo. En reconocimiento a su obra como predicador, la Iglesia
Metodista de la calle Plymouth
Road de Londres lleva su nombre.
Este breve esbozo biográfico
sirve al objetivo de mostrar que en un momento muy difícil para el
cristianismo, cuando las grandes masas obreras desconfiaban de las iglesias y
se alejaban de las mismas, hubo hombres como Hardie, Ludlow, Ragaz, Maurice,
Holland, Tillich…, que dedicaron toda su energía para demostrar de palabra y obra que la fe cristiana no es el opio
del pueblo, sino la sal y la levadura que necesita la sociedad para crear un
mundo mejor, más justo, más solidario, más fraterno, cuyos principios se
remontan al anuncio de Jesucristo de la comunidad divina en medio de los
hombres. Y digo comunidad y no
«reino», porque la visión de esa sociedad que él vislumbraba no sería semejante
en nada a las corrientes en el mundo político y religioso. «Sabéis que
los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes
ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera
hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor» (Mateo 20:25-26).
Comunidad
fraterna e igualitaria, sin reyes arriba y súbditos abajo; sin señores ni
siervos. Aquellos hombres nos enseñan la importancia de actualizar el mensaje cristiano a los tiempos cambiantes y
problemáticos que cada generación tiene que enfrentar. De nuevo estamos en
cambio de época y de mentalidad que desafía a las iglesias. Una vez más nos
enfrentamos al dilema de a quién servir, si a Dios o al Dinero. Si nos
alienamos con los poderosos o con aquellos menesterosos a los que Jesús buscó.
Vivimos tiempos difíciles donde muchos han perdido el norte del evangelio,
paradójicamente es un tiempo donde crecen las iglesias y se multiplican los nuevos
lugares de culto, nominalmente cristianos, pero no es siempre señal de
crecimiento del mensaje de Cristo. Ya en el Apocalipsis (3:20) Jesús se
presenta fuera del ámbito de las iglesias, no dentro de ellas. Hay quienes han
reducido el cristianismo a cuatro o cinco puntos, y se han olvidado que el
mensaje cristiano tiene repercusión en toda la sociedad, es un mensaje
universal. Pocos reparan en el título de Cristo que dice Postrer o Segundo
Adán, cabeza de una nueva humanidad, mediante quien la creación arruinada por
el pecado de Adán comienza a recuperarse en Cristo, Espíritu de vida y
renovación. La salvación del alma es solo un aspecto de la redención total, que
implica a todo lo creado. Es perdón de pecado, pero también atención al
enfermo, al marginado, al excluido, al oprimido, por eso el criterio que Jesús
establece para el juicio final será en relación a nuestro comportamiento con
los desnudos, los hambrientos, los presos, los sedientos, los emigrantes (Mateo
25:30-45).
Notas:
[1] A. Fenner
Brockway, Christian Social Reformers,
p. 230. Student Christian Movement, Londres 1927.
[2] G.D.H. Cole, Historia
del pensamiento socialista, 7 vols. Fondo
de Cultura Económica, México 1957-1963.
[3] Jacques Droz, Historia general del socialismo. De 1875 a 1918, p. 506. Destino,
Barcelona 1979.
[4] Escribió un pequeño
tratado sobre Karl Marx: The Man and His Message,
14 páginas. National Labour
Press, 1910. Kenneth
O. Morgan explica: «Hardie no era economista y estaba mal
informado sobre muchos asuntos, pero tenía el carisma y la visión únicas que
todo movimiento radical necesita»
(Keir Hardie: Radical and Socialist, 89-90. Weidenfeld and
Nicolson, Londres 1975).
[5] A. Fenner
Brockway, ob. cit, p. 240.
[6] Jacques Droz, ob. cit., p. 518.
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Alfonso Ropero, historiador y teólogo, es doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra) y máster en Teología por el CEIBI. Es autor de, entre otros libros, Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; Historia general del cristianismo (con John Fletcher); Mártires y perseguidores y La vida del cristiano centrada en Cristo.
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