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Las discípulas de Jesús - Por Ana María Tepedino



INTRODUCCIÓN

En nuestros tiempos, en la medida en que se va profundizando en la experiencia de Dios, las mujeres, que siempre fueron mayoría en la Iglesia, sienten la necesidad de estudiar, de prepararse para entender mejor su fe, para oir mejor y más eficazmente a Dios. Al mismo tiempo que crecen en la fe, crecen también como personas y adquieren el valor para participar con más confianza.
Comienzan, entonces, a cuestionar su propia identidad. ¿Acaso las mujeres son inferiores a los hombres, desde el punto de vista ontológico, y peores, desde el ético, además de ser inmaduras, emotivas, irracionales, ilógicas, débiles y volubles? ¿O esta es la concepción patriarcal y androcéntrica que busca una protección sagrada para proyecta esta imagen? ¡El hombre creó el estereotipo de ser inferior, pasivo y dependiente que fue interiorizado por ella misma!
Por eso, hoy día, al percibir ese proceso con toda claridad, ellas quieren “desconocer” este estereotipo y tratan de descubrir su propia identidad. Para ello, comienzan a releer la Biblia y perciben que también ha sido utilizada como arma contra ellas, pero que al mismo tiempo puede ser fuente de valor y de esperanza en la lucha. El punto de partida de la relectura de la Biblia en la óptica de la mujer es la experiencia de la opresión personal y colectiva, así como la experiencia de otros oprimidos que van descubriendo al Dios libertador que es amor, vida, ternura y compasión, que quiere que todos sus hijos tengan vida y vida en abundancia (Jn 10, 10) y que envía a su Hijo con la misión de enseñar el camino de la vida plena, para demostrar su pasión por los hombres.

LA HERMENÉUTICA FEMINISTA

La relectura de la Biblia ha sido profundizada y tematizada por las teólogas feministas. La teología feminista comienza con la experiencia de las mujeres de la Iglesia y en la Iglesia. A partir de ahí, algunas teólogas elaboraron una “teología critica de la liberación que no se basaba solo en el carácter de la mujer como mujer, sino en sus experiencias históricas de sufrimientos, en su opresión psíquica y sexual, en su infantilización y en su invisibilización estructural, como consecuencia del sexismo de las Iglesias y de la sociedad”.
Los pasos metodológicos más importantes para la hermenéutica feminista son los siguientes:

1. Sospechar: No aceptar pasivamente el texto escrito. Suscitar una sospecha hermenéutica, aplicada a las interpretaciones contemporáneas de la Biblia, así como al propio texto bíblico.

2. Proclamar: Desarrollar una hermenéutica de la proclamación (de lo que debe ser), en vez de una hermenéutica de la concreción histórica (de lo que es), porque el texto bíblico es fuerza de salvación y, por eso, es preciso proclamar en él lo que es liberador.

3. Redescubrir el texto bíblico a partir de la reconstrucción de la historia de las mujeres, es decir, comparar el uno con la otra.

4. Reelaborar críticamente, basándose en el contexto histórico en el que fue elaborado el texto. Para que no se pierda el recuerdo, es necesario registrarlo y seguir adelante. 

Como resultado de esos pasos metodológicos, salieron a la luz algunos hechos fundamentales:

1. En el movimiento de Jesús las mujeres tenían el estatuto de discípulas, igual que los hombres (Mc 15,40-41).

2. En numerosas comunidades de la Iglesia primitiva, compuesta por hombres y mujeres, éstas asumían posiciones de dirección y de apostolado (1Co 16,19; Ro 16,1,5,6,7; Col 4,15).

3. La forma de transmisión de la teología cristiana está nítidamente marcada por características de tipo patriarcal.

4. Al releer hoy los textos en los que se menciona a las mujeres en los evangelios, las mujeres perciben que los hombres no les prestan atención (incluso los especialistas). Esto pone en evidencia el sexismo, no solo al escribir la Sagrada Escritura, sino también al interpretarla, pues los textos en los que aparece la mujer carecen de importancia.

LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN PALESTINA

En la medida en que el pueblo de Israel se fue haciendo sedentario y construyendo ciudades, el varón asumió –cada vez más– instrumentos de poder social, con lo que empeora la situación de la mujer. No podemos ocultar que esta evolución está en parte vinculada con la desaparición de un tipo de civilización agraria en la que la mujer, en razón del trabajo en el campo, gozaba de cierta libertad.
Lo mismo ocurrió en Grecia, por ejemplo, en donde la urbanización condujo progresivamente al encierro de las mujeres en el gineceo. Aun cuando en el conjunto de la historia de Israel la mujer nunca gozó de gran libertad, su situación había sido bastante más favorable en épocas más antiguas. Esta situación se vió reforzada por motivos religiosos. La estructura teocrática del pueblo judío proporcionaba a la segregación de la mujer una carga religiosa muy dura.

En realidad, esto es consecuencia de la creciente influencia de los sacerdotes y doctores de la Ley que señala el judaísmo tardío. El culto, esencial para los israelitas, estaba por completo en manos de los hombres. Las mujeres no tenían derecho a acceder a la parte central del templo. Es más, en la misma estructura del Templo de Jerusalén reconstruido por Herodes (siglo I a.C.), se percibe la evolución antifeminista, pues en los templos antiguos no había separación entre hombres y mujeres, mientras que en el reconstruido, que conoció Jesús, las mujeres quedaban relegadas pura y simplemente al exterior del atrio de los varones. Este patio constituía el símbolo del auténtico lugar que ocupaban en el conjunto de la sociedad: posición secundaria, situación inferior.

El culto, esencial para los israelitas, estaba por completo en manos de los hombres

Efectivamente, en el judaísmo de la época de Jesús tenemos que dejar de lado imágenes antiguas y proclamar que la condición femenina merecía muy poca consideración, que se tenía a la mujer en escasa estima y al margen de la vida social y religiosa. Los libros sapienciales muestran, en general, ese exacerbado espíritu antifeminista:

“Pocas maldades como la de la mujer; que le toque en suerte un pecador (…) mejor es la dureza del marido que la indulgencia de la mujer.” (Eclo 25,17; 42,14)

En realidad, las mujeres seguían estando prácticamente excluidas de la vida religiosa, tan importante para los judíos. Por una parte, estaban sometidas a los mismos preceptos; por otra, incluidas en la trilogía “mujeres, esclavos, niños”, dispensadas de la mayoría de las actividades religiosas. Por eso se comprende el desprecio a las mujeres reflejado en la oración del rabino del siglo II d.C., Ben Jehuda, que los israelitas debían hacer a Yahve tres veces al día:

¡Alabado seas por no haberme hecho gentil!
¡Alabado seas por no haberme hecho mujer!

¡Alabado seas por no haberme hecho ignorante!

La mujer casada era considerada como un obstáculo para la oración del marido, aunque Tobías rece con su esposa en la noche de bodas. Las prescripciones rabínicas reflejan una concepción decididamente antifeminista: 

“Hay un tiempo para estar junto a la esposa y un tiempo para separarse de ella para rezar.”

Solo los hombres, incluso los niños, podían leer la Ley y los profetas. De hecho, las mujeres no contaban para nada en las sinagogas. Para celebrar un oficio bastaba la presencia de diez hombres. Ellas podían entrar con los hombres y los niños a la parte de la sinagoga utilizada para el culto, pero el lugar que ocupaban estaba separado por divisiones y gradas (Dt 31,12).

Esta exclusión de la mujer de la vida religiosa que configuraba la vida cotidiana se traducía en numerosas prohibiciones e incapacidades en la vida social. Puesto que era impensable que una mujer hablase en la sinagoga, estaba prohibido que actuara como testigo. Solo se aceptaba su testimonio en casos excepcionales muy concretos: en los mismos casos en los que se aceptaban los testimonios de los esclavos y de los niños.



LA ACTITUD DE JESÚS FRENTE A LA MUJER

Los modernos estudios sobre el movimiento de Jesús lo sitúan como un movimiento de renovación dentro del judaísmo, así como el fariseismo se considera otro movimiento de renovación del judaísmo de la misma época. Todos predicaban la venida del Reino de Dios, aunque de formas diferentes. Jesús y su movimiento compartían con otros grupos de Palestina ese símbolo y el conjunto de esperanzas que evoca.

El movimiento de Jesús era un movimiento carismático itinerante en el que se admitían hombres y mujeres en igualdad de condiciones. No hizo acepción de personas en sus relaciones con ellas. A todos y a todas acogía y con todos y todas se relacionaba de la misma forma. Esto fue verdaderamente revolucionario. Esta realidad forma parte del contenido del Reino de Dios, del Reinado de Dios que se acerca con Jesús (Mc 1,15; Lc 4,18s), que es una intervención gratuita de Dios dentro de la realidad para invertirla: los últimos serán los primeros y los marginados los herederos.

El Reino de Dios que se inaugura con Jesús es un Reino simbolizado en el banquete, un Reino al que todos están invitados; los primeros (Israel, las personas religiosas) no aceptan la invitación, mientras son convocados quienes normalmente están excluidos de las fiestas de la vida (Lc 14,15-24).
Un dato común a los cuatro evangelios es la pertenencia de las mujeres a la asamblea del Reino, convocadas por Jesús, no como componentes accidentales sino como participantes activas. A juzgar por los relatos, parecen también beneficiarias privilegiadas de sus milagros (Mc 1,29-31; 5,23-34; 7,24-30; Lc 8,2, etc.). Los evangelios refieren curaciones de mujeres; quizás con ello Jesús quiso llamar la atención sobre la situación infrahumana en la que vivían. Él las curaba para que, de ese modo, siendo seres humanos, completos, pudieran participar de su comunidad.

Jesús tomaba en serio a las mujeres judías (fuesen o no pecadoras), a las que la sociedad de su tiempo marginaba de toda vida publica, social o religiosa. Conocía sus sufrimientos y avatares y sabía hablarles y escucharlas, les enseñaba y convivía con ellas, dando así una respuesta a su profunda expectativa, a su sed de vida. Su actitud con las mujeres causaba estupor y asombro. Hablaba públicamente con ellas, hasta con las extranjeras (Jn 4,27), aun cuando –como sabemos– los extranjeros eran discriminados en Israel.

Conocía sus sufrimientos y avatares y sabía hablarles y escucharlas, les enseñaba y convivía con ellas, dando así una respuesta a su profunda expectativa, a su sed de vida

No compartía los prejuicios de su tiempo sobre ellas. Las trataba con respeto y cariño, como hijas queridas del Padre. Vivía una especial alianza con ellas, y hacía surgir lo nuevo a través de esa relación. Las sanaba, como ocurrió con la suegra de Pedro, quien se levantó, convirtiéndose por tanto en un ser humano, de nuevo apto y capaz, que para demostrarlo se puso a servirles (Mc 1,29-31). Jesús rompió el prejuicio de la “impureza legal”, al dejarse tocar por la hemorroisa, que quedó sanada (Mc 5,25-34). Relacionado con este relato está el de la curación de la hija de Jairo, donde una vez más infringió el precepto de la pureza legal y tocó el cadáver (Mc 5,21-24,36-43). Habló con una extranjera, la sirofenicia, y se dejó convencer por ella curando por fin a su hija (Mc 7,24-30).

Jesús levantó a todas estas personas sacándolas del estado de muerte, pues las enfermedades les impedían participar, como la mujer encorvada durante 18 años a la que sanó en la sinagoga en día sábado, para que puesta en pie pudiera alabar y dar gracias a Dios. La llamó incluso hija de Abrahán, oponiéndose a la concepción judía (Mt 13,19-27). Igualmente, reconoció el don mayor de otra mujer, la fe de la mujer cananea (Mt 15,28; Lc 1,28). Para protegerla de la precipitación con la que a veces la abandonaba su marido, Jesús interpretó el texto de Gn 1,26s y lo llevó hasta sus ultimas consecuencias (Mt 19,1s). De esa forma, las mujeres experimentaron la dynamis (fuerza) del Reino que vino a inaugurar.

Jesús se solidarizó con todos los que sufren. Sufrió con ellos, tuvo compasión de ellos y de ese modo reveló la misericordia del Dios del Reino, del Dios de la vida, que no puede soportar una situación de “menos vida” para ninguno de sus hijos. Por eso tenía una especial predilección por los pobres, entre quienes estaban las mujeres, que no solo sufrían por ser mujeres sino también por su situación económica de gran pobreza.

Jesús no dudó en desafiar las prohibiciones legales, para superarlas y dirigirles un mensaje de renovación, hasta el punto de aparecer como inmoral o escandaloso (Mt 11,6,15; Mc 2,15-17; Jn 6,61). Era inconcebible que un rabí entrara en casa de mujeres solteras, como nos relata Lc 10,38-42 (Marta y María), o que hubiera mujeres que siguieran a un rabí abandonando sus hogares para acompañarlo en su misión itinerante (Lc 8,3, donde se menciona a “Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, Susana y varias otras que los atendían con sus propios recursos”).
De ese modo, las mujeres desafiaban el respeto humano y las prohibiciones legales para seguir a Jesús y viajar con él. Al pie de la cruz, nos cuenta Marcos que “unas mujeres miraban de lejos. Entre ellas, María Magdalena, María, madre de Santiago, el menor y de José y Salome”. Marcos continúa y recuerda que “ellas lo seguían y lo servían cuando estaba en Galilea” (Mc 15,40-41).

Las mujeres, junto con los demás marginados –enfermos, pobres, pecadores, publicanos, los despreciados e infravalorados– se descubrieron como seres humanos a quienes Jesús valoraba y a quienes restituía su dignidad de criaturas de Dios, con lo cual los recuperaba, los recreaba y construía su comunidad con todos ellos. Esa recuperación, esa integridad de las personas y la mutua integración entre ellas son signos del Reino que se instaura. Este grupo social, marginado por distintas razones, en el que se incluyen las mujeres, que aparecen como autenticas discípulas, se convirtió en seguidor de Jesús.

CONCLUSIÓN

Solo cuando situamos los relatos en los que aparece Jesús con las mujeres en la historia conjunta de Jesús y su movimiento y consideramos la situación de la mujer en Oriente, podemos descubrir su carácter subversivo. En consecuencia, de este cuadro general surge, en calidad muy revolucionaria, la relación igualitaria de Jesús restituyendo a las mujeres su auténtica dignidad de hijas amadas de Dios, con la posibilidad de ser sus discípulas.


Ana María Tepedino es Doctora en Teología de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro, Brasil. Miembro de la Comisión Internacional de Teologia de la Asociación Ecuménica de Teólogos y Teólogas del Tercer Mundo, ASETT, de 1996 a 2000; miembro de la SOTER y de Amerindia. Actualmente profesora de Eclesiología y Teología del Matrimonio y coordinadora del proyecto de Teologia a Distancia de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro, Brasil.

TEPEDINO, ANA MARÍA Las discípulas de Jesús. Hombres y mujeres como discípulos y discípulas de Jesús. Theologica Xaveriana [en linea]. 2007, 57(161), 185-191. ISSN: 0120-3649. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=191017410010




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