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Uso y abuso de la autoridad espiritual | Ángel Bea


Hace ya casi 20 años estaba leyendo algunos libros que hablaban sobre el crecimiento de la iglesia. Eso que
  ha venido a conocerse como “iglecrecimiento”. Algunos autores se han especializado en estudiar las razones por las cuales unas iglesias decrecen, otras se dividen y otras crecen de forma impresionante.  De entre los diez libros que leí sobre el tema uno de ellos fue el titulado “Grupos de 12” [1].  En él se expone el crecimiento de las iglesias en algunos países de América Latina y se detallan los principios que hacen que esas iglesias crezcan.

Entre algunos de los principios a los que hace referencia el citado libro es el de la sumisión completa a la autoridad de la iglesia. Evidentemente, no en la forma que dice la Biblia, colegiada, (Hch. 20.17,28) sino piramidal: “Yo me someto al líder que está sobre mí y espero la sumisión de los que están bajo mi cuidado”[2]. Y el autor añadía: “Ellos demuestran una sumisión completa a la autoridad y tratan de evitar toda crítica y actitudes negativas”[3]. Cualquiera que pusiera pegas a esta forma de ver el asunto no podría formar parte de estas iglesias pues, “en MCI usted acepta plenamente la visión, o no lo hace; usted, o está dentro o está fuera. El funcionamiento interno de la filosofía de MCI es reservado para los que están comprometidos con ella” [4].


O sea, uno de los principales principios para el crecimiento de las iglesias, según las que el mencionado autor estudió, es el ejercicio de la autoridad espiritual aplicada casi de forma  militar. De otra manera, al romperse la “cadena de  mando” también se rompería el proceso de crecimiento de las iglesias. Ellos siempre tratarán de afirmar  el principio de autoridad tal y como ellos lo entienden, para que esté bien establecido en la mente de los miembros de sus iglesias, a fin de que el crecimiento no se interrumpa por ninguna parte. 


Qué duda cabe que muchos pastores que han leído y visto de este gran crecimiento de  tantas iglesias, han sido impresionados y se han preguntado: ¿Qué hacen aquellos que nosotros no hacemos? 


La respuesta exigiría un estudio tanto desde el punto de vista teológico/espiritual como psicológico y sociológico. Por tanto, no es nuestra pretensión el dar la respuesta completa a esa pregunta. Pero sí el resaltar dos cosas. Una, que independientemente del buen deseo de que nuestras iglesias crezcan por los lícitos medios que el Señor ha establecido, también es posible que se haya establecido en el corazón de muchos líderes cristianos una especie de codicia espiritual por tener “una iglesia grande”: “Lo importante es que mi iglesia crezca”. Y cuando las motivaciones no son correctas, es posible que se “adopten” principios o prácticas no bíblicas. Entonces, implícita o explícitamente se estaría admitiendo que “el fin justifica los medios”: “Lo importante es que la iglesia crezca”. “Si hay bendición, no debe ser tan malo, ya que el Señor lo bendice”. En tal caso, el tema se tornaría delicado. Pero a menos que no  estemos dispuestos a aprender, el Señor de la Iglesia tratará con cada uno de sus servidores para “reubicarnos” debidamente y volvernos a la cordura. 


La segunda cuestión es que dentro de esos principios no bíblicos, se encuentra ese concepto de autoridad que la Biblia no enseña. Ese concepto equivocado de la autoridad establecida en la Iglesia en forma piramidal y que va incluso  más allá de los grupos mencionados, se expresa de esta manera: “Yo me someto al líder que está sobre mí y espero la sumisión de los que están bajo mi cuidado”[5] Pero además, es  una autoridad espiritual que se ejerce de forma casi absoluta y la cual exige, en todo caso, una sumisión total. Lo hemos oído y leído algunas veces: “Tú me obedeces a mí en todo, aunque yo me equivoque; porque yo seré el que dé cuentas a Dios por ti, pero tú serás bendecido por tu obediencia” [6].


Evidentemente, ellos utilizarán algunos textos bíblicos que hablan de la autoridad espiritual y la obediencia a los guías espirituales, pero sacados fuera de su contexto, explicándolos y dándoles una aplicación que está muy lejos del espíritu y de la letra de las Escrituras. Quizás un ejemplo de esto que venimos diciendo ilustre bien lo que queremos decir. Hace algunos años, me contaba un querido hermano que estuvo en una iglesia, cuyo  pastor le dijo: “Tú pon tu matrimonio y tu familia en mis manos; y tú, confía y descansa”. Afortunadamente, el hermano tuvo suficiente sensatez y cordura como para, de forma tajante, darle un no por respuesta al pastor y decirle que esa responsabilidad era  solamente suya y no se la traspasaría ni a él, ni a nadie. 



El anterior ejemplo me trae a  la memoria que hace unos 40 años, en nuestra comunidad autónoma había un grupo de iglesias gobernada por un pastor que se hacía llamar “apóstol” y que tenía un concepto de la autoridad de forma piramidal y con la demanda de obediencia absoluta. (Aunque esto lo supe después). Así que, queríamos ver “por dentro” cómo funcionaban, porque la labor social que realizaban y  los resultados a efectos de crecimiento eran asombrosos. La idea era que si lo veíamos factible, poder trabajar en comunión con ellos. Así que tuvimos un encuentro y estando comiendo los dos matrimonios en un restaurante, el “apóstol” nos dijo: 


“Si tú quieres que trabajemos juntos, tú tienes que romper la relación con los pastores de tu ciudad, y te sometes a mí. Luego me tienes que pedir permiso cuando invites a tu iglesia a alguien a predicar”. 


Ni que decir tiene que mis “antenas” espirituales se levantaron de inmediato. El asunto es que cuando tres días después le comuniqué mi decisión de no trabajar en esas condiciones, me escribió y me puso de ignorante: “Tú no sabes cómo funcionan los principios del reino y  que el Espíritu Santo trabaja para traer unidad, y no separación” [7]. Pero mis lectores se darán cuenta enseguida de la gran contradicción y el engaño que había en sus palabras pues, en principio, me exigió “romper la comunión con los pastores de la ciudad”. Así que para él “la unidad” que traía el Espíritu Santo solo se relacionaba con él y su obra, pero no con los demás pastores e iglesias. 


Esa es la forma en la cual muchos líderes en el campo “cristiano” imponen su autoridad a los demás. Ellos invocan que son los “ungidos”; los  “apóstoles enviados por el Señor” para levantar, gobernar y llevar adelante la obra de Dios. Y si los demás no se someten a ellos suelen amenazar con ciertas declaraciones como: “Tú nunca serás bendecido por Dios”; “Tu obra no prosperará”; “Todos aquellos que me han rechazado les fue mal en sus vidas”. ¡Ten mucho cuidado!, etc.  


A partir de ahí las personas que están bajo ese tipo de autoridad, verán que se les maneja según la filosofía del grupo, establecida por el líder máximo. Ni que decir tiene que ese mismo concepto de autoridad es implantado de forma implacable en los matrimonios, a fin de que si bien el marido está sujeto al pastor o apóstol, “la mujer obedecerá al marido en todo. Pero gran parte de ese “todo” se basa en las demandas de la organización. Ese concepto de autoridad ha roto no pocos matrimonios, a causa de las esposas que no toleraban ese “control” absoluto del matrimonio por parte de esos pseudo-apóstoles y pastores a través de los maridos [8]. Pero así es cómo funcionan las sectas, aunque usen el nombre de “cristianos evangélicos” o como quieran llamarse.


Tales planteamientos son falsos. La enseñanza en  la Biblia sobre el tema de la autoridad, nada tiene que ver con la visión de estos modernos “pastores” y “apóstoles”. Sobre todo, cuando además del concepto equivocado que sustentan, las motivaciones, en no pocos casos, son espurias. El Señor Jesús nos enseñó otro modelo de autoridad, con un carácter y forma bien diferentes a la hora de ejercerla. Pero solamente nos vamos a centrar en cuatro de ellas.


1.- El gobierno de una iglesia local siempre  es plural.

Efectivamente, el ejemplo que encontramos, tanto en los Hechos de los Apóstoles como en las epístolas, es que las iglesias fundadas por los apóstoles eran gobernadas por un grupo de ancianos –presbíteros- a los cuales también se les reconoce como obispos y encargados de pastorear a las iglesias. Nunca elegían a uno solo, sino a varios. Solo señalaré  las referencias bíblicas, dado que este tema exigiría un estudio aparte. (Hch.13.1-2; 20,17,28; 14.23; Flp.1.1; 1ªTes. 5.12-13; 1ªTi.5.17-18; Tito.1.5-9; St.5.14-15; 1ªP.5.1-4). En todas las citas aparece un grupo de hombres encargados del gobierno y guía de las iglesias [9]. Así que lo que se diga a continuación no se refiere a un hombre solo sino a todos los que han sido llamados para pastorear y guiar a las iglesias. 


2.- Los pastores no son “capitanes” sino siervos. (Mr. 10.42-43). Cuando dos de los discípulos de Jesús manifestaron su deseo de ocupar lugares prominentes en el reino de Dios, con la idea de “gobernar” y “mandar” Jesús les dijo: 


“Vosotros  no sabéis lo que pedís (…) Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y sus grandes ejercen sobre ellas autoridad” (Mr.10.38, 42)


Jesús les presentó a sus discípulos la realidad que ellos ya sabían, de cómo los “gobernantes de este mundo” se “enseñoreaban” de sus súbditos. Aquellos no estaban interesados en lo que pensaban, sentían o vivían sus gobernados.  Pero la lección que da Jesús rompió todos los esquemas a sus discípulos. El reino de Dios expresado en la tierra sería diferente: 


“Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mr.10.43-44). 


Por tanto, la condición y el carácter de los que están al frente de las iglesias, no son como los que mandan, sino como los que sirven, siguiendo el ejemplo de su Maestro y Señor. 



3.- Los pastores no gobiernan forzando la voluntad de los creyentes, sino respetando su libre voluntad (1ªP.5.2-3). Siguiendo con el ejemplo puesto por el Señor, sobre “los gobernares del mundo”, en aquel contexto usaban  y abusaban de sus posiciones y solían emplear la fuerza. Unas veces usando sus injustas leyes y otras, incluso sin tener en cuenta ninguna de ellas abusaban de sus cargos. Y si alguien no obedecía, aquellos gobernantes tenían en su mano todo el poder para someter y castigar toda desobediencia. Pero a los guías de las iglesias no les está permitido hacerlo de esa manera; ni incluso usando de la “mejor ley”. El apóstol Pedro lo entendió bien y así lo expresó en su exhortación a los pastores de las iglesias:


“Ruego a los ancianos que están entre vosotros… Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente… no como teniendo señorío sobre los que están bajo vuestro cuidado, sino siendo ejemplo de la grey” (1P.5.1-3)


El texto nos enseña algo muy diferente a lo que ocurre en muchos grupos “evangélicos” en los cuales sus dirigentes mandan, ordenan, se meten en los asuntos particulares de las vidas de los demás, que nos les incumben y tratan de organizarlas de acuerdo a “su visión” particular. 


Pero el apóstol Pedro dice: “no por fuerza, sino voluntariamente...” La responsabilidad de los pastores está en predicar y enseñar la Palabra de Dios (He.13.7). Pero han de respetar y dejar que los creyentes la procesen, la entiendan, la acepten y la apliquen en sus propias vidas; sin presiones, coacciones ni manipulaciones de ningún tipo. Los creyentes de nuestras congregaciones, incluso aunque no fueran maduros, merecen todo nuestro respeto, por el solo hecho de ser personas (¡y además hijos del reino!). Los creyentes tienen el derecho -¡y el privilegio!- de pensar por ellos mismos y tomar sus propias decisiones, en relación con lo que han escuchado de parte de los pastores-y-o-enseñadores de las iglesias.  


Algunos creyentes creen, equivocadamente, que porque la Biblia dice que los pastores “velan por vuestras almas, como los que tienen que dar cuenta –a Dios- (Heb.13.17) que por eso ellos deben poner sus vidas en manos de aquellos para que las gobiernen y administren como crean conveniente. Pero nada más lejos de la verdad. Los pastores darán cuenta a Dios de las almas bajo su cuidado, en todo y por todo aquello que es su responsabilidad hacer, proporcionando enseñanza, oración, consejo, guía, consuelo, exhortación, ánimo, etc. Pero ellos no son responsables por lo que toca a los creyentes mismos a efectos personales y de forma libre en relación con el noviazgo, matrimonio, familia, trabajo, estudios, etc., etc. A veces hemos visto o leído de  creyentes que estaban estudiando una carrera y la dejaron porque “el pastor” de turno les dijeron que era más importante “su trabajo en la obra” que los estudios. De esa manera, esos falsos guías espirituales interfirieron en el desarrollo integral de aquellos creyentes frustrando parte del propósito de Dios para sus vidas. Sin duda, ellos darán cuenta a Dios por sus malas acciones.


4.- Los pastores gobernarán a base de “ejemplo” no a la voz de “ordeno y mando”. El apóstol Pedro también añadió:  No como teniendo señorío sobre los que están bajo vuestro cuidado,  sino siendo ejemplo de la grey”.  


Cuando el gobierno de una iglesia, se basa en el “señorío” de los pastores, se está menospreciando a los miembros de la iglesia, su libertad y su voluntad y se les está faltando al respeto. En las palabras del apóstol Pedro, el énfasis no recae sobre la “autoridad” para “gobernar”, sino sobre “el ejemplo” que los pastores están llamados a ser y a dar. El ejemplo al cual el apóstol Pedro se refiere, fue el mismo que el Señor Jesús  nos dejó en relación con el servicio, hasta la muerte (J. 13.1,14-15). Jesús lavó los pies a cada uno de los discípulos en un acto de humildad, que ponía de manifiesto el carácter de su vida y ministerio servicial y sacrificial a favor de toda la iglesia de todos los tiempos (J.13.1; 1ªP.2.21.25). Ese es el mismo ejemplo que el apóstol Pablo dio a todos los creyentes (Flp.4.9; 2ªTes.3.9; 1ªCo.11.1); y es el mismo que Pablo  propuso y recomendó, tanto a  Timoteo como a Tito, sus colaboradores (1ªTi.4.12; T. 2.7). Tal ejemplo será la mejor motivación para que los creyentes, viéndolo, lo sigan (He.13.7). Y si lo siguen o no, esa será su responsabilidad.   


Hay otros aspectos en lo relacionado con la autoridad y el ejercicio de ella, como la pureza, tanto en las motivaciones como en cuanto al amor por la verdad. El apóstol Pedro hace referencia a que los que guían a la iglesia no deben hacerlo “por ganancia deshonesta”. Tampoco deben albergar error ni actuar por engaño. En 1ªTesalonicenses, 2.3-6, el apóstol Pablo nos proporciona un cuadro completo acerca de estas cosas. Pero la intención en este escrito, es la de señalar aquellas que hemos puesto de relieve. 


Notas

  

1. JOEL Comiskey, Editorial CLIE. 2001

2. Íbid., pág. 37

3. Íbid., pág. 39

4. Íbid., Pág. 38

5. Íbid., p. 37

6. Dicho muy extendido entre este tipo de iglesias

7. Todavía guardo esa carta, después de más de 40 años.

8. Una experiencia dura que vivimos muy de cerca, en nuestra propia familia.

9. Al respecto, es interesante el comentario que hace Juan Calvino sobre el gobierno de las iglesias locales  y cómo fue evolucionando a partir del siglo II hacia el gobierno episcopal de las iglesias.  (INSTITUCIÓN; Cp. IV, Pp. 849-850 –Los presbíteros y los Obispos- Fundación Editorial de Literatura Reformada).

 

Artículo publicado originalmente en Protestante Digital




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Angel Bea, nació en Fuensanta de Martos (Jaén) en 1945, pero ha vivido siempre en Córdoba. Profesó fe a los 22 años y trabajó por más de 40 años en la joyería. Lleva ejerciendo de Pastor evangélico desde hace unos 4O años. Aunque es autodidacta, cursó estudios de Licenciatura en Biblia y Teología (2004-2009) en Global University    -ICI, España- Está casado con Lola Jiménez Vargas y tienen tres hijas y dos hijos.




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