La actualidad presenta desafíos constantes a instituciones, ideologías y creencias que vieron la luz en épocas pasadas, de modo que les exige —y ello está muy bien— tomas de postura claras y bien definidas ante cuestionamientos y situaciones que afloran de continuo. No nos ha de extrañar; aquello de “adaptarse o morir” no es solo un axioma biológico, sino que tiene su aplicación en todos los ámbitos . El protestantismo no está exento de esta clase de retos que lo cuestionan de continuo, que le obligan a una constante redefinición de sus postulados fundamentales, a su actualización. Máxime en tiempos como los que hoy vivimos, especialmente en países como el nuestro, en el que el propio nombre “protestante” ha perdido mucho de su prístino significado debido a la maraña sectaria ultramarina y fundamentalista que en ocasiones pretende ampararse en él, pero que es su total negación. Por ello, hemos de ser claros y contundentes : NO HAY PROTESTANTISMO REAL SIN UNA VINCULACIÓN DIRECTA CON EL
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