Uno de mis recuerdos más tempranos es estar sentado alrededor de la mesa de la cocina al atardecer, antes de que nos mandaran a la cama, oyendo a mi madre leernos historias bíblicas. No nos las leía desde la Biblia en sí, sino en versión para niños, desde un libro enorme lleno de ilustraciones, con lenguaje sencillo y redactadas para que no decayera el interés. (Bien es sabido que la Biblia en sí trae muchos capítulos aburridísimos, como las listas interminables de genealogía o de disposiciones legales.) Lo que no recuerdo —ni tampoco recuerdo ahora cómo lo hacían las adaptaciones de historias bíblicas que leí para nuestros hijos yo— es cómo se lo montaban para que el contenido «adulto» quedase descafeinado y apto para niños. La forma que Rut seduce a Booz, sorprendiéndole cuando está ebrio para después, por la mañana cuando despierta, hallarse desnudo con ella[1] y sentirse responsable de hacerse cargo de ella, encaja en el relato bíblico con el estereotipo de las mujeres
Un lugar abierto a la reflexión