Uno de los pasajes más conocidos de los Santos Evangelios es el referido en San Lucas 18:15-17 (y paralelos), donde se nos narra un episodio harto entrañable del ministerio de Jesús, cuando le llevan unos niños para que les imponga las manos y los bendiga pese a la oposición de los discípulos. Una historia semejante se ha prestado desde siempre a una exposición homilética centrada en la idea de que Dios (o Jesús en este caso concreto) bendice a quienes tienen un alma pura e inocente, característica inherente a los niños y “conditio sine qua non” para la entrada en el Reino. Tal ha sido la interpretación “cuasicanónica” de este relato, y por lo que escuchamos con frecuencia, continúa siéndolo en el sentir de muchos cristianos contemporáneos nuestros. Pero se basa en un cliché cultural de Occidente, no en la realidad de los tiempos de Jesús, ni tampoco de los nuestros. La cultura occidental viene prodigando desde hace siglos, y pese a su confrontación constante con la cruda realidad, una
Un lugar abierto a la reflexión