La literatura evangélica en general está asentada sobre el concepto de la “inerrancia” bíblica. Los defensores de este concepto afirman que esta “inerrancia” es una consecuencia de la “inspiración” divina de la que fueron objeto las personas que escribieron los libros sagrados. Esta “inspiración” e “inerrancia” da como resultado la conocida “infalibilidad” de la Biblia. Es decir, que cada palabra, cada frase, cada dato histórico de la Biblia ha pasado por la mente, la voluntad y la supervisión de Dios mismo, que lo ha “inspirado”.[1] Obviamente, creer que esto es así, entra en el ámbito privado de las creencias religiosas. Incluso los argumentos con los cuales se quiere defender dicha “inerrancia”, “inspiración” e “infalibilidad” no dejan de ser eso: afirmaciones desde la fe dogmática. Qué duda cabe que los libros que forman la Biblia tienen una gran riqueza cultural por su diversidad de géneros literarios: narrativo, legendario, épico, mítico…, y por la información antropoló
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